Los brasileños discuten cómo frenar la aterradora ola de violencia que azota al país, dentro y fuera de las cárceles, con propuestas que van de despenalizar el uso de drogas a reforzar el arsenal represivo.
No pasa día sin que la capacidad de espanto se vea desbordada.
Ajustes de cuentas con decapitaciones, asesinatos de agentes y represalias masivas compiten en los titulares con los avatares del escándalo de sobornos en Petrobras y su potencial de hacer saltar en pedazos el sistema político.
La guerra entre facciones de narcotraficantes en las cárceles dejó desde inicios de año cerca de 140 muertos, con grandes masacres en los Estados de Amazonas, Roraima y Rio Grande do Norte.
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En Belem (capital de Pará), al menos 27 personas fueron asesinadas el fin de semana, aparentemente por comandos parapoliciales, en represalia por la muerte de un agente.
En el Estado de Río de Janeiro ya fueron ultimados 13 policías desde enero.
Con una tasa de 21,2 asesinatos con arma de fuego cada 100.000 habitantes, Brasil se encuentra entre los diez primeros países donde es más peligroso vivir, según el "Mapa de la Violencia 2016", publicado por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso).
Ese promedio, que era de 20,7 en 2012, superaba al de México, de 13,6; en Estados Unidos era de 3,6 y en ningún país de la Unión Europea se situaba por encima de 0,5.
Datos que llaman la atención en un país "sin conflictos fronterizos o de religión y sin guerra civil", apuntó el autor del Mapa de la Violencia, Julio Jacobo Waiselfisz, en una entrevista telefónica con la AFP desde Recife (noreste).
"Somos cordiales, somos salvajes", tituló este lunes una columna del diario O Estado de Sao Paulo firmada por el exdirector de política económica del Banco Central, Luís Eduardo Assis.
Assis evoca el clásico "Raíces de Brasil", en el cual el historiador Sérgio Buarque de Holanda definía en los años 30 al brasileño como el hombre "cordial". Pero esa "cordialidad", lejos de ser un valor, "representa (...) nuestra incapacidad de forjar reglas e instituciones, nuestra reluctancia a separar el interés público de los intereses privados", afirma el editorialista.
"Y como en cualquier epidemia, no tiene causas evidentes: donde existe una brecha, se introduce", agrega, al descartar que la crisis económica o las drogas sean los factores determinantes de la sangría.
El desempleo "incentiva los crímenes contra la propiedad" pero tiene que pasar bastante tiempo para provocar un aumento de crímenes contra la vida, explica.
En cuanto a las drogas, "hay intereses de ciertos sectores" en identificarlo como el problema esencial, porque mientras prevalezca la estrategia represiva "se movilizan recursos para el sistema de seguridad".
"No niego que las drogas sean gran parte del problema, pero, ¿por qué un país con menos (porcentaje de) consumidores que Estados Unidos, Noruega o Suecia tiene esa tasa de asesinatos?", se pregunta.Waiselfisz ve en cambio una posible correlación entre nivel educativo y criminalidad.
"La pregunta que debemos hacernos es si hacen falta más cárceles o más escuelas", afirma.
Las masacres en las cárceles volvieron a dar fuerza a las propuestas de despenalizar la marihuana u otros narcóticos, dado que en las hacinadas prisiones brasileñas conviven meros infractores a las leyes de consumo con asesinos consumados. "Son una universidad del crimen", define el analista.
El ministro de Justicia, Alexandre de Moraes, admitió que más de la mitad de los reclusos nunca cometió crímenes graves. "En Brasil, históricamente, se encarcela mucho y se encarcela mal", declaró.
La Pastoral de las Cárceles, de la Iglesia Católica, llamó a desmantelar un sistema de exclusión basado en "la política de guerra contra las drogas, de militarización de la policía, de encarcelamientos provisorios" y de "privatización del sistema carcelario".
La Cámara de Diputados, con mayoría conservadora y una fuerte influencia de la denominada "bancada de la bala", discute en cambio flexibilizar la adquisición de armas, reforzar la penalización de estupefacientes y reducir la minoría de edad penal.
Es una verdadera "contrarreforma" represiva, afirma Waiselfisz.
Y esas posturas cuentan con el apoyo de gran parte de la población, que considera que "el mejor bandido es el bandido muerto", añade.
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