Lady Di, 1992

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A 25 años de la muerte de Lady Di, revelan que quería ser embajadora del Reino Unido

Su amigo Roberto Devorik contó los proyectos de Diana Spencer, la mujer que rompió los cánones de la realeza británica al apoyar abiertamente a Tony Blair, antes de asumir como primer ministro laborista y confrontar abiertamente con los conservadores
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31 de agosto de 2022 a las 05:02

Diana Spencer nació con los tratamientos de honorable y lady, se convirtió en princesa de Gales tras su matrimonio con Carlos de Inglaterra y se ganó a pulso la fama de “princesa del pueblo” y “reina de corazones”. Pero con 36 años, ya divorciada del heredero a la corona, Lady Di buscaba nuevos horizontes. Pocos meses antes de morir, empezó a idear en secreto la idea de convertirse en embajadora del Reino Unido. Y de la mano del Partido Laborista.

En enero de 1997, puso en marcha su estrategia con un viaje a Angola, un país devastado por 25 años de guerra civil y marcado por una estadística escalofriante: uno de cada 334 angoleños sufría algún tipo de mutilación o amputación por culpa de los doce millones de minas antipersona plantadas durante el conflicto.

Diana aterrizó radiante en Luanda, con unos vaqueros azules y una chaqueta azul marino, y se dirigió directamente a Cuíto, la ciudad con más minas terrestres de África. Su objetivo era pedir abiertamente la prohibición de esos artefactos explosivos y dar visibilidad al drama humano, pero al mismo tiempo quería empezar a dar forma a su nuevo perfil público, más político y diplomático que protocolario u ornamental.

Durante el trayecto entre la capital angoleña y la provincia de Bié, la princesa pudo ver con sus propios ojos las secuelas de la guerra en ese país: cientos de hombres, mujeres y niños sin piernas, deambulando por las calles en sillas de ruedas o muletas. Los representantes de la Cruz Roja y de la Fundación Halo Trust que la acompañaban le advirtieron que la visita iba a ser peligrosa. Unos días antes de su llegada, siete niños habían muerto jugando al fútbol en una zona que, supuestamente, estaba limpia de bombas. 

El Gobierno británico, liderado por el conservador John Major, estaba furioso con Diana. Major y su Gabinete consideraban que el viaje entraba en conflicto con la agenda de Downing Street. El dato no es menor: el Reino Unido era productor de esos explosivos y Lady Di sabía que metía una cuña en su país. Su imagen popular contrastaba con los deseos de la Corona y del gobierno conservador.

Ese fue uno de los tantos mojones que mostraron a Diana Spencer más cerca de los problemas del mundo que de las historias de palacio.

En todo caso, ella se mostraba como más cercana Partido Laborista, que estaba a favor de la desmilitarización del país africano. El viceministro de Defensa Earl Howe describió públicamente a la princesa como una “bala perdida” y “mal informada” con respecto al tema.

“Es una distracción innecesaria. Qué tristeza. Hago una labor humanitaria, no política”, dijo Lady Di como respuesta a las críticas. Solo 24 horas después, hizo lo que ningún político o miembro de la realeza se había atrevido a hacer antes. El 14 de enero de 1997, vestida con una camisa blanca, unos pantalones kaki y protegida con un chaleco antibalas, caminó por un campo minado que Halo Trust que todavía tenía minas.

Los fotógrafos no consiguieron la imagen buscada y le preguntaron si podía repetir el arriesgado paseo. Para sorpresa de todos, Diana, que sabía cómo manejar a los medios de comunicación, accedió y volvió a arriesgar su vida. Esas instantáneas dieron la vuelta al mundo. Al final, los conservadores pagaron un precio por la confrontación abierta con la “Princesa del Pueblo”.

Pocos meses después de estos acontecimientos, los tories perdían las elecciones y el laborista Tony Blair, aliado de Lady Di en esta causa, se convirtió en el nuevo primer ministro.

Aquella visita transformó la campaña mundial para la prohibición de las minas terrestres.

Verla con un chaleco antibalas en un campo minado atrajo la atención de los medios internacionales sobre el tema y cambió la actitud del público mundial”, explica Paul McCann, director de comunicación de Halo Trust, en conversación con EL PAÍS.

Según Roberto Devorik, uno de los mejores amigos de Diana y su confidente durante 16 años, el viaje a África iba a ser el principio de la nueva vida que quería la princesa tras su divorcio de Carlos de Inglaterra.

“Al volver a Londres, quedamos a almorzar”, recuerda Devorik en diálogo con El País de Madrid. “Estaba entusiasmada. Tenía las ideas muy claras.

Ese día me dijo: ‘Roberto, quiero ser embajadora de buena voluntad o itinerante”. Devorik comenzó la relación con ella como su asesor de imagen, en 1980, y terminó convirtiéndose en uno de sus grandes apoyos.

Tras divorciarse del príncipe Carlos, en agosto de 1996, Diana se había visto obligada a renunciar al patrocinio de casi 100 organizaciones benéficas. En medio de sus duras negociaciones con la casa real británica, había solicitado a su suegra, la reina de Inglaterra, ser embajadora de buena voluntad: una diplomática del más alto rango, una ministra acreditada para representar al país y a la reina Isabel II a nivel internacional.

Pero la monarquía no estaba dispuesta a eso. “Incluso me comentó que iba a hablar con el Foreign Office para buscar un papel dentro de la diplomacia. No quería terminar como una princesa dedicada a besar bebés y cortar cintas o, mucho peor, como una princesa en el exilio, cruzada de brazos”, subraya su amigo.

Según Devorik, “en junio de 1996, cuando acababa de divorciarse de Carlos, los Windsor no la invitaron a Ascot. Entonces, ella y yo nos fuimos a Roma. Al día siguiente, la foto de portada del diario The Times no fue la reina de Inglaterra paseando en carruaje en las carreras de caballos. La portada fue para Diana, saliendo del Caffè Greco, en la Via Condotti. Detalles como ese ponían muy nerviosos a los funcionarios de palacio”.

Luego ella fue a campos minados de Vietnam, Camboya y Kuwait. Incursionó en la agenda de las desigualdades sociales y la lucha contra el Sida.

El 25 de junio de 1997, solo dos meses antes de su muerte, subastó 79 vestidos suyos en Nueva York. UN millar de asistentes y una recaudación millonaria que fue a parar a organizaciones benéficas contra el Sida y el cáncer.

En agosto de 1997, se fue de vacaciones a Francia con su novio, el millonario Dodi Al Fayed. En una entrevista con un medio francés volvió sobre las minas antipersona. No dudó en denostar a los conservadores que habían perdido las elecciones y apoyó a Tony Blair, a quien le auguraba “un trabajo fantástico” cuando asumiera como Primer Ministro.

Tenía previsto volver a Londres el 28 de agosto. Extendió el viaje hasta el 1° de setiembre. Según Colin Tebbutt, chofer de Diana Spencer, ella no se habría quedado en París la noche de su muerte si no hubiera sido por las críticas de los políticos conservadores.

“No volvió el día que tenía previsto porque los tories la estaban atacando de nuevo”, reveló Tebbutt el año pasado a la prensa inglesa. “La acusaron de usar la campaña contra las minas para impulsar su propia imagen, lo cual le molestó. Si hubiera vuelto cuando debía hacerlo, tal vez hoy seguiría viva”.

Su muerte en París truncó su sueño de ser embajadora del Reino Unido, pero no su cruzada contra las minas. “Unos meses después de su fallecimiento prematuro, se firmó el Tratado de Prohibición de Minas de Ottawa. Más de 100 gobiernos se adhirieron al acuerdo para eliminar la producción y el uso de estos artefactos explosivos.

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