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“El mejor deporte es la vida, y después el básquetbol”

Raúl Ebers Mera no podía moverse de su cama por una enfermedad cuando era apenas un niño y el deporte le cambió todo; bronce olímpico con Uruguay, es una leyenda viviente
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29 de febrero de 2020 a las 05:02

Ha sido una forma no profesional pero sí anímica, de vivir. Lo defino como tal porque desde muy chico comencé con problemas de salud y todavía ahora, con los años que tengo, juego con la Unión de Veteranos. Me mantiene activo y con amigos.

Hace pocos días, lo llamaron desde Holanda para hacerle una nota. Todas las semanas entrena en la Unión de Veteranos  de Básquetbol, en la que juega cada dos años Panamericanos y Mundiales. A sus casi 84 años, Raúl Ebers Mera es una leyenda del básquetbol uruguayo, ganador de la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956.
 
¿Cómo define al básquetbol?

¿Qué problemas tuvo?

Tuve una infancia muy cuidada porque había tenido un reuma de corazón de muy niño y pasé mucho tiempo en cama, sin moverme, sin salir a jugar. Nos mudamos de Arroyo Seco para un barrio más oxigenado a pedido de mi médico y mi padre compró una casita en el Prado y allí pasé mi niñez y parte de mi adolescencia, cuidado. Iba a ver a mis hermanos mayores que jugaban al básquetbol, siempre sin poder jugar. Hasta que el médico de Stockolmo, el Dr. Tornaría (abuelo de Mauro, quien jugó en Olimpia), me dijo que me animara a jugar que él me iba a controlar. Y así empecé en Menores y enseguida pasé a Primera y luego al seleccionado. Aquello que amagaba ser una cosa trágica, resultó ser un beneficio.

Entonces el básquetbol jugó un papel fundamental en su vida.

El mejor deporte es la vida y después el básquetbol. Es paralelo al deporte, por todo lo que te va dando la vida: alegría, satisfacciones, frustraciones. Van de la mano. El rival es de cuidado y no le podemos ganar, pero algún partido le vamos ganando.

Se puso un poco filosófico.

Me salió así, charlándolo con mis nietos. Salió solo.

Usted jugó con sus dos hermanos en Stockolmo.

Sí, al mismo tiempo con mis hermanos mayores, Tapié, Adesio Lombardo y yo. Lombardo fue goleador eterno de Uruguay, goleador en Londres 1948 y Helsinki 1952. En esa época, el básquetbol era amateur y me quería casar, por lo que tuve que salir a trabajar. No me daba mucho el tiempo para jugar. Me gustaba jugar en serio, nunca lo jugué en broma. Incluso ahora en esos picaditos con los veteranos, juego para ganar.

Stockolmo fue especial porque despertó en mí la posibilidad de hacer deporte, después ser campeón, poder jugar en la selección y también casarme, porque mi señora era del barrio y ahí arrancamos juntos y recién cumplimos 60 años de casados.

El básquetbol en aquella época era muy barrial.

Totalmente. No había televisión ni celulares. Los espectáculos que había, si gustaban, había que verlos en vivo. Y allá en el Prado, en la cancha de Stockolmo que era abierta, los pinos estaban al lado de la cancha y estos se cerraban, por lo que estaba “techada” por los pinos. Era un espectáculo. Y era impresionante el gentío que iba a vernos. Nosotros como jugadores y yo en particular, si había partidos importantes, trataba de ir a verlos para ver a los rivales y qué condiciones tenían para cuando los enfrentara, o para copiarle cosas que me pudieran gustar.

Debutó con 16 años en la selección y en el Estadio Centenario.

Sí, en 1953 en el Sudamericano que ganamos. Tenía 16 años. Dos años después fuimos campeones en Cúcuta. El básquetbol de Uruguay se caracterizó mucho por tener goleadores. Y a mí me tocó jugar con Lombardo y Moglia que eran un ejemplo de eso. Tenían un emboque fundamental.  Unos jugadores con una visión de aro tremenda. Los dos fueron tentados para jugar en Estados Unidos, pero a todos nosotros nos gustaba mucho Uruguay.

¿Qué significaba jugar en la cancha que había en la Tribuna Olímpica del Centenario?

Previo a nosotros, yo iba a ver allí a un equipo estadounidense que venía a jugar con jugadores brillantes. Phillips 66ers se llamaba. Tenía un entorno especial porque la Olímpica se llenaba. Era una cosa inmensa. A veces, antes de los partidos, entrábamos a la cancha de fútbol con una pelota para divertirnos. Pero a diferencia de eso, jugar en gimnasios nos beneficiaba, porque nos hacía más precisos en los tiros, en el juego, en el desplazamiento. Acá eran todas canchas abiertas, salvo un gimnasio pequeño que tenía Atenas. En los gimnasios nos sentíamos más a gusto.

¿Quién lo llevó a la selección?

(Prudencio) Pencho de Pena, que era médico y excelente entrenador de Goes. Cuando le tocó ser seleccionador, nos llevó a Óscar Moglia y a mí. Debutamos los dos juntos en el Estadio Centenario. Después tuvimos la suerte de tener a (Héctor) López Reboledo.

¿Cómo era jugar con Óscar Moglia?

Yo estaba acostumbrado a jugar con goleadores y por lo tanto, me resultaba normal buscarlos, tanto a Lombardo como a él. Había una diferencia: Lombardo no pedía la pelota, se colocaba y hacía su juego y era de un emboque fenomenal. Óscar era más exigente, de pedir juego,  porque tenía más recursos. Moglia tenía más plasticidad, más dominio de juego, más “norteamericanizado”, de salir picando, de hacer pases sorpresa, de meterse abajo si le dabas ventaja, se frenaba, abría y tiraba de distancia, entonces era una locura poder marcarlo porque siempre tenía un recurso más. Era muy bien fundamentado y muy intuitivo. Más de una jugada la inventaba, era algo que no veías comúnmente en el básquetbol. Tenía mucha vitalidad para su altura, recursos en defensa también. Pero como a él le resultaba fácil todo eso, pensaba que los demás tenían la misma virtud. Entonces, dos por tres se cabreaba porque se perdía una pelota. Pero no lo hacía para discutir o minimizarte, lo hacía porque le parecía mentira que hubiera errores en algo que sí podíamos tener errores.

Olguiz Rodríguez, el técnico que logró el oro en Helsinki 1952, fue quien le enseñó a usted a tirar con una mano.

Él estaba en el plantel de Reserva de Stockolmo. Y hubo problemas con el técnico y momentáneamente, Olguiz cubrió esa plaza, más que nada porque era ávido de conocimientos y viajaba a Estados Unidos y traía libros. Y un día me subió a Primera donde estaban mis hermanos, trajo uno de esos libros y me explicó que en Estados Unidos había un tiro nuevo que era con una mano, mientras mirábamos las figuras del libro, y yo fui el primero que lo hice en Uruguay. Era una locura porque yo tenía solo 13 años y ya jugaba en Primera.

¿Se tiraba tipo jump o no?

No, empezó a una mano y enseguidita comenzó el jump. En esa época, sin quererlo, los que salíamos al exterior con el seleccionado, traíamos novedades: el doble ritmo, los pases de una mano tipo béisbol y de a poco se iba asimilando en el básquetbol uruguayo.

¿En aquella época se tiraba solo de abajo?

Se tiraba mucho a dos manos de arriba de la cabeza, que era una forma de mantener alejado al rival. También de abajo a distancia, y de pecho.

¿Cómo surgió el viaje a los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956?

Con muchas dificultades. Uruguay ya era bronce en Helsinki 1952, e ir a Australia era muy costoso. Se dudaba de que Uruguay pudiera traer una medalla. Era prácticamente imposible. Apareció el Cr. (José Pedro) Damiani que estaba en Sporting y fue muy importante para que se hiciera el viaje. Él incidió para que se consiguieran recursos para viajar.

Viajaron sin salario ni viáticos.

No podíamos recibir dinero, aunque existía un viático olímpico de US$ 5 diarios para comprarte algo, pero el Comité Olímpico Uruguayo no tenía recursos. Nos hacían firmar por US$ 5 como que los recibíamos, pero no los recibíamos. No llevábamos dinero, ni teníamos premio por actuación.

El viaje debe haber sido toda una odisea en aquella época.

Cinco días, 58 horas de viaje efectivo. De aquí, con escalas intermedias fuimos a Chicago, de allí a San Francisco, a Hawai, a Cantón, a Fiyi, a Sídney y de allí a Melbourne. Cantón era un atolón y había nada más que un aeropuerto y un restorán para parar y seguir. Mirabas de arriba y parecía que el avión no iba a entrar en esa isla. Para llegar a Chicago, antes fuimos por Santiago, Lima, Puerto Príncipe, Maimi y de allí recién fuimos para Chicago. En Australia había dos uruguayos, el cónsul con su familia y un estudiante de Agronomía que estaba en Nueva Zelanda que le dimos el equipo y se vino a la Villa Olímpica con nosotros. Comía, dormía, todo con nosotros. Estaba loco de la vida.

Y de allí a la competencia y la gloria.

Fuimos el equipo que perdió menos partidos después de Estados Unidos: con Francia en el grupo y luego con los estadounidenses. Sabíamos que ellos eran imposibles de ganar. Tenían a Bill Russell –que lo siguen homenajeando cada vez que se define la NBA– y K. C. Jones, dos fenómenos. Entonces López (Reboledo) , que era muy inteligente, cuando nos tocó jugar, dejó fuera a Moglia para que descansara y jugara con todo ante Francia en la revancha por la medalla de bronce, y algo similar nos tocó al resto del plantel que salíamos del partido con Estados Unidos.

Raúl Ebers Mera en su juventud en Stockolmo ante Welcome

¿Qué sintió en el momento de ganar la medalla?

Fuimos a ganarle a Francia porque nos había ganado en la serie. Fue la satisfacción del deber cumplido. Esa cosa tan ansiada pero tan distante. Nosotros mismos pensábamos que era imposible. Pero se dio. Fuimos héroes por un día. Ahí tomamos conciencia de lo que habíamos conseguido y de que aquí en Uruguay se iban a enterar como a las 24 horas. No había comunicación. Solo era por radioaficionado.

¿Recuerda con quién se comunicó primero?

Fuimos todos con un radioaficionado y habíamos arreglado con la familia. Hablabas y cortabas. Te contestaban una o dos palabras y te cortaban para que contestaras vos. Era más emotivo hablar así. Sentíamos las emociones de que en Uruguay había prendido muy fuerte el hecho de haber ganado la medalla.

¿Fue a ver a algún otro deporte en los Juegos o a algún deportista?

Sí, me gustaba hacerlo. Vi fútbol, atletismo. Allí estaba el Duque de Edimburgo, que todavía vive, el esposo de la Reina de Inglaterra. Nos fue a saludar a todos a la Villa Olímpica. Fue muy agradable.

Recibir una medalla tiene que ser muy especial.

Ver la bandera nuestra en el podio era un milagro. Ver una bandera uruguaya y luego el himno, fue tremendo.  Le dieron la medalla primero a Héctor Costa que era el capitán, en el podio, y luego a nosotros, nos la dieron abajo.

El recibimiento en Montevideo fue muy bueno.

Desde el aeropuerto a la Federación la gente se volcaba a las calles, nos saludaba amablemente. Íbamos en una bañadera abierta (se ríe). Cada vez que le cuento a mi nieto, me pregunta: “¿Bañadera?”. No entiende qué eran.

Y les dieron un diploma olímpico.

Luego de las medallas, creíamos que era todo.  Pero al llegar a determinada posición, te dan un diploma. Nosotros no sabíamos nada de eso. Pasaron 28 años y en una de las mudanzas que hicieron del Comité Olímpico Uruguayo, se encontraron con los diplomas. Se ve que habían llegado, alguien los guardó en algún lugar sin saber lo que eran. En todo ese lapso, algún ratón se comió parte del diploma de Milton Scarón y hubo que hacerle una copia.

Mera en la actualidad; con casi 84 años, sigue tan campante

¿Cómo fue la anécdota que tuvo con Amaury de Brasil?

Después de ganar la medalla, nos encontramos y me preguntó qué nos dieron por haber salido medallistas. Y le conté que nos dieron una insignia. Y me contestó: “A nosotros, de haber conseguido una medalla, nos daban una casa y un auto”.

Igualmente, en esa época el amateurismo era tal, que en realidad ustedes no podían recibir nada.

Jugabas por convicción y no se podía recibir nada, estaba penado. Cuando fuimos campeones sudamericanos en Cúcuta 1955, un amigo que trabajaba en Philips, le dio a López Reboledo una afeitadora eléctrica que recién había llegado al país. Una para que se afeitara todo el plantel y la probara. Y le dijo que después, me la dejara a mí como regalo. Al otro día me llamaron de la Federación enterados de esto y me dijeron: “¿Usted tiene una afeitadora?”. “Sí”, le contesté. Y me respondieron: “Usted sabe que no puede recibir estímulos…”. Y la tuve que devolver. Alguien se la habrá quedado (se ríe).

Carlos Blixen, Milton Scarón y usted son los únicos sobrevivientes de 1956. ¿Cómo lo siente en retrospectiva?

Cada uno que se iba era un golpe, como todos los amigos que se te van, pero más con esto que era muy trascendente. Estábamos unidos por un logro común. Nosotros éramos los menores y empezaron a irse los mayores. Se siente la falta de esos amigos. Éramos muy unidos. Blixen vive en España. Con Milton nos vemos muy a menudo.

¿Cómo ve al básquetbol uruguayo hoy?

Está difícil porque nos falta más altura. Ahora bajo la tabla, es la guerra, si no estás bien preparado, te matan. Además, también hay que tener más emboque de triple. El triple es vital. Te simplifica todo, vulnerás enseguida esa guerra bajo la tabla. Esos dos son déficits importantes. En Uruguay no hay tantos basquetbolistas con altura; lo de los triples se puede mejorar. No sé por qué no está en el seleccionado (Leandro) García Morales que es muy bueno en eso. Además, pequeñas cosas que en nuestra época las tomábamos con muchísima seriedad que era que la pelota valía mucho, no la podías perder en los pases, en infracciones. Te lo digo en serio, ¿eh? Un mal pase era algo que no te podías permitir. Una falta técnica como doble dribbling, también te lo cuestionabas. Otra imperdonable, que vos mismo no te lo perdonabas, era errar libres. Era imposible. Te lo metías en la cabeza y por práctica tirábamos 200 libres, por lo menos. Te quedabas después del entrenamiento a tirar muchos libres.

En su época jugaban los titulares y no se movía tanto el banco. Hoy se mueve continuamente y Uruguay quizás no tiene tanto recambio.

Ese es otro tema también. Si no tenés cambios que sigan manteniendo el nivel de los titulares, se te complica mucho en esta época. Antes jugábamos más que nada los titulares. Hoy es muy importante el banco y a Uruguay le falta.

La medalla de bronce que ganó en Melbourne en 1956

¿Cómo es ir a ver a su nieto Federico Soto en Trouville?

Lo disfruté mucho en El Metro que ganó Miramar y tuvo una participación muy buena en la final. En Trouville entra en la rotación, pero no tiene tanta participación. Le pregunté si iba a jugar El Metro y me dijo que va a jugar a Urupán. También voy a ver a mi otro nieto que está en Los Teros, Gonzalo Soto. Anda bien, es grande y fuerte y da clases de rugby en un colegio.

Usted que vio tanto básquetbol en Uruguay, si tuviera que elegir el mejor uruguayo que vio, ¿quién sería?

La pregunta es lógica, pero a mí me gusta separarlos por épocas. En la época que yo jugaba, el fenómeno era (Adesio) Lombardo. Después vino (Óscar) Moglia brillante en su época. Después, (Horacio) Tato López brillante en la suya. Y ahora, si las cosas siguen bien y lo confirma, será Leandro García Morales el de esta época, aunque (Bruno) Fitipaldo es muy bueno también.

¿Hubo algún equipo que lo deslumbró en Uruguay?

En su momento, Sporting, era impecable cómo jugaba en los años de 1950. Estaban Héctor Costa, Fava, Baliño, Roselló, tenía al padre de los Peinado. Tan es así que el equipo de Reserva de Sporting podía ganarle a cualquier equipo de Primera.

 

 

 

LOS PARTIDOS DE URUGUAY EN LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE MELBOURNE 1956

Uruguay 83-Corea 60

Uruguay 85-Taipei 62

Uruguay 70-Bulgaria 65

Uruguay 62-Francia 66

Uruguay 80-Chile 73

Uruguay 79-Filipinas 70

Uruguay 38-Estados Unidos 101

Uruguay 71-Francia 62

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