Si las elecciones nacionales fueran hoy, dicen las encuestas, el Frente Amplio votaría mejor que su performance de 2019. Entonces empiezan las hipótesis: es el resultado del costo de gobernar, en que la administración de turno es penalizada por los descontentos; o la gente siempre busca cambios; o la inseguridad pública, o… ¿el sexo?
El ciclo electoral uruguayo parece estar atravesando un quiebre de tendencia: cada vez más las mujeres prefieren al Frente Amplio y, por decantación en un binomio, los varones a la coalición multicolor. Es una “novedad” que coincide en los distintos estudios de opinión pública y que queda reflejado en los resultados de la consultora Factum a los que accedió El Observador:
En 2019, previo a los comicios de octubre, la intención de voto al partido de coalición de izquierda era casi paritaria (con leves vaivenes dentro del margen de error de la muestra). Ahora “el voto al FA está más feminizado y se ve consistentemente desde al menos 2023”, explicó el director de Factum, Eduardo Bottinelli.
Para decirlo de otro modo: si estas elecciones se disputasen hace más de un siglo, cuando el voto universal era solo masculino, el Frente Amplio tendría una intención de voto casi idéntica entre 2019 y 2024. Y es el voto femenino el que le hace crecer a la izquierda de un ciclo a otro.
¿Por qué? Como todo aquello para lo que faltan datos, solo existen especulaciones lógicas. Y una de ellas, dice la doctora en Ciencia Política Verónica Pérez Bentancur, es que, en coincidencia con lo observado en Estados Unidos y Europa, “tiende a achicarse la brecha de voto entre hombres y mujeres” por un corrimiento de ellas hacia el progresismo.
Desde que a las mujeres se les autorizó votar, los estudios de opinión pública han intentado descifrar cómo es su comportamiento electoral. En las democracias liberales más ricas, que son las que han impulsado más análisis, se notaba un patrón: ellas votaban menos que ellos (en países donde el voto no es obligatorio) y tendían a preferencias electorales más conservadoras.
“Era un tema estructural: las mujeres ocupaban roles que estaban más relegado a la vida privada, al hogar”, narró Pérez Bentancur. De pronto empezó una “revolución silenciosa”. Las mujeres iniciaron una salida masiva al mercado laboral y, poco a poco, cambiaron sus comportamientos. Comenzaron a decidir cuántos hijos quieren tener y cuándo. Se priorizó la continuidad educativa. Quedó evidenciada la desigualdad distribución de las tareas de cuidados. Y “muy posiblemente van corriéndose más hacia la izquierda en su intención de voto”.
En América Latina —de lo que se sabe por otros países— el comportamiento electoral no cambió tanto: ellas siguieron siendo más conservadoras. No tanto como para apoyar a los llamados partidos de extrema derecha, con un discurso anti “ideología de género”. Pero sí lo suficientemente marcado para no volcarse a las opciones de izquierda.
Uruguay, aclaró Pérez Bentancur, “es la sociedad más moderna en su región”. Y, por tanto, su estructura se parece más a Europa que a algunos de sus vecinos latinos.
¿Qué tiene que ver el feminismo?
Durante el siglo XX la humanidad se ordenaba según alguno de los tres grandes relatos: el fascista, el comunista o el liberal. Pero cada uno de esos relatos-ordenadores fue cayendo en desgracia. Y ese vacío de “ismos”, dice el historiador israelí Yuval Noah Harari, da paso a pujas de relatos.
Es entonces que el feminismo, como un “ismo” que no es nuevo pero sí latente, empieza a pesar. Como sucede con los péndulos, antes de tender a las posturas moderadas, más céntricas, el eje se acerca a los extremos y abre “grietas”.
El Observador, junto a la Unidad de Métodos y Análisis de Datos de la Universidad de la República y el estadístico Juan Pablo Ferreira (Iesta e INE), aprovechó su última encuesta para preguntar —entre otros temas— si los uruguayos consideran que el movimiento feminista trajo cambios positivos al conjunto de la sociedad.
Tras la respuesta de 5.450 casos y las inferencias estadísticas con valor científico, los resultados —a modo de adelanto— muestran que la opinión sobre la contribución del feminismo pende de la intención de voto: a un bloque u otro.
En esta línea, dijo Bottinelli, “es claro que el Frente Amplio ha tenido un discurso y acción vinculada al rol de las mujeres en la vida política, en la sociedad y en el ámbito laboral. Estos primeros datos podrían indicar que ese posicionamiento del FA, que comenzó hace varios años y que no lo capitalizara en 2019, sí parece estar generando un efecto en la decisión de voto de las mujeres”.
Como complemento, Pérez Bentancur ejemplificó lo sucedido en las elecciones internas. En el último tramo de la campaña, explicó, Carolina Cosse buscó el voto femenino: “Mujeres al Frente”. Cuando se miraban los datos de intención de voto a los precandidatos en el tramo final, “se apreciaba una feminización del voto a Cosse… eso no sucedió con Laura Raffo u otras mujeres”.
Para ser más precisos todavía: Cosse se hizo fuerte entre mujeres jóvenes. Es que además de la dicotomía entre ellas y ellos, en el mundo se observa que los varones más jóvenes (primeros votantes o con escasas votaciones en su historial cívico) se corren a posiciones más conservadoras que cuando sus padres eran jóvenes.
En Argentina los varones jóvenes votaron más a Javier Milei que las mujeres de su misma edad. Las estadounidenses de 18 a 30 años son 30 puntos porcentuales más liberales que los varones de esa edad. Y lo mismo ocurrió, en distinta magnitud, en Reino Unido, Alemania, Polonia y el sudeste asiático.
La socióloga Delmira Louis había explicado al semanario Búsqueda que “las mujeres en Uruguay han estado históricamente ‘más a la derecha’ que los hombres, pero que en los últimos años se notan cambios: la evolución en las últimas décadas muestra que esa diferencia está disminuyendo y, hoy en día, casi no hay distancia. Es decir, las mujeres uruguayas se han vuelto menos conservadoras con respecto de sí mismas”.