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Conozca a Gonzalo Aemilus: Un cura del siglo XXI

Gonzalo Aemilius es cura, tiene 34 años. Fue un adolescente tipo: salía a bailar, escuchaba rock and roll, tenía pelo largo y novia. Hoy, es un cura atípico: usa términos en inglés, tuitea, tiene un blog y va a recitales de rock
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06 de agosto de 2012 a las 09:32

Esta nota fue publicada en la décima edición de la revista mensual de El Observador, Seisgrados, en su edición de agosto de 2012

El liceo Pedro Poveda lo marcó. “Ahí tuve una de las experiencias más hermosas de mi vida, porque descubrí lo que es la experiencia de fe”. Su acercamiento con las teresianas, que llevan adelante el Poveda, fue clave para Gonzalo. “Ellas son laicas consagradas que entregan su vida a los demás, pero no parecen monjas, tienen sus trabajos y de apariencia son mujeres comunes y corrientes”. A Gonzalo no le iba mal en el liceo, por lo que sus padres no podían “retarlo mucho”. Él tenía una vida tan activa que entraba y salía de la casa todo el tiempo. “Mi padre me decía ‘esto no es un hotel’, pero como yo cumplía con mis obligaciones, no podían decirme mucho más que eso”.

A los 17 o 18 años, en el momento de decidir su futuro profesional, que parecía iba a estar en la contabilidad (profesión de su padre), Gonzalo contempló la posibilidad de dar la vida por los demás. “Empezaba a preguntarle a Dios: ‘¿Para qué estoy? ¿Para qué nací?’. Y ahí empezaron todas las dudas de cuál era mi misión en la vida”. De a poco Gonzalo fue inclinándose hacia el lado de la fe. Desde que entró al Poveda y comenzó su religiosidad, sus padres, aunque no eran creyentes, nunca le pusieron trabas, le dieron la libertad hasta para bautizarse, tomar la comunión y confirmarse. “Otros te pueden ‘cortar el mambo’, pero ellos al revés, saben orientar, proteger, cuidar y siempre me dijeron que sí a todo, mientras no hiciera mal y fuera responsable con mis actividades. Si quería salir a bailar me dejaban, pero me advertían: ‘Mañana te tenés que levantar y tenés una responsabilidad’. En ese sentido, me educaron mucho en el deber ser”.

“Acá se vivía jugando al fútbol, hoy se juega al rugby también. Está buenísimo como herramienta educativa, canaliza la energía y se forma un espíritu de cuerpo, de amistad y de superación que es increíble. Me encantó como filosofía y forma de educación. Además, buscamos cosas nuevas, que generen valor y que a su vez, permitan darle a sus vidas un plus que capaz hasta ahora no tenían”

Mirá, papá, que voy a ser cura
Gonzalo, el adolescente que usaba pelo largo y escuchaba rock and roll, el que tenía que atarse el pelo para que lo dejaran entrar al colegio, el que tenía novia, salía a bailar y hacía lo que cualquier joven de su edad hacía, quería ser sacerdote. Y si bien tenía sus dudas, estaba dispuesto a probar. “Estaba en todo ese dilema, y un día fui a misa y escuché una lectura que me encantó, la del joven rico: se acerca un joven y le pregunta a Jesús: ‘¿Qué tengo que hacer para lograr la vida eterna y ser feliz?’ Y Jesús le responde: ‘Cumple los mandamientos’. El joven le contesta: ‘Lo vengo haciendo desde chico, ¿qué más?’. Y Jesús le dice: ‘Vende todo, ven y sígueme’. Fue como que… capaz que es un bolazo, pero yo venía cumpliendo todo. Entonces ahí, con 18 años, dije, ‘perdido por perdido, si no es, no es’. Y me vino una felicidad tan grande que salí de la misa con la decisión tomada”. A nivel personal estaba decidido. Lo que seguía era igual o más difícil que la propia decisión. “De ahí, ir a decirles a mis viejos: mirá, papá, voy a ser cura”. Hubo muchas idas y venidas, algunas relacionadas con los prejuicios que una familia no religiosa tenía sobre la vida de los sacerdotes. Luego de estar días sin hablarse y de un tiempo lógico de procesamiento y asimilación, el padre de Gonzalo le escribió una carta que decía: “En la vida traté de darte dos cosas: alas para que vueles alto y una pista de aterrizaje para que tengas siempre donde estar parado”. “Todavía tengo la carta que me dio”, confiesa Gonzalo, que explica que si bien sus padres quedaron impactados con la abrupta novedad, lo ayudaron a decidirse. “Papá con el deber ser sobre todo; mamá con la ternura, la paciencia, la pasión y la acción”. Gonzalo había declarado su deseo de entrar en el seminario a su familia. “Después… decirles a mis amigos, la mayoría no creyentes, fue lo más difícil. Una vez fuimos a bailar y me agarraron cuando nos volvíamos con la intención de sacarme una confesión y me preguntaron: ‘A ver…, ¿vos querés ser cura en serio?’. Respondí que sí con mayor firmeza aun, y de ahí en adelante nunca me volvieron a preguntar si estaba seguro” [risas]. Hoy ha casado a muchos de ellos y bautizado a los hijos.

Seis años de noviazgo
Ya estaba todo dicho. Gonzalo comenzó el seminario. “En ese lugar empezás la formación, la etapa de ‘noviazgo’, tenés que cortar con un montón de cosas porque estás ‘de novio’, tenés que hacer letra y portarte bien. Digo ‘noviazgo’ por buscarle un paralelismo dentro de lo social. En el seminario estudiás teología diariamente y con una carga horaria importante. Mientras, hacés tu proceso de discernimiento y vas descubriendo si es lo tuyo o no. Se profundiza en temas como la vida del cura, la Iglesia, la vida pastoral y la misión de cada uno. Creo que el estudio no es lo más importante, lo fundamental es esa experiencia de contacto con la gente en las comunidades que vas descubriendo”. Gonzalo, además de tener varias experiencias en parroquias, fue al cotolengo, otro lugar que lo marcó muchísimo. “Aprendí sobre el amor gratuito, a hacer algo por otros solo por el hecho de hacerlo y, además, reafirmó mi idea de que las personas somos más de lo que aparentamos. En el cotolengo, ¿qué esperas encontrarte? ¿discapacitados? Sin embargo, detrás de eso que aparenta, hay mucho más. Empezás a ser testigo de esa vida. ¿Qué terminó de ayudarme a decir yo quiero esto para mí? El modelo de mucha gente que se fue cruzando en el camino. Especialmente porque a mí me fascina Jesucristo porque tiene actualidad, novedad, tiene cosas tan lindas para regalarle al ser humano que me hicieron explotar, me hicieron vivir la vida de otra forma y aprender a ver la vida de otra manera. Esa alegría y felicidad que Jesucristo despertó en mí es la que me siento invitado a despertar en los demás. Ojo, esto acompañado de muchos curas y testimonios de mucha gente”.

“Me bauticé a los 11 años, por decisión propia. Les pedí a mis padres para bautizarme en el mismo lugar donde se había bautizado Artigas [risas], no me preguntes por qué”

Para siempre célibe
Tiene solo 32 años y, como pueden observar en las fotos, es muy buen mozo, es “un rico muchacho”, como diría mi abuela. Mientras lo entrevisto, me pregunto recurrentemente si no se habrá arrepentido alguna vez de su elección, si no querrá formar una familia con hijos. Y entonces le pregunto a él cómo se hace para elegir el celibato para siempre. No se sorprende, se nota que no soy la primera persona que se lo pregunta. Asiente con un gesto de su cabeza, avalando la lógica de mi pregunta y luego contesta. “Yo me recontra siento padre de la vida de estos niños [los alumnos del Liceo Jubilar]”; y enseguida aclara: “Tengo clarísimo que no son mis niños biológicos. En cierta medida es una opción, pero nunca me sentí ni castrado, ni frustrado. Me siento hiperpadre y me siento empáticamente conectado con lo que muchos padres viven, porque lo vivo desde mi paternidad espiritual”. Si bien la decisión personal de Gonzalo queda clara, le consulto si a nivel general le parece bien el celibato en estos tiempos. “Creo que el celibato es una opción, por ejemplo en mi caso. Si no fuera célibe no podría vivir la vida que vivo, entregarme como me entrego, llenar mi corazón como lo lleno. Algo tendría que abandonar. ¿Captás? No podría estar acá entregando la vida como la entrego en el liceo y en la parroquia sabiendo que estoy dejando una mujer e hijos. Algo estaría abandonando, con algo estaría siendo infiel. Por eso creo que el celibato es una buena nueva, también”. Si bien todo lo que dice puede ser discutible para muchos, les aseguro que en su mirada y en su voz transmite una gran convicción y una alegría inmensa. De todas maneras, indago un poquito más y le pregunto si no se siente atraído sexualmente hacia las mujeres. Sonríe, y me dice: “No perdés ninguna atracción sexual, no perdés ninguna pasión. El tema no es controlarse, es encauzar. Yo tengo un montón de energía vital que ¿dónde la canalizo?, ¿dónde la entrego? En lugar de volcarla en un acto sexual, la vuelco en otro tipo de cosas. No solo los curas somos célibes, hay un montón de otras personas o parejas que hacen la opción de celibato por razones personales. El celibato bien vivido es fuente de alegría. Tiene su cuota de carencia, es verdad. A veces uno siente la falta de no tener a alguien concreto cuando llegás a tu hogar, pero también está el montón de otras redes que uno va tejiendo y que te van dando las fuerzas para vivir y encontrarle el gusto a la vida. El celibato es signo de que hay muchas formas válidas de amor. No tengo ningún tipo de vergüenza de decir me siento amado por Dios he invitado a brindar ese amor a los demás. Esa es la fuente del celibato, no se entiende sino es desde esa experiencia de amor con Dios y que te lleva a decir: Nunca pensé que iba a estar tan bueno ser cura hasta que lo fui. Cumplí seis años de cura y me acuesto copado, agradecido de haber tenido la oportunidad de estar cerquita de muchas situaciones de vida y de ayudar a otros a cargar su cruz. El cura no es el que salva, sino el que acompaña y sostiene a otro, porque también se siente acompañado y sostenido por otro. No somos magos, somos gente que se pone en el camino de los demás para vivir con los demás”.

Mano ejecutiva del sueño Jubilar
Gonzalo llegó al Liceo Jubilar en sus épocas de seminarista. Fue monseñor Cotugno –el fundador del Liceo Jubilar junto a una organización extranjera que financió su construcción– quien lo mandó allí cuando durante sus últimos años de estudio él le solicitó “ir a la cancha”. Gonzalo recuerda que estaba “copado, feliz”. En 2005, Gonzalo manda la carta al obispo con la solicitud para ser aceptado como sacerdote, y Cotugno, al mismo tiempo, lo nombra director del Liceo Jubilar. Así, Gonzalo queda a cargo, según él, “como la mano ejecutiva de este sueño”.

El mantenimiento del Liceo Jubilar cuesta US$ 450.000 anuales. Se destinan US$ 1.100 por año a cada alumno

El Liceo Jubilar es el primer centro educativo privado y gratuito del Uruguay y está ubicado en una zona de contexto crítico. La institución se mantiene a base de padrinazgos de personas o empresas que realizan donaciones. Gracias a que se apostó donde no se apuesta y se confió en que era viable, hoy se puede decir que sí funciona y que valió la pena. Como ejemplo de las asombrosas estadísticas del centro educativo, el 90% de los alumnos continúa con sus estudios luego de terminar ciclo básico.

Gonzalo aclara que el Jubilar no fue su idea, él fue quien salió a buscar donaciones y el que continúa en la búsqueda de apoyos múltiples. Mientras le hacía la entrevista, se acercó una mujer que también trabaja allí y Gonzalo le comentó que habían conseguido entradas para que los niños pudieran ir al cine en vacaciones de julio. Todo sirve y todo es bienvenido, “el 100% de lo que ves acá es donado, este liceo existe gracias a la generosidad de las personas”. Gonzalo ingresó y tenía el duro trabajo de buscar y conseguir estos padrinos, si no, había que cerrar el liceo. Con firmeza y abandonando por un momento su característica sonrisa, afirma: “Estoy cansado de escuchar ‘es lo que hay’. No es así, hay un montón de gurises de acá que marcan la diferencia y el Jubilar para mí es eso: no todo está perdido, no todo está mal”. El “montón de gurises” al que se refiere Gonzalo son los 210 liceales del Jubilar. A ellos hay que sumarle los 120 adultos, padres y familiares de los liceales, que vieron cómo progresaron sus hijos y pidieron para estudiar en la noche. Todos entraron por sorteo “lo más justo de lo injusto”, agrega Gonzalo. El Jubilar tiene capacidad limitada. “Hay una ruptura social, tenemos que reconstruir vínculos y la única manera es verte, estar en contacto. De algo estoy convencido: el amor tiene que ser eficiente, si no, no es amor. Trabajamos para que lo que hacemos dé resultados. Si quiero darles oportunidades a otros, tengo que chequear si es así realmente. Si no, te sigo dejando ligado a mí, te sigo condenando a ser pobre. Entonces, ¿qué amor te estoy dando? ¿Ese amor que me dio mi padre que da alas? No. ¿Ese amor que educa para la libertad? No”.

Gonzalo está en el Liceo Jubilar desde que abrió sus puertas, pero puede cambiar de destino en cualquier momento por decisión de las autoridades de la Iglesia Católica. Más allá de que su partida no depende de él, le pregunto si en algún momento podría llegar a sentir que el Jubilar es una etapa cumplida. Se ríe y responde: “Yo decía que cuando tuviera exalumnos me iba, porque ya era un sueño. Después dije que cuando tuviera adultos me iba… y sigo acá. Cada vez que digo…”, lo interrumpo para preguntarle si el siguiente paso podría ser construir un nuevo liceo. “Claro, estamos viendo eso, si es posible o no”. Pensando en voz alta, digo: “Ojalá que sí”.

“Los alumnos realizan horario completo: de 8 a 18 horas. Desayunan, almuerzan y meriendan en el liceo”

El cura twitero y bloggero
Gonzalo utiliza las redes sociales como pocos en Uruguay. Diariamente en su cuenta de Twitter transmite pensamientos positivos. Fue muy contundente en su respuesta cuando le preguntamos el porqué de utilizar las redes sociales. “Hoy el lenguaje es Twitter, Facebook, son los e-mails, los blogs. Entonces, ahí tenemos que estar. Creo que Jesús hubiese tenido Twitter. No quiero que ser cura sea un impedimento, al revés, quiero que sea la mejor oportunidad que tengo para estar cerquita de un montón de gente a la que de otra manera no llegaría. No le veo nada de malo a twittear, hay muchos adolescentes que dicen ‘mirá qué fenómeno este cura que tiene Twitter’. Y ahí te los ganaste. Además, lo lindo es que es algo público, uno no oculta nada”. Para twittear todo el día y subir fotos desde cualquier lugar, se necesita tener un buen celular. Él lo tiene. ¿Cómo hace un cura para tener algo que no es imprescindible? “Tengo familia y amigos, cumplo años y me hacen regalos [risas]”. Entonces, ¿dónde está el límite para un sacerdote entre la necesidad y el materialismo? Para todo tiene respuestas, pero desde el sentido común. “Un buen celular es una herramienta de trabajo, yo recibo unos 200 mails por día entre liceo y parroquia. Además, odio hablar por teléfono, me gustan más los mails o los mensajes. En el celular veo el mail, Twitter, Whatsapp“. Además de estas herramientas, hay otras que utiliza Gonzalo para acercarse a la gente. Por ejemplo, como es fanático de La Vela Puerca y No Te Va Gustar, explica que “utilizo sus canciones en la misa de grupos. Siempre busco la manera de llegarle a la gente con lo que la gente se mueve”. Le pregunto si eso incluye la cumbia. “Y sí. Tuve que sentarme a escuchar cumbia que no era la música que más me gustaba. ¿Qué se espera de un cura? Que venga con la Biblia. Tenemos que ir con la Biblia pero buscando siempre hacerlo de la manera que los más jóvenes lo entiendan. Y quedan copados”.

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