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Camino a la redención: por qué el final de Barry Berkman no podía ser otro
*Advertencia: esta nota contiene spoilers de las cuatros temporadas (y el final) de Barry. Si aún no la vio, es un buen momento para dejar de leer.
Barry Berkman apiló cadáveres durante cuatro temporadas. Apuntó, mató y descartó los cuerpos de incontables almas como cáscaras vacías. Pero ahora, encima de esa pila está él.
“Si no hubiera tratado de entenderme a mí mismo, no estaríamos aquí”, le dice a Monroe Fuches (Stephen Root) cuando conviven en una prisión de alta seguridad, mientras absorben golpes e intentan darle sentido a la soledad que ganaron para ellos mismos. Barry Berkman es consciente de su error: intentar ser alguien más, en una ciudad donde le dicen que todo es posible. Ser actor, ser perdonado, ser feliz.
El asesino a sueldo, convertido en actor, reconvertido en fugitivo, transformado en padre, intenta salir de un círculo de violencia. Una y otra vez lo vimos intentar elegir otra vida que no sea la suya (la de un excombatiente de Afganistán con síndrome de estrés postraumático convertido en sicario que intentó encontrar la salida en el arte). Un hombre nacido de la muerte. Durante cuatro temporadas, de ocho episodios cada una, fuimos testigos del desarrollo de un personaje que en busca de la reconversión fue destruyendo todo lo que veía a su paso. Y, en ocasiones, creímos ingenuamente que había esperanzas.
Una última temporada que se sumergió en las más oscuras profundidades de la serie creada por el exguionista de Seinfeld, Alec Berg, junto con su propio protagonista y director, Bill Hader. Partida al medio, entre la prisión física y la mental, entre el onirismo y la más cruda realidad, la última entrega de la historia tomó giros fascinantes e inesperados que confirmaron que es una de las maravillas de la plataforma de HBO.
“¿Por qué estás tan fascinado con los perdedores?”, le preguntó la periodista Rachel Symeen una entrevista para The New Yorker. “Porque los ganadores son tan aburridos. Hacer un programa o una historia sobre alguien que es rico y poderoso nunca me ha interesado. Nunca los he visto como perdedores, per se. Solo los veo como personas que se interponen en su propio camino”, respondió Hader.
La historia de Barry llegó a su final la misma noche que se resolvió la serie de ricos y poderosos de la misma plataforma, Succession. Y también merece sus aplausos.
"Soy una buena persona"
Barry está convencido de que es una buena persona. A pesar de que ha hecho lo incorrecto y lo ilegal para llegar a serlo. Al comienzo de la última temporada lo encontramos solo y encerrado en sus recónditos recovecos mentales. En una prisión a la que llegó después de ser entregado por una de las personas que más quería, su profesor de actuación y padre sustituto Gene Cousineau (Henry Winkler). Para ser honestos, había matado a su novia.
Y si se preguntaban por la historia de amor de uno de los protagonistas más encantadores de la serie, el jefe de la mafia chechena NoHo Hank (Anthony Carrigan), con el mafioso boliviano Cristóbal Sifuentes (Michael Irby), la relación parece atravesar su mejor momento cuando tienen por delante la posibilidad de transformarse en traficantes de... arena. Pero lo que hasta ahora era un refugio de humor y romanticismo rápidamente termina en traición.
La última temporada de Barry también nos dejó el debut como actor de Guillermo del Toro, que luego del último episodio elogió la serie como un “hermoso experimento, brillante, anárquico, audaz, lleno de invención y humanidad desordenada”.
“Fue el anuncio del talento de Bill Hader como director y guía. Un cineasta elocuente, valiente y culto”, agregó el director convertido en mafioso en la ficción. Y si las habilidades de Hader como director ya se habían trasladado a la pantalla en algunos episodios de la tercera temporada, ahora su visión se apropia de toda la historia. Pero después del último plano, nos quedamos con ganas de más.
Sally Reed (Sarah Goldberg) mantiene sus esperanzas de encontrar su lugar en los estudios de grabación pero cuando es perseguida por un episodio de ira viralizado, ve cómo se le escurren todas las posibilidades de seguir con la ilusión de su carrera en Hollywood. En ese contexto Barry –que logró escapar de prisión en medio de una emboscada anunciada– puede ser un asesino, pero es su lugar seguro.
Oh, wow.
Bajar al infierno, buscar el perdón
Huyen. Ocho años más tarde, Barry y Sally viven, o más bien sobreviven, en el medio del desierto junto a John, el hijo preadolescente interpretado por Zachary Golinger, que desconoce completamente sus verdaderas identidades. En cambio, él conoce a dos fugitivos evangélicos que viven rellenando los vacíos con nombres falsos, cantidades industriales de alcohol, libros de Abraham Lincoln y pasajes de la Biblia.
En esta cuarta temporada el personaje de Sally llega a su versión más oscura, dramática y vulnerable. Llora mucho y deposita toda su ira en el cuello del repugnante cocinero que trabaja en con ella. Está rota, vacía, aislada en una realidad paralela, en una casa en el medio de la nada, una burbuja hiper controlada, una fantasía destrozada. La versión del sueño americano de Barry, en el que recorría góndolas de supermercado con su novia, se transformó en una oscura pesadilla en loop con niños que mueren a causa de una pelota de baseball.
Irónicamente, cuando llegan a ese infierno es que se dan a la religión para encontrar la redención. "Barry necesita que alguien lo perdone. Ves esto mucho con convictos, ya sabes, van a la cárcel y se vuelven religiosos, por lo que tenía sentido para Duffy [Boudreau] y para mí que él se volviera religioso. Pero debido a que es Barry, no lo comprende completamente. Le gusta la idea", dijo Hader en una entrevista con The Ringer.
Pero cuando Mr. Cousineau reaparece, barbudo y con la intención de colaborar en una biopic sobre su historia, el pasado vuelve a golpearle la puerta. Entra a una armería para comprar un revólver con el que dispararle para defender su nueva vida mientras escucha un podcast en el que repasa los 10 mandamientos. No matarás. Y de hecho, por motivos alejados de los religiosos, no lo volverá a hacer.
Los destellos de comedia airean una historia espesa y dramática. Un Cousineau que aferrado a su ego actúa su papel de víctima ante un periodista de espectáculos que está dispuesto a contar su historia, un Noho Hank que abre cajas con las cabezas de los asesinos a sueldo como Cacho de la Cruz en busca del chancho, y un Cuervo que intenta darle una chance al amor de formas más bien absurdas.
Cuando Sally y John vuelven a Los Ángeles en busca de Barry, son secuestrados. Y es en ese momento, cuando piensa que la muerte es inevitable, es cuando finalmente lo entiende: ella tampoco es una buena persona. Ni una buena madre, si vamos al caso. Pero una de las mejores escenas del último episodio retoma la crítica de Hader a la sociedad norteamericana, cuando Barry le compra dos fusiles automáticos a una adolescente en un supermercado como quien compra un Bubbaloo y camina armado como Rambo entre un pasillo de juguetes infantiles para intentar salvar a su familia de la única forma que sabe hacerlo: entregándose a la violencia. Aunque cuando llega encuentra a Noho Hank muerto en las manos de oro de la estatua de Cristóbal, un montón de matadores muertos, y a su hijo intacto junto al hombre que lo reclutó para convertirlo en una máquina de matar, Monroe Fuches.
Sin embargo, la mañana siguiente Barry se despierta solo otra vez. Porque la historia de Sally, su pareja y la mujer que la noche anterior se había dormido a su lado en esa misma cama, es una historia de abuso y escape. La actriz logra escapar por segunda vez de una relación abusiva, esta vez con su hijo, dejando atrás todas sus ambiciones por una vida más honesta. Con la oportunidad de reconstruir su maternidad.
En el camino de la redención hay esperanza. Esperamos que Barry se entregue, que diga la verdad, que finalmente salga del espiral de balas y muerte. Pero Gene Cousineau le pega dos tiros cuando lo encuentra en el living de su casa: uno en el hombro, otro en la frente y solo alanza a decir "oh, wow". No había otro final para Barry.
Epílogo: los héroes y los villanos de Hollywood
Realmente, el final de Barry llega 10 años después de su muerte. En un epilogo que encuentra a Sally y John en alguna parte de los Estados Unidos.
Sally es una más entre el puñado de personas que llegan cada día a Los Ángeles con el sueño de convertirse en una estrella. A lo largo de las cuatro temporadas la vimos alimentar su sueño, a veces con talento y en ocasiones con maldad, para terminar dando clases de teatro en un escuela secundaria. Finalmente se abraza a la simplicidad de su pasión por la actuación. Y eso, después de todo, es más que suficiente.
John ve a escondidas de su madre la película de la vida de su padre. Es ahí donde encuentra la redención que Barry tanto persiguió: en Hollywood. En el epílogo de la serie, Hader vuelve a criticar a la industria del cine. Una máquina de ficciones que define quiénes son los héroes y quienes son los villanos con poco apego a la realidad. Una industria que finalmente contó su historia y transformó al sicario en un héroe de guerra, y al profesor con una vida arruinada en un asesino salvaje e inescrupuloso.
Oh, wow.
