¿Cómo es trabajar con Soledad Barruti?
Es uno de los tantos lugares donde nos encontramos como pareja. Creemos mucho que el amor tiene ese vaivén entre lo común y lo diferente, y yo creo que el show expresa eso. Porque los mitos que elige Soledad son muy diferentes a los que elijo yo. Y sin embargo, son mitos, son relatos, son narraciones, son el deseo de estar arriba de un escenario y transmitir estas ideas. Entonces como que se juega nuestro vínculo en esta creación común que hacemos. Y también, hablando de mitos, desmitificamos la idea de que no se puede trabajar con tu pareja. Entiendo que en muchas ocasiones eso puede generar una situación discordante. Pero nosotros no vivimos juntos, cada uno vive en su casa, con sus hijos, entonces es un momento de encuentro que también potencia nuestra relación. Para mí es maravilloso trabajar con ella y aprendo mucho (entiendo que ella también de mí), y esto también tiene que ver con que cada uno viene de un mundo distinto; porque el mundo del periodismo, del que viene Sole, y los temas que a ella le interesan son temas que yo no trabajo, pero que me encanta conocerlos, y viceversa. Así que todo eso es algo que nos potencia mutuamente.
¿Cómo fue la selección de mitos?
Es un problema por la cantidad de relatos que nos encantaría llevar a escena y tenemos que dejar afuera por una cuestión de tiempo. Yo cuando escribí el libro Filosofía en once frases, tenía en mi archivo 73 frases. Hasta hoy sigo lamentándome de las que no entraron, elegir siempre es bravo y siempre es mucho más lo que dejas afuera que lo que terminás incluyendo, desde una cantidad de mitos hasta los vínculos que generás en la vida. Tomamos decisiones que tienen que ver con lo que queremos transmitir, con algo también escénico, con lo que sabemos que le llega mejor a la gente. Hacemos dos mitos cada uno, y uno de los mitos centrales es la alegoría de la caverna de Platón, que casi todo el mundo la conoce porque la estudió en la escuela, pero a la que le damos una vuelta muy teatral y entendemos que digamos es un relato que tiene que estar, porque aparte es el momento donde la gente interactúa, yo bajo a la platea, hablo con la gente. Es un mito que decidimos que tiene que estar porque nos parece fundamental para entendernos hoy a nosotros mismos en el aspecto que elijas, para entender una realidad política, para entender una realidad vocacional, para dudar de uno mismo. Sole eligió mitos que tienen que ver con la historia de Dionisio. Ella en este momento de sus investigaciones periodísticas, está con temas que tienen que ver con la naturaleza, poder pensar una manera de vivir distinta a la nuestra. Y ahí aparece toda la gesta dionisiaca con su invitación a vivir de otra manera la intensidad y el deseo, y también la represión que sufrieron los ritos dionisiacos a lo largo de la historia. Y el final es con el mito del minotauro, una figura que por un lado es un gran villano y al mismo tiempo no deja de ser alguien con quien te identificas también en su no lugar.
Estos mitos están con nosotros hace miles de años y sin embargo siguen teniendo valor, sigue valiendo la pena revisitarlos y de alguna forma siguen siendo efectivos para explicarnos. ¿Por qué?
Primero, hay algo de contar cuentos como experiencia narrativa oral y teatral. O sea, se arma un clima, porque hay un juego de luces, de sonido, donde mucha gente nos dice que es como que vuelven a sentir que están a punto de dormir y viene mamá, papá, a contarnos un cuento. Y nos devuelve algo de la niñez, la ingenuidad y la apertura de la niñez. En general uno se dormía en la mitad del relato y entonces lo terminabas cerrando en el sueño, que te habilita otras asociaciones. Yo creo que por algo estas historias tan ancestrales siguen vigentes, porque nos hacen volver a repensarnos en lo que tenemos de originarios, en lo que nos hace humanos, más allá de las épocas y más allá de los tiempos. En filosofía se le dice que son relatos intempestivos, porque atraviesan los tiempos. Para poder entender mejor cierta crisis de identidad que podemos tener en el mundo de hoy, increíblemente nos puede resultar mucho más convocante la historia del Minotauro, con su ser hecho a fragmentos, que algún ensayo contemporáneo o actual sobre la crisis de la identidad en el mundo capitalista tardío. Ambos abordajes se vuelven necesarios, pero hay otra cosa que tiene el mito, y es que el mito no va a la razón, por eso son historias que conmueven, te llegan desde un lugar que también está medio obturado que es la sensibilidad. Parece que todo eso ayuda y se nota, la gente se copa y después nos escriben, van a buscar libros de mitología, a seguir conociendo porque la verdad la cantidad de historias que hay es increíble.
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Da la sensación de que los mitos son de otra época, pero siguen estando presentes entre nosotros y en cómo nos pensamos también.
Son de otro tiempo pero de ningún tiempo, y aplican a todos los tiempos. Y eso también genera una sensación de algo inoportuno, digamos. Creo que ambos elementos están presentes en estos relatos. Por algo escuchamos el relato del Minotauro y nos sigue conmoviendo. Hay algo en lo humano que todavía está ahí presente. Después hay que ver de qué modo uno hace la bajada en la realidad en la que vive. Charles Baudelaire decía que la belleza es ese punto de encuentro entre lo universal, por algo venimos discutiendo los mismos temas desde siempre: el amor, la muerte, el más allá, la felicidad, el bien y el mal, pero que tienen su encarnadura temporal, su costado más contingente o transitorio, y me parece que eso es lo interesante. En el show lo vemos, y por ejemplo, en el momento de la alegoría de la caverna hay una especie de participación colectiva de todos los que están ahí y hay una transformación, que es muy personal. Hay gente a la que le pega más en la cuestión amorosa. Hay gente que al plantear cuáles son las cadenas que me aprisionan, unos van al Estado, a la ley, otros van al trabajo y otros van a su mamá. Esto es lo interesante de los mitos, que tienen esa capacidad de que cada uno lo lleve para su lugar.
¿Estamos en una época donde hay una incertidumbre sobre nosotros, sobre el futuro, sobre un montón de cosas que nos hace volver a mirar atrás a estos mitos?
Incertidumbre o demasiadas certezas, como reacción a mandatos o demandas sociales muy duras, que exigen de nosotros un comportamiento en términos de rendimiento, de productividad. El mito, con su apertura, su provocación, su sensibilidad, nos devuelve a una zona más incierta, más misteriosa. Que tiene que ver con lo que de algún modo escapa de esa sensación maquinal, de que somos engranajes de una gran automatización general. Entonces yo creo que por algo el arte siempre tiene ese elemento disruptivo que te invita más a perderte que a encontrarte. Y desde la filosofía se plantea que nada es más incierto que la existencia. Uno no sabe por qué vino a este mundo, tampoco sabe para qué, y cuando más o menos quiere entender algo el tiempo se termina, entonces bienvenido esto.
Y en todo esto que estamos atravesando, ¿qué lugar está tomando la filosofía? Porque da la sensación también de que ha sido revalorizada.
Sí, yo creo que sí. La filosofía está muy asociada, o por lo menos la que a mí me gusta hacer, a una sensación de búsqueda permanente de libertad. De ataduras que de algún modo no se presentan como tales. De hecho, en la alegoría de la caverna de Platón que hacemos en el show, explicamos cómo operan esos condicionamientos. Platón en la alegoría cuenta que los prisioneros no se dan cuenta de su condición y mientras están encadenados, creen que en realidad son libres. Entonces lo que planteamos en el show es que cada uno piense cuáles son esas cadenas que nos aprisionan. Y es muy interesante ahí todo lo que va apareciendo. Y como divulgador de la filosofía eso me encanta, porque veo que hay un deseo de reflexión existencial, que es la que en general uno no hace en la vida cotidiana. Para mí la filosofía es como un lenguaje distinto, está más cerca del arte que de la ciencia. Te permite hacerte preguntas, aunque esas preguntas no puedan ser respondidas. La filosofía no se hace preguntas para encontrar respuestas, se hace preguntas para cuestionar las respuestas establecidas. Es otra lógica, el valor de la pregunta es de apertura, no de cierre.
¿Esa cercanía con el arte es lo que permite que se pueda ir a un teatro a ver un espectáculo que está atravesado por la filosofía?
Sí. En este caso hay algo también de que el público llega al teatro ya buscando algo, predispuesto. Nadie viene a escuchar mitos griegos o a hablar de filosofía si ya no hay una predisposición a querer recibir el martillazo nitzcheano, que está presente durante todo el show.
A veces hay que angustiarse.
La filosofía provoca la angustia. Siempre dejamos en claro que se trata de angustias existenciales. Hay angustias cotidianas que uno busca resolver. Se te rompe un caño de la cocina y te angustias porque se te inunda, pero salís y tratás de resolver. Las angustias existenciales no tienen resolución. La consciencia de finitud no se resuelve llamando un plomero. La filosofía lo que hace es reconciliarnos con que hay cosas que no cierran y que lo humano tiene que ver con eso. Porque nos han hecho creer que el ser humano solo se realiza en la medida en que sabe para qué vino a este mundo. Y es tan difuso el límite con hasta qué punto uno realmente le encuentra sentido a la vida o reproduce lo que otros necesitan que uno crea que es el sentido. Entonces desde ese lugar esas angustias existenciales resultan ser liberadoras.
Estamos en un momento donde hay algunas apariciones recientes, por ejemplo desarrollos de inteligencia artificial, que plantean un debate existencial de sacar el foco del antropocentrismo, que es un poco nuestra concepción del mundo. ¿Ese es el gran dilema que tendremos que resolver de ahora en más, el de dejar de pensarnos como el centro?
Hay muchos posicionamientos. Obviamente con todo el impacto tecnológico de la inteligencia artificial, hay posiciones que intentan arraigarse en una idea de lo humano muy firme y defienden el antropocentrismo. Es un buen momento para pensar en el origen de eso, de por qué en algún momento el ser humano creyó que podía ocupar el lugar de Dios, mucho más allá de la discusión acerca de la existencia o no de Dios, y para eso necesitó escindirse de mucho de lo que hace a lo que es un ser humano. Por ejemplo, su animalidad, su condición natural. El ser humano fue tomando el poder en ese antropocentrismo a partir de la negación de sí mismo. Es muy impactante eso. Y me parece que el límite con la inteligencia artificial para mí es del mismo tenor a pensar, que el límite entre lo humano y lo animal. Es un límite que siempre se pensó de forma excluyente o en términos de negación de una parte. A priori la relación entre humano y técnica es de cierto vértigo, entonces defendemos lo humano porque la tecnología es mala. Y eso no ayuda, porque la tecnología nos transforma en lo que tenemos de humanos. Es muy interesante no caer en ninguna de esas dos posturas extremas, una de las cuales piensa que todo lo tecnológico potencia lo mejor que tenemos de humanos, o la otra postura que supone que toda la tecnología no hace más que destruirlo. Y la tecnología lo que hace es poner en evidencia que el humano es una condición de recreación permanente, ni nos potencia ni nos destruye, nos transforma. Y nos transforma porque ser humano es un proyecto abierto, es estar en permanente condición de transformación. Nos cuesta entregarnos a esa lógica. Del mismo modo que nos pasa con lo animal, siempre la gran discusión del antropocentrismo es no reconocer que esas fronteras con sus otros, son fronteras permeables y no fronteras fijas.