Fabián Canobbio presidente de Progreso<br>

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Canobbio en el corazón del barrio

El presidente del gaucho charló de lo tóxico del ambiente futbolero a las llamadas con Tabaré Vázquez
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29 de enero de 2018 a las 05:00
La gambeta salió limpita, dejó dos tipos por el camino y el recurso le hizo honor al 10 que llevaba en la espalda. La hinchada de Danubio se levantó de los asientos esperando el golazo. Pero pasó lo peor.
El protagonista sintió un latigazo y quedó fulminado en el piso mientras en Jardines del Hipódromo no volaba una mosca. Se confirmaba lo peor.

Fabián Canobbio se rompía el tendón de aquiles del que había sido operado dos veces y esa nueva rotura le ponía fin a una carrera que lo llevó por Peñarol, Valencia, Celta de Vigo, Valladolid, Larisa, Fénix y Danubio con Progreso como escala permanente en el corazón. "Pido una mesa y me traen una lámpara", dijo Rafael Benítez, el DT de Valencia, cuando el talento de Canobbio llegó para suplir el sacrificio del argentino Cristian González.

Lámpara fue el apodo que lo acompañó por Europa donde se consolidó como un jugador capaz de resolver todo en segundos en base a su magia.

Ahí, en el piso de Jardines y al borde de las lágrimas, Canobbio no imagina el futuro convertido en presente, ese que lo tiene como presidente de Progreso en su retorno a Primera y con el presidente de la República pendiente.

¿Se le pasó por la cabeza en algún momento de su carrera que iba a terminar siendo presidente de Progreso?
No, ni siquiera se me pasaba por la cabeza seguir vinculado al fútbol. Como jugador disfruté muchísimo, pero nunca fue una motivación seguir vinculado porque no me atraía el ambiente. Ni siquiera hice el curso de entrenador. Se fue dando por las ganas que tenía de colaborar con el club y por las circunstancias que atravesaba.

¿La perspectiva del fútbol como una industria cambia mucho una vez que se deja de ser jugador no?
Sí, porque el fútbol es complicado, el ambiente no es fácil y cuando uno juega vive en una burbuja. Estás rodeado de compañeros y es un hábitat seguro. Pero afuera y cuando se rompe esa burbuja todo se complica. Por eso no quería ser entrenador ni representante. Mi llegada a la presidencia se dio porque es Progreso y el club puede hacer cualquier cosa conmigo porque sabe el cariño que le tengo. Estoy rodeado de gente de confianza y que le son muy fieles al club: son todos laburantes y eso me motivó a ponerme espalda con espalda con ellos.

¿Con quién consultó al momento de dar ese salto?
Fue un proceso natural, lo hablé con algunos compañeros y armé un planteo con mi personalidad y mis puntos de vista. Si ellos, que eran dirigentes con más experiencia, veían que podía asumir un mando con mis características yo iba a agarrar. Me vieron bien y acá estoy, pero esto es peligroso porque en el fútbol muchas veces te entusiasman a asumir cargos y después los resultados no llegan y te dejan solo. Yo por suerte tuve la tranquilidad desde el minuto uno sobre cómo iban a ser las cosas.

¿El Canobbio presidente extraña un poco al Canobbio jugador?
No siempre, pero hay momentos en que se extraña mucho. Durante el campeonato bajaba al vestuario y ver los zapatos, las camisetas prontas y los jugadores hablando me hacían sentir un cosquilleo por todo el cuerpo. Creo que el jugador de fútbol interno no se muere nunca: podré ser un buen o un mal directivo, pero voy a ser futbolista toda la vida.

Usted es ídolo de Progreso y cuando asumió como presidente el club estaba en Segunda División; tenía mucho prestigio por perder.
Sí, totalmente, pero una de las cosas que me empujó para agarrar fue que cuando volví al club vi a mucha gente decepcionada. Yo me crié acá adentro, en un club que tiene un barrio que se involucra y que lo empuja. Progreso y La Teja siempre fueron lo mismo y la gente siempre estuvo, daba una mano con jornadas de limpieza o se ponía a la orden del club. En los últimos años sentí que la gente se había decepcionado y estaba alejada. Yo quería demostrar un compromiso y conozco a casi todos los hinchas que tiene Progreso (risas) o a casi todas las familias. Ellos saben que las cosas que hago son de corazón y se volvieron a involucrar. Ver en el último partido el Paladino lleno me emocionó y me hizo volver al pasado. Me vi de niño yendo a la cancha con mi familia y eso me llenó de satisfacción.

¿Y cuando abrió la puerta qué encontró?
Encontré un club desorganizado, pero eso es muy normal en el fútbol uruguayo. Los clubes que son la excepción son los que están ordenados. Trabajamos mucho, tenemos una línea en juveniles con un trabajo invisible y en silencio de mucha gente que le pone el hombro.

Hubo una foto suya barriendo la cancha ya como presidente que recorrió el mundo. ¿Cuesta
entender que un jugador que pasó por Europa pueda estar al frente de un club de barrio?
Me sorprende que tenga tanta repercusión ver a una persona trabajando y dando una mano en un lugar que uno considera su casa. Es como que me saquen una foto ayudando a mi hermano en una mudanza. Es lo más normal del mundo. Por mi imagen tuvo repercusión, pero lo único que hago es contagiarme de compañeros que laburan todo el día. Un día barremos la cancha, al otro día cargamos hielo y otro día ayudamos al utilero con los bolsos. Partimos de la base del compañerismo y queremos un club unido. Desde el presidente hasta los empleados todos nos damos una mano. Si el club puede recuperar la identidad y ser un club familiar yo voy a estar siempre a la orden y encantado de la vida.

¿Se mete en la charla técnica con el entrenador o es un área en la que prefiere delegar?
Con Marcelo hablamos cosas puntuales, nos conocemos hace años y después del entrenamiento tomamos unos mates para hablar de fútbol. No se me ocurre meter mano en el equipo o elegir jugadores; ellos estudiaron para eso, yo no lo hice y son ellos los que tienen que dar la cara todos los días ante un grupo de 23 jugadores.

¿Se puede sostener una idea de juego sabiendo que van a luchar por mantener la categoría?
Las metas de Progreso están en seguir creciendo y tenemos que tener una cuota de ambición. No queremos jugar con el fantasma del descenso en la mente. Lo más difícil en el fútbol es tener paciencia y ese tiene que ser nuestro lema.

¿Habla seguido con el otro presidente?
(Se ríe) Si, con Tabaré (Vázquez) hablamos porque después del ascenso me llamó para felicitarme y decirme que estaba muy contento. Progreso tiene esas cosas muy surrealistas que hacés todo a pulmón y llegás a tu casa y te llama el presidente de la República para decirte que está loco de la vida y que te agradece el esfuerzo. Sus hijos y sus nietos vienen siempre a la cancha. Él por una cuestión lógica no tiene mucho tiempo, pero siempre está cerca del club. No importa la posición en la que está: él nunca se olvidó de sus orígenes y eso nos llena de orgullo.

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