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Carta abierta al presidente

Carta de la lectora Itatí Schvartzman al presidente de la República, Luis Lacalle Pou
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25 de enero de 2021 a las 05:00

Por Itatí Schvartzman

Señor presidente de la República Oriental del Uruguay, Luis Lacalle Pou, de mi mayor consideración:

Soy una persona de bien, que ha vivido siempre de su trabajo. Pese a poseer una rarísima e incurable enfermedad, (por la cual podría haberme acogido en derecho a eximirme de toda tarea y vivir de una correspondiente pensión desde muy jovencita), no quise hacerlo y trabajé desde mi temprana juventud sin cesar, honrando el ejemplo de mis ancestros y dedicando mi vida a la cultura del trabajo, del esfuerzo, del ejemplo, del respeto a las leyes.

Pese a que todo me ha costado el doble o triple por mi frágil salud, he intentado vivir en coherencia con los valores que pregono. He formado una familia en Uruguay, lo cual me enorgullece y me llena de esperanzas a futuro en esta tierra que amo y que nos ha enseñado que la honestidad, la igualdad de derechos y deberes ante la ley y la democracia se construyen cada día con el ejemplo. Ejemplos que deben darnos quienes nos gobiernan, porque se supone que son personas más capaces e íntegras para las responsabilidades asumidas, las que deben ser transparentes, objetivas y ejemplificadoras, en pos de la consolidación de la conciencia colectiva, la moral general y la convivencia igualitaria en derechos.

Esta República que usted tiene el honor y la responsabilidad de hoy presidir, tiene una tradición histórica de conocer y aceptar la condición de la otredad y asumirla desde el valor de ser tan valiosa o más que la propia, y por tanto, básica para la coexistencia democrática, igualitaria en valores, derechos y obligaciones. Las desigualdades ante la ley, los favoritismos, las extralimitaciones: son ofensivas, entrañan una suerte de violencia moral, destinada inexcusablemente a perder absolutamente el respeto y la confianza en nuestros gobernantes. Pero, sobre todo, son anticonstitucionales. (Artículo 8: "Todas las personas son iguales ante la ley, no reconociéndose otra distinción entre ellas sino la de los talentos o las virtudes").

Que Jorge Larrañaga, ministro del Interior, sea noticia hoy en todos los medios por "trasladarse a Argentina para someterse a una cirugía mínimamente invasiva por estrechamiento de columna lumbar y regresar a sus funciones a Uruguay en poquísimos días", según el propio ministerio, despierta una gran injusticia para con la otredad, en la cual me incluyo.

Soy una persona empática, puedo entender perfectamente lo que es el dolor físico y lo que genera en una persona. Además de mi complicada enfermedad convivo con ocho estrechamientos de columna, idénticos al único que aqueja a su ministro. Pero el dolor más profundo, presidente, es el de tomar conciencia que no estamos en igualdad de condiciones ante la ley. Que hay personas que pueden ir contra la otrora gloriosa y confiable institucionalidad de este país, donde la gente fue educada para ello.

No me corresponde a mí señalarle que su Ministro está obrando mal, y que usted lo está permitiendo. Sí me corresponde cargar el dolor de entender que algo ha cambiado, y no hablo de signos políticos, sino de conductas que generan una desproporción y desigualdad entre ciertas posiciones y el resto de las personas. Actitudes que están en las antípodas de la pretendida humildad que usted proclama y por la que este glorioso país se ha caracterizado siempre.

Es una actitud de mala utilización del poder, cuando es usted, quien, precisamente, tiene el deber constitucional de proteger y garantizar la más amplia igualdad de deberes y derechos. Déjeme contarle que tengo a mi madre y a mi padre (85 y 94 años respectivamente) en Argentina, a quienes visitaba mensualmente hasta la pandemia. La salud de ambos agravó en este casi año que no puedo visitarlos. Hace unos días, la salud de mi padre se complicó de tal manera que intenté hasta lo imposible para conseguir un permiso y trasladarme, junto a mi marido e hija, e ir a ayudar en la gravísima situación. Por supuesto, me fue explicada una y otra vez la gravedad pandémica que lo llevó a usted a tomar la decisión del cierre de fronteras, y que dicha medida era sin excepciones.

No puedo explicarle en palabras lo que ello me produce. La impotencia de no poder estrechar en un quizás último abrazo a mi ejemplar padre, de aliviar aunque más no sea por un par de días, el enorme sacrificio de mi anciana madre. Nunca he sentido un dolor tan fuerte y una impotencia tan espantosa que me enferman día a día. Pero lo acaté, por supuesto. Y como yo, cientos de personas con historias personales y familiares que involucran a ambas orillas y que hoy son dolorosísimas hemos acatado sus medidas.

Pero permítame contarle lo que indigna comprobar que sí hay "excepciones", que parece que usted no considera que, con ellas, nos hace ingresar sinuosamente en un camino sin retorno. El de comprobar que la gente, las historias de su gente, no significan nada para su gobierno. Que un ministro sea una "superpersona" a la que nosotros no igualamos en derechos es una actitud absolutamente despreciativa del valor de la gente " de a pie".

No pretendo la exégesis del comportamiento de su ministro o de usted. Sí pretendo pueda tomarse unos minutos en su preciado tiempo para asumir la afrenta a la que nos somete al hundir los históricos valores uruguayos en un impensado barro que nos hunde a quienes no gozamos de más privilegios que ser personas de bien, sin amiguismos ni poder. Pero sobre todo, al someter con estas actitudes al desprestigio de las instituciones que, con la vida -literalmente-, muchos antes de usted han defendido en este país.

Con todo respeto me pregunto ¿qué noción de respeto puede impartir su ministro? ¿Y usted, señor presidente, contribuyendo con estas actitudes indulgentes e impunes a socavar toda nuestra confianza? ¿Se ha preguntado, en plena pandemia, qué mensaje da a la ciudadanía sobre la confianza en la salud uruguaya un ministro que va a operarse de algo sumamente simple a otro país? ¿Y por qué a su ministro no lo alcanzan sus medidas "sin excepciones", señor presidente?

Me despido, señor presidente, recordándole que usted nos debe, respeto y consideración, coherencia e igualdad ante la ley, ante las instituciones y ante las medidas que usted toma. Sin más, saludo atentamente agradeciéndole su atención.

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