Nicolás Tabárez

Nicolás Tabárez

Periodista de cultura y espectáculos

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Pelos, corazones rotos y Sergio Denis: los orígenes de las canciones de cancha se reúnen en el libro ¡Canten, Putos!

El escritor argentino Manuel Soriano recopila los procesos que llevan a los hits radiales a convertirse en clásicos de las tribunas en su nuevo libro
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13 de febrero de 2021 a las 05:04

De local o de visitante, en las buenas o en las malas, cuando juega la selección uruguaya aparece siempre, en algún momento del partido, el “soy celeste, soy celeste, celeste soy yo”. Atrás de ese cantito inocente y hasta un poco infantil, que es el más popular de los alientos para el equipo nacional, están un compositor canadiense al borde de la ruina, un par de actores hippies, Ruben Rada y Valeria Lynch.

Galt MacDermot no tenía un peso en el bolsillo, cuando los actores Gerome Ragni y James Rado le pidieron que musicalizara una obra que habían escrito, sobre hippies, amor, y drogas. El músico aceptó, y las canciones que compuso para la obra en cuestión – el musical Hair – se convirtieron en éxitos. Una de ellas fue Aquarius/Let the sunshine in, una mezcla de dos canciones de cuya segunda parte sale la melodía que entonan los hinchas celestes. En los años 1970, el musical se hizo en Argentina, con Valeria Lynch y Ruben Rada en su elenco. En esos años, la hinchada de San Lorenzo comenzó a cantar “soy de Boedo”, y de ahí la canción cruzó el Río de la Plata, para convertise en el símbolo de “la celeste”.

Ese es el camino que traza el escritor argentino Manuel Soriano en su crónica sobre la canción, que es parte del libro ¡Canten, putos! En él, compila una serie de textos en los que analiza los procesos detrás de las adaptaciones de canciones populares a cantitos de cancha, y como obras sobre amores eternos, corazones rotos, polleras amarillas y hasta jingles políticos, se convierten en cantos de aliento, violencia, y hasta xenofobia.

Algunos de los textos fueron publicados previamente en distintas revistas argentinas y uruguayas. Si bien la mayor parte de los textos se centran en cánticos argentinos – en buena medida porque uno de los ingredientes principales de los textos son las memorias de Soriano y algunos amigos, así como el propio fanatismo del autor por Boca – el lector uruguayo también encontrará algunas referencias al fútbol y a la cultura criolla, ya que el autor está radicado en Montevideo desde hace quince años. Además, la cercanía cultural entre ambos países, y la tendencia desde hace décadas de las hinchadas locales de imitar lo bueno y lo malo de sus símiles argentinas, hace que las tonadas analizadas sean familiares, y que al leer se pueda cantar mentalmente reemplazando al equipo original por el de su preferencia.

“Después de escribir las dos primeras crónicas ya me di cuenta de que podía juntarlas, que si reunía diez u once, tenía un libro”, dice el escritor. “Igual no fue algo que me influyó al momento de la escritura, salvo en las dos últimas, porque si había un libro tenía que haber textos sobre el método de adaptación, por ejemplo. Pero me gustó lo de ir publicándolas de a una”, cuenta sobre el libro, editado por Gourmet Musical, y que está cerca de agotarse en las librerías locales.

De la radio a la cancha

¡Canten, putos! No es ni un libro académico ni una rigurosa investigación periodística, aunque algo de eso tiene. Más bien es una colección de textos que parten de memorias colectivas y de inquietudes personales por uno de los procesos más folklóricos y misteriosos del fútbol vernáculo, que hace que canciones de Bonnie Tyler, Men without hats, la mexicana Sonia Rivas o de Sergio Denis –todos artistas que están lejos de la imagen de machismo excesivo del barrabrava promedio– se terminan convirtiendo en estándares, de esos que toda hinchada sudamericana que se precie de sí versiona de alguna manera.

Algunas de las conclusiones a las que llega Soriano es que la música de moda siempre es una influencia clara para los hinchas. Hoy se siguen cantando en las tribunas canciones que se impusieron en las décadas de 1970 o 1980, cuyas melodías nacen de baladas rock o de melosas tonadas de pop melódico. Hoy por hoy, la tendencia se ha inclinado al reguetón y a la música tropical, aunque los clásicos son clásicos, y son el eje de esta colección de textos.

“Me incliné por los cantitos que uno no sabe muy bien de dónde vienen, que uno tenía metidos en la cabeza, o que la gente incluso los tiene en el inconsciente, pero no sabe de dónde vienen. Esa era la premisa central. Pero después había algunos que pasaba eso y encontraba de inmediato la respuesta, entonces no tenía mucha gracia, y había otros que encontrabas que atrás había una historia. Esa creo que es una de las mejores partes de este trabajo”, explicó Soriano.

Así se cuela en las crónicas, por ejemplo, la historia del cantante estadounidense John Denver, cuya Annie’s song fue versionada por Sergio Denis como Así fue nuestro amor, acercando la melodía a las hinchadas argentinas (y de ahí a las uruguayas; los hinchas de Nacional la reconocerán como la que dice “yo no soy carbonero, yo no soy vigilante, yo soy hincha del bolso, porque tenemo’ aguante”).

Soriano traza un paralelismo entre Denver y Denis, dos cantantes que modificaron sus nombres de origen alemán, y que a su entender, compartían una carrera con momentos de éxito pasados, seguidas de épocas de menor relevancia. “Y hay una cosa ya medio trágica pero al mismo tiempo morbosa y es que Denver murió en un accidente aéreo, y Sergio Denis tiene ese accidente en el escenario, que es un accidente aéreo a muy baja escala. Aparte del cantito, en algunos de los casos, se mezclaba con otras cosas y con otras historias. Cuando me tiraba para ese lado dejé un poco de lado la premisa original a la hora de escribirlas”.

No me importa lo que digan los demás

Usted está leyendo esta nota, y a esta altura ya entendió que quien escribe habló con Manuel Soriano. Yo no le detallo el medio de comunicación con el autor ni cómo fue el proceso de contacto y coordinación de la charla porque no aporta nada al texto. A lo sumo, si no me hubiera contestado los mails o las llamadas, le habría dicho “El Observador intentó comunicarse con Manuel Soriano, pero no fue posible”. Tampoco le cuento cómo descubrí el libro, cómo lo conseguí, ni otros detalles del proceso, porque salvo contadas excepciones, esos elementos del trabajo periodístico no son ni muy interesantes, ni muy glamorosos.

Pero con la libertad de no ser periodista, Soriano lo hace. En sus crónicas muestra los andamios, los ladrillos, y hasta los cimientos de la obra. Y ahí está buena parte del encanto. En que intente comunicarse con algunos músicos y no lo logre. En mandarle una solicitud de amistad en Facebook a un veterano compositor californiano. En perderse en comentarios de YouTube o en búsquedas de Google. Esos pasajes agregan generosas pinceladas de humor y un toque bizarro a estas historias.

Eso empieza a aparecer sobre todo en la segunda de las diez crónicas de ¡Canten, putos! Que de una canción de cancha pasa a analizar un supuesto caso de plagio entre la banda escocesa Belle & Sebastian, la cantante estadounidense Charlene, y el hit de la porteñada La reina de la canción.

“Un amigo que viene del periodismo me decía que le había gustado el libro justamente porque hacía todo lo que no hubiera hecho él desde su oficio de periodista. No hay citas de fuentes ni nada muy riguroso en ese sentido, y también lo de mostrar el esqueleto de todo el procedimiento. Cuando escribí esa crónica me di cuenta que de alguna manera estaba metiendo elementos de la escritura de ficción, como que me había generado una especie de personaje que era yo mismo, pero también era el que hacía cosas que yo en realidad no haría, como mandarle una solicitud de amistad en Facebook a un viejo de California, que era el que había compuesto una de las canciones, que capaz era la que tenía el plagio. Entonces entrar a vichar su Facebook y las cosas que le escriben, todo ese medio de detective, medio de stalker, medio patético, era un poco real y también un poco de la generación de ese personaje que tuve que hacer para escribirlo”, relató Soriano.

Algunos artistas contestan. Desde la familia de Galt MacDermot hasta el brasileño Benito Di Paula, autor de Charlie Brown (la que dice “oh, vamos X vamos, ponga huevo, que ganamo’). Pero para el autor, después de un momento empezó a ser preferible que no le respondieran. “Me di cuenta también de que algunos me iban a responder, pero la mayoría no, entonces tenía que poner esos intentos por llegar para tener cierto andamiaje”, explicó. “En un momento incluso ya no quería que me contestaran, porque ¿Qué me iban a decir? ‘Ay, qué lindo, que interesante’, pero no sé si lo hubiera puesto en el libro. Me pasaba que me gustaba que quedara esa intriga abierta así”.

Otra de las particularidades que hacen que los textos del libro sean tan divertidos como accesibles es que tienen “internet” por todas partes. Desde perderse en comentarios de YouTube, donde personas le cuentan a todo el mundo que perdieron a algún pariente, o recuerdan algún romance de antaño, hasta empezar una búsqueda concreta y terminar en cualquier otra parte son acciones que un internauta promedio ha hecho al menos una vez en su vida virtual. Soriano los convierte en parte de las crónicas, y en algunos casos, hasta en lo más cerca de tener una fuente oficial (aunque hay hinchas que explican los procesos de adaptación, y parte de la imposición de algunos cantitos).

“Esto me lo decían los periodistas también. Nadie lo hubiera hecho tan explícito por internet, habría intentado ir por una hinchada, preguntando, que no sé si fue por vago, pero se me fue dando más así. La misma herramienta me llevó un poco a que le diera la forma a la crónica. Eso de ir perdiéndose, incluso en comentarios y cosas de YouTube o de otras páginas, que te van derivando a otros lugares. Que, si lo pensas un segundo no tiene nada de sorprendente, porque internet es una especie de memoria colectiva”.

Los inadaptados de siempre

En su libro Crónicas del aguante: fútbol, violencia y política, el sociólogo y filósofo argentino Pablo Alabarces plantea que la violencia en el fútbol es inevitable. Sería más sorprendente, escribe, que no la hubiera. No por la frase hecha de “es el reflejo de la sociedad”, y ante una sociedad más violenta, más violentas son las tribunas. “La violencia es eficaz, consigue todos sus objetivos, permite acumular poder, garantiza visibilidad, permite construir colectivos; como decía una vieja propaganda, estimula y sienta bien. Y lo que es peor, es útil, funcional, inclusive para aquellos que dicen querer combatirla. Porque la violencia en el fútbol les brinda argumentos a los ideólogos del control social, a los defensores de las peores hipótesis represivas, a los abanderados del ‘cosa de negros’ (…) y oculta, eficazmente, la trama real: el clientelismo y la utilización política. Todos los actores, en ese movimiento, se presentan como víctimas. O afirman, compungidos, derramando lágrimas de cocodrilo: todos somos culpables, todos tenemos que hacer un mea culpa. Otra forma de decir que nadie es culpable, es la diseminación de la culpa colectiva”.

Pongamos el foco sobre todo en la primera parte de esa frase de Alabarces. Las barras bravas son una minoría entre los hinchas de un club. Los hinchas que van cada semana (salvo en estos tiempos de pandemia) a colgarse de un alambrado, saltar y cantar, son más, pero dentro del colectivo, siguen siendo menos. Pero buena parte del estadio los mira cuando llegan, sigue sus cantitos. Los niños que no entienden del todo, los adolescentes que quieren ser tipos duros, y hasta el señor que en su vida probó alguna droga ilegal, cantan que están “de la cabeza”, que “a estos putos les tienen que ganar” y hasta alguna vez, capaz, “que hay que matar” a los del equipo rival, o que hay que quemar tal o cual barrio, o que los de tal equipo son todos mugrientos y son la vergüenza del asentamiento.

Obviamente esas señoras, señores, niños y jóvenes no quieren matar a nadie, ni avalan el consumo de ciertas drogas. Simplemente replican lo que se ha convertido en la cultura dominante de las tribunas locales. La cultura impuesta por la minoría que ejerce el poder, y que hasta cierto punto, es llamativa. Es colorida, divertida, abnegada. Pero no es la sociedad.

Soriano considera que las canciones no son reflejo, tampoco. “La lógica diría que sí. Pero a veces es medio engañoso. En 1940 los cantitos de fútbol eran una cosa inocente y naif, y mucho menos violenta que ahora. Y entonces tendés a pensar, en 1940 la sociedad también era así, más ingenua, más inocente. Y después ves cosas que pasaban en esa época y no necesariamente era así. Había cosas distintas, obviamente, no iba a haber un cantito que fuera una apología de tomar poxipol, pero si otras cosas. A partir de los 70 es que empieza el giro, aparece en los cantitos de cancha la figura del otro, la hinchada del rival que es el otro, y no es solo alentar a mi equipo, sino separarse del otro, yo soy 'el que tiene aguante' y el otro es 'el vigilante'. Yo cojo, al otro se lo cojen. Y ahora, a veces pasa que algunos cantitos parecen parodias de sí mismos, está la parodia de Capusotto, sobre cómo hacer los cantitos, que le metés 'yuta', 'cagón' y cosas relacionadas que no está tan lejos de la realidad de los cantitos”.

Entonces, la sociedad cambia, las canciones cambian, pero una no necesariamente es reflejo exacto de la otra. Los cantos en las tribunas actuales marcan todas las casillas en la lista de lo políticamente incorrecto: hay machismo, homofobia, racismo y hasta xenofobia (o sino, que le pregunten a los hinchas de Boca, cuyos rivales les cantan que son bolivianos y paraguayos, y hasta en algún momento llegaron a sacar las banderas de esos países con el escudo del club en el centro). Pero para Soriano, puede que eso no siempre sea así. “Una cosa que se pregunta mucho es si con toda la movida de ser más consciente con la homofobia y ese tipo de cosas, va a llegar el momento en el que los cantitos se van a aggiornar. Y por ahora no pasó, pero uno tiende a pensar que en algún momento va a pasar”, consideró.

Sin embargo, el libro del argentino no tiene la intención de desmenuzar las causas y las razones sociales de estos cantitos, aunque están de fondo, ya que son parte de lo que para él es lo más interesante de esta investigación, y lo que considera el mayor hallazgo de este trabajo. La transformación de las canciones, la deformación y como el público se va apropiando de canciones ajenas que pasaron por el filtro de la hinchada. “Haber tratado de descifrar ese recorrido fue lo que más me llamó la atención. Que los autores no tengan mucha idea, como en el caso del Soy Celeste, cuando hablé con familia del que hizo la música del musical Hair, y la viuda se acordaba cuando se la había mostrado en un sótano, no tenían un peso, y toda esa historia de cómo había compuesto la melodía, y todos esos años después aparece alguien en Uruguay que le manda un video de un loro cantando eso. Ese tipo de saltos, y después tratar de ver qué hay en el medio, todo ese ida y vuelta era lo que más me llamaba la atención”.

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