Gabriel Pereyra

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¿Alguna vez pensó cómo lo ve a usted el Marconi?

Desde el fondo del abismo, la fractura social nos interpela
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30 de mayo de 2016 a las 09:10

En una entrevista que el periodista Leonardo Haberkorn le hizo al director de la agencia de publicidad Young, Álvaro Moré (que se publicará en la revista Select), que en su niñez vivió en el Hipódromo, lindero al Marconi, contó que en la puerta de su casa había un pozo (agrego yo, con lo que llamábamos agua podrida), que lo obligaba a caminar media cuadra para cruzar la calle. Décadas estuvo ese cráter ahí. Nunca nadie llegó hasta allí a taparlo y eso que estaba a una cuadra de la avenida general Flores, imagínese la soledad y las cosas que pasaban cinco o seis cuadras más abajo, en el cante.

En otro extremo de la ciudad un día juntaron a gente pobre de distintos barrios, algunos que estaban en el famoso corralón municipal, y la amontonaron en unas viviendas que llamaron Cerro Norte. La experiencia de complejos de viviendas demostró que generaban guettización, males endógenos difíciles de combatir y una aglomeración de personas en algunos casos superiores a ciudades del interior, pero sin los servicios necesarios. Resultado: hoy tenemos el complejo América, los palomares de Casavalle, Verdisol, dejaron crecer el 40 semanas y otros tantos que son un dolor de cabeza social.

Cada gobierno reivindicó, porque está bien que lo hiciera, la baja en la mortalidad infantil, pero en el festejó se obvió otro par de asuntos: en esos sectores donde campea la pobreza, el abandono escolar e infantil, donde hay más necesidades básicas insatisfechas, el promedio de hijos por mujer es de 5 contra 2 de los sectores más pudientes. La clase media se reduce, la pobreza se reproduce.

Por otro lado, los embarazos adolescentes en Uruguay superan la media mundial y, además, un 22% de esas jóvenes madres tienen más de dos necesidades básicas insatisfechas contra 4% que tienen todas las necesidades satisfechas. La pobreza se reproduce en forma geométrica.

Según Naciones Unidas, esas adolescentes sufren una "escasa capacidad de elección, por falta de oportunidades, entre proyectos de vida alternativos. Las condiciones de vida críticas de los hogares en que viven las jóvenes aumenta la vulnerabilidad respecto al embarazo precoz, y en algunas ocasiones no deseados".

Pero los gobiernos celebraban la baja en la mortalidad infantil porque es preferible celebrar lo logrado que hablar de las falencias.

Es difícil que luego de tener un hijo, nenas de 13, 14, 15 años sigan en el liceo. De esos nenes nacidos en esas condiciones, 95 de cada 100 no terminarán el liceo.

De esos nenes y de todos los nenes nacidos en todas las condiciones sociales, un 60% sufre algún tipo de violencia física o psicológica. La Guardia Republicana no viene por nosotros, pero somos violentos y con los más frágiles. Ni los perros se comportan así con sus cachorros.

Luego, y parece casi obvio, siete de cada 10 mujeres son agredidas de alguna forma por sus parejas.

Además, Uruguay tiene una de las tasas más altas de menores privados de libertad. Algunos están 23 horas por día encerrados en sus celdas. ¿Tiene hijos adolescentes? Pregúntele a un experto los cambios que se producen en la adolescencia.

Una monografía de la estudiante Lira López de la Universidad Católica sobre suicidio adolescente dijo que "la no percepción de los riesgos por el joven puede estar relacionado con la falta de proyección hacia el futuro de anticipación de una temporalidad por venir y de un proyecto a conquistar, dificultad de sentirse protagonista de su propia vida, de confiar en su capacidad de crear y ser reconocido" y que la adolescencia es "una edad especialmente dramática y tormentosa en las que se producen innumerables tensiones con inestabilidad, entusiasmo y pasión en la que el joven se encuentra dividido entre tendencias opuestas".

La mayoría de los adolescentes privados de libertad siguen luego privados de libertad en las cárceles porque si las cárceles no recuperan a nadie, los hogares de encierro ni le cuento.

El comisionado parlamentario de cárceles, Miguel Petit, contó de casos en que abuelo, padre e hijo son "chorros" y este último tiene ocho hijos que esperan la llegada de su futuro en un rancho junto a su madre, sola de toda soledad en este mundo.

Cuatro de cada 10 niños viven en hogares monoparentales, o sea que una madre o un padre que tienen que trabajar se las deben ingeniar para ver qué hacen con sus hijos cuando no están en la escuela, si es que están, o cuando están con la barra de la esquina.

¿Nunca oyeron esos testimonios de madres llorando sobre el cadáver de su hijo y diciendo que nunca imaginó que estuviera rapiñando? Mala madre que en lugar de cuidar a su hijo iba a trabajar.

En los últimos años han surgido otras madres que llegaron a declarar públicamente que preferían muertos a sus hijos antes que seguir viéndolos desesperados por la pasta base ¿Ese será el futuro del que habla la definición de adolescencia?

En algunos barrios, seis de cada 10 niños menores de 3 años sufrieron algún tipo de inseguridad alimentaria. ¿Les molesta que para no decir "ajuste fiscal" el gobierno diga "consolidación"? ¿Y qué piensan del lenguaje de los organismos internacionales que dicen que uno de cada 10 niños de esas zonas, donde hay el doble de niños que en otras zonas más acomodadas, sufre "inseguridad alimentaria severa" para evitar decir "hambre"?

Para escapar a la inseguridad alimentaria, se estima que unos 35 mil pibes trabajan con la basura, llámele recolectores informales si quiere seguir con los eufemismos.

He leído ensayos, investigaciones, locales y extranjeras, sobre primera infancia, adolescencia infractora, pobreza, situación carcelaria, seguridad pública. He tratado de comprender para no ser reaccionario -sin sentido peyorativo del término- sino para reflexionar e incorporar incluso en esa reflexión la comprensión a los reaccionarios. Pero confieso que llegó un punto en el que no puedo elaborar, no puedo abarcar, ni siquiera puedo responder a la pregunta de cómo nos pasó, de si fue cierto lo de la tacita de plata, de las puertas sin llave, del chorro con códigos.

La vida nos pasó como les pasa a esas mujeres y hombres de algunas clases sociales en las que con 30 años parecen de 60. No es que estemos curtidos, estamos gastados.

Y cuando intento presumir de conocimiento o al menos de comprensión, solo me sale impotencia, un poco de miedo que me ha ido ganando con los años y tristeza, mucha tristeza.

Y no puedo entender cómo en la enorme mayoría de las reacciones públicas -las sesudas, las oportunistas, las burdas, las que suponen conocer y las que ignoran que ignoran- no se advierta, en general, este sentimiento de tristeza.

No estoy diciendo llenar de misericordia el lugar de la Justicia o de contemplación el lugar que corresponde a la represión; digo que todos nos hemos vuelto un poco violentos, descarnados, egoístas.

Una famosa frase del filósofo alemán Friedrich Nietzsche dice que cuando miramos mucho al abismo, el abismo también mira adentro de uno.

Tras largos períodos de olvido, cuando pasan cosas como las del Marconi, la sociedad mira hacia esos lugares con lupa y los interpela desde diferentes lugares. Y sin importar cuánto tengamos, dónde vivamos, con qué grado de honestidad procedamos, la sociedad que mira al Marconi también es observada desde la perspectiva de esa pobreza, de esa soledad, de esa marginalidad, incluso desde la violenta y delictiva.

Y, salvo que asumamos todo esto con mucha soberbia, lo cual en algunos casos parece evidente, deberíamos empezar a pensar si una parte de lo que ocurre no se debe a que quienes nos miran desde el fondo de ese abismo, no ven en la superficie una sociedad mucho mejor, al menos en lo relativo a la comprensión del otro, ese ser tan ajeno pero necesario si lo que queremos es ser una comunidad.

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