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Colombia, un país polarizado que le dio la espalda a Santos y ahora decide entre la izquierda o la derecha

La primera vuelta marcó la derrota del centro político; la presidencia se definirá entre el uribista Iván Duque y el exguerrillero Gustavo Petro
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03 de junio de 2018 a las 05:00
El gran ganador de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia el pasado domingo fue la polarización del país. Puede decirse que perdió el centro y ganaron los extremos. Esa es solo una forma de ver el resultado en el prisma de la complejísima realidad política colombiana. También puede decirse, en términos generales, que perdió el actual presidente, Juan Manuel Santos, y ganó su bestia parda, el expresidente Álvaro Uribe, antiguo aliado, hoy némesis ubicua del mandatario. O que perdió el acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC tal como lo conocemos, y se impuso el deseo de quienes pretenden reformarlo.

Sin embargo los reduccionismos no siempre ayudan a entender el todo de una decisión electoral. Y hay otros factores no menos importantes que hablan de una sociedad colombiana en transición y permiten avizorar un futuro de cambio en el horizonte.

Desde luego ganó y por amplia ventaja (cerca del 40% de los votos) el candidato del Centro Democrático, Iván Duque; un joven dirigente de 41 años ampliamente considerado como el candidato del uribismo, que se ubica a la derecha en el espectro político colombiano. Mientras que los dos candidatos impulsados por el presidente Santos, su exvicepresidente Germán Vargas Lleras (centroderecha) y su principal hombre en los acuerdos de paz, Humberto de la Calle (centro), no lograron entre ambos superar el dígito en las preferencias de los colombianos.

Vargas Lleras, con toda la maquinaria política detrás de su candidatura, se quedó en un magro 7%. Y De la Calle, aun con el apoyo de su agrupación, el Partido Liberal —de trayectoria histórica en Colombia—, ni siquiera estuvo cerca del "umbral" de votación, fijado en el 4%, para librarse del reintegro de los gastos de campaña. Y se vio en la penosa e inédita situación (algunos en Colombia han dicho "desvergonzada") de salir a pedir una colecta por las redes sociales para subsanar su deuda con el Consejo Nacional Electoral.

En cambio, quien pasó a la segunda vuelta, con el 25% de los votos, fue el candidato de la izquierda, Gustavo Petro, un exguerrillero del M-19 pero que ha tenido una larga trayectoria política en la democracia colombiana desde su desmovilización a fines de los ochenta. Ha sido diputado, senador, candidato presidencial; incluso entre 2012 y 2015 encabezó una polémica administración como alcalde de la ciudad de Bogotá. Sin embargo es considerado por muchos como el candidato "antisistema", y señalado de "populista" y cercano a la figura del extinto líder venezolano Hugo Chávez.

Entre estos dos va a estar el próximo presidente de Colombia. Y la experiencia indicaría que, con un margen tan holgado en primera vuelta, el favorito para alzarse con el balotaje sería claramente Iván Duque. Sin embargo, los resultados del domingo pasado marcaron la existencia de un importante sector al centro del electorado que hará las veces de péndulo en esta segunda vuelta y que, dados los delicados equilibrios de la actualidad colombiana, podría revertir las tendencias. Ahora mismo se ve difícil que Petro pueda dar el batacazo el 17 de junio; pero no es imposible.

Y es que en un muy cercano tercer lugar, pisándole los talones a Petro, a apenas un entero y monedas de distancia (con el 23,73% de los votos), llegó el candidato de centro Sergio Fajardo. Esos más de 4 millones y medio de votos son ahora el pedazo de la torta más apetecible para los dos aspirantes aún en carrera. Y no está muy claro con quién se van a ir. Fajardo ha dicho que él votará en blanco y que deja a sus electores en libertad de acción, lo que ha venido a redoblar estos días las calificaciones de "tibio" que se le achacan en una sociedad tan dividida. Aunque su compañera de fórmula en esta elección, Claudia López, si bien dijo no apoyar a ninguno para la segunda vuelta, dejó muy claro que "no votaría nunca" por Duque, y espera que sus votantes tampoco lo hagan. Lo que en los hechos significa un respaldo a la candidatura de Petro.

Y en general es de esperar que la mayoría de esos votos se decanten por el candidato de la izquierda. Pero aun así, la remontada que debería pegar Petro para ganar es de unas dimensiones difíciles de concebir. Sobre todo habida cuenta de que los votos de Vargas Lleras —ese casi 1 millón y medio nada desdeñable— se irán en su enorme mayoría con Duque.

Así pues, el pronóstico no es del todo sencillo. Pero lo más seguro es que sea Duque quien se calce la banda presidencial el próximo 7 de agosto y ocupe la Casa de Nariño por los siguientes cuatro años.
¿Qué ha ocurrido entonces? A la vista de estos resultados y sus proyecciones para la segunda vuelta, la primera conclusión que se puede sacar es que un sector muy importante de los colombianos no está satisfecho con el acuerdo de paz firmado en La Habana y quiere reformarlo. Más allá de la polarización y de todo el ruido electoral, para muchos colombianos el acuerdo con las FARC garantizó la impunidad de varios jefes guerrilleros acusados de crímenes atroces, no se reparó a las víctimas; y la justicia transicional, conocida en este proceso como Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), hasta ahora no ha funcionado de modo de apaciguar esos reclamos.

Por si esto fuera poco, el asegurarles un número de bancas fijo a las FARC en el Congreso para su reincorporación a la vida política —independientemente de los votos que obtuvieran en las urnas— despertó una gran indignación. Las heridas de la guerra y las atrocidades cometidas durante más de 50 años por las FARC aún están muy presentes en el imaginario colombiano. Y para rematar, que el gobierno de Santos haya continuado con la implementación de los acuerdos poco después de un plebiscito en su contra contribuyó a ensanchar aun más la brecha.

Por otro lado, hay un gran número de colombianos que apoya el acuerdo con las FARC. De ahí parte precisamente la gran polarización de la sociedad, además de la propia figura de Uribe, ya que es en torno a este que se dividen las aguas. Uribe o no Uribe, ese es el dilema. Punto. No es que el odio a Uribe se traduzca en amor por Santos. Los que apoyan la paz con las FARC, en su abrumadora mayoría, no son partidarios ni simpatizantes de Santos. Tal como quedó demostrado el domingo.
De modo que Santos no tiene el favor de los partidarios del acuerdo, y tiene el odio de los seguidores de Uribe, que además de todo lo consideran un traidor por haber renegado de su mentor político una vez que llegó a la Presidencia.

Es así que se da una situación muy peculiar en Colombia: la desmovilización de las FARC fue un logro mayor, que sin duda ha contribuido a reducir la violencia en varias zonas convulsionadas del país. Pero la manera en que se hizo, la impopularidad y resistencia que despierta la figura de Santos, y en algunos casos hasta su premio Nobel, otorgado inmediatamente después de perder el plebiscito, solo ha dividido más a la sociedad. Y si a todo ello se suma lo que en Colombia se conoce como "la mermelada" (término acuñado por Uribe), el uso de recursos públicos del gobierno Santos para comprar voluntades, a pocos puede llamar la atención que el domingo los colombianos hayan vuelto a decirle no al presidente.

A pesar de todo, un nuevo tiempo parece avistarse en el horizonte de Colombia, que pronto dejará atrás a estas dos grandes figuras que han dominado la política colombiana durante los últimos 15 años. Y algo que Duque, si gana, deberá tener muy en cuenta: una fuerza de centroizquierda empieza a perfilarse, si bien un poco a los tumbos.

Durante décadas la izquierda política en Colombia estuvo eclipsada y desacreditada por la violencia de las FARC. En una sociedad profundamente estratificada (tan estratificada, que se divide precisamente en "estratos": 1, 2... y así hasta 5), con poderosos resabios coloniales y una exigua clase media, la inexistencia de una izquierda democrática con respaldo popular solo puede explicarse por el baldón de la guerrilla.

Ahora en cambio una izquierda moderna, vinculada a las nuevas banderas de los derechos de las minorías y la comunidad LGBT, el medioambiente, los derechos humanos y las políticas de género empieza a tomar cuerpo. Y Duque estaría llegando a la Presidencia con un fuerte apoyo de las iglesias cristianas y de algunos sectores conservadores que abominan de esas políticas. Deberá saber muy bien cómo navegar esas aguas, tanto como administrar los equilibrios en torno a la paz y la agenda del uribismo.

Pero tanto él como Petro parecen políticos muy bien preparados para enfrentar los desafíos de Colombia, que, más allá de todos sus problemas, ha sabido mantener una democracia respetable y con instituciones sólidas contra viento y marea.

No será la guerra total, la destrucción de los acuerdos, ni la perpetuación del uribismo si gana Duque, como señalan sus detractores; ni será la hecatombe, el fin de la propiedad privada, ni la metamorfosis de Colombia en Venezuela si gana Petro. La Colombia pos-Uribe-Santos augura cosas buenas. Y a su manera, ambos líderes habrán contribuido a ello.

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