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El próximo domingo Brasil sostendrá elecciones presidenciales en un ambiente enrarecido con una ciudadanía dividida y desencantada con la política.Son 147 millones los ciudadanos que deberán elegir su presidente entre trece candidatos. Según las últimas encuestas el favorito para ganar en la primera vuelta es Jair Bolsonaro del Partido Social Liberal (PSL). Un candidato que estuvo 22 días internado en un hospital donde se recuperó de un intento de asesinato luego de ser apuñalado el 6 de setiembre durante un acto político en la calle.
Tiene un inmediato competidor: Fernando Haddad del Partido de los Trabajadores (PT) quién se presenta en lugar del expresidente Luiz Inacio Lula da Silva que no lo hizo por encontrarse preso cumpliendo una condena por corrupción. Una corrupción escandalosa que golpeó seriamente a los gobiernos del PT en Brasil –Menselao y Lava Jato- y que finalmente devino en el impeachment de Dilma Rousseff, también del PT, aunque por otras razones.
El discurso de Bolsonaro, que accedió a la cámara de diputados por el estado de Rio de Janeiro hace más de una década, es el peor posible. Es un hombre autoritario y se jacta de ello, no cree en la democracia –parece detestarla– es machista, racista, odia a los homosexuales y defiende la tortura. Llegó a decir la barbaridad de que el problema durante el gobierno militar en su país fue que se torturó demasiado en lugar de matar a los detenidos.
Ciro Gomes del Partido Democrático Laborista (PDL) sostuvo que Bolsonaro “representa la negación de la política y de la democracia, el deseo de prender fuego para ver si vuelve a nacer algo” y agregó: “Jair Bolsonaro representa una cosa profunda que él ni imagina”. El único denominador común que parece tener este tiempo político en Brasil es el descreimiento en los políticos. De no ser así no se explica la popularidad de Bolsonaro y la resistencia del PT pese a no haber procesado aun a la interna la brutal corrupción llevada adelante durante sus sucesivas presidencias, con el desencanto consecuente entre la gente común. La máquina de robar en que se transformó el PT en el gobierno, con la complicidad de los políticos y la burocracia estatal hizo que surgiera de las entrañas de un parlamento incapaz una figura demagoga y populista como Bolsonaro. Alguien a quien muchos adversarios llaman “la cosa” por temor a que mencionándolo se convierta en realidad el miedo a que gane las elecciones.
Brasil se enfrenta a su destino teniendo que elegir entre la oscuridad y las tinieblas. Pese a lo que indican las encuestas es muy difícil decir qué va a pasar. El mundo observa con temor el desenlace de estas elecciones cuyo resultado puede marcar otro giro más en la historia de una convulsionada América Latina. Un continente que parece no querer aprender la lección que dice que a la democracia hay que cuidarla sin titubeos, con honestidad y firmeza.
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