Lo desarrollaron en grises ciudades inglesas, como Nottingham, a mediados de la década del 60, y en la ciudad holandesa de Eindhoven, donde se encuentran los cuarteles generales de Philips. Luego, empresas estadounidenses y japonesas corrieron la carrera de la masificación y a mediados de la década del 70 el videocassette explotó a nivel mundial, como una nueva forma de ver cine.
Uruguay cumplió su década de retraso con respecto al primer mundo y recién a mediados de la década del 80 el video arribó de manera masiva. Como sucedió unos años después con la transformación de vinilos y cassettes a compact disc, en todo cambio tecnológico es imprescindible que el nuevo artefacto tenga su soporte de reproducción.
Junto a la llegada de los videocassettes se extendió la venta de los reproductores para ver aquellas finas cintas negras en los televisores dentro del hogar, sin tener que trasladarse a una sala de cine.
A finales de la década del 80 y principios de la del 90 los videoclubes formaron parte del espíritu de una época; como las canchas de paddle y los casas de pollos al spiedo. Fueron parte “natural” de un paisaje específico y cuajaron enseguida como una costumbre más de los uruguayos.
Y siguieron reinando hasta casi finales de la década, cuando un nuevo aparato desarrollado en el hemisferio norte entró primero de manera casi vergonzosa y desconfiada, para luego volverse masivo y desplazar al video (tanto al cassette como al reproductor): el digital versatile disc, más conocido como dvd.
El 19 de noviembre de 1998 se edita el primer dvd en Uruguay. Se trata de Jumanji, una película protagonizada por Robin Williams. Al otro día se edita Matilda, una película infantil dirigida por Danny DeVito.
A pesar de que el impacto inicial fue imperceptible, algo había comenzado a cambiar en la historia de los videoclubes. Su nombre no varió pero poco a poco se fueron convirtiendo en “dvdclubes”. Ese mismo año se instaló en Uruguay la cadena Blockbuster, entonces la más grande del mundo en alquiler de videos (ver recuadro).
Los años pasaron y la ola del desarrollo de internet pasó por arriba del mundo y volvió a cambiar las reglas de juego, del derecho y del revés. De pronto, el cine actual y el viejo (o “clásico”) se podía ver a través de un monitor con una conexión y gratis.
Las opciones se multiplaron: desde empresas online que permiten un catálogo de cine por un módico precio mensual, hasta programas para compartir archivos y ferias o puestos ambulantes en 18 de Julio que venden discos piratas con cinco películas por $ 80. El abanico es grande.
La oferta se diversificó y se amplió, pero a pesar de los vaivenes del mercado y de las modas, algunos videoclubes barriales siguen dando pelea. ¿El método? El mismo de siempre: esperar a que la gente vaya en algún momento del día a buscar esa película que quiere ver o volver a ver cuando se le ocurra, sin gastar tanto como en el cine, sin condiciones de horarios como en el cable, sin la pésima calidad de los discos pirateados.
El Observador recorrió algunos videoclubes, charlando con dueños y clientes, intentando encontrar alguna respuesta a este singular acto de supervivencia en un hábitat competitivo plagado de tiburones.
Diferencias de tamaño
Incluso entre los videos de barrio existen diferencias grandes en capacidad y tamaño. Por ejemplo, el Video del Cordón es uno de los videoclubes más grandes de Montevideo, con más de 10 mil títulos. Apuntan tanto al “buen cine”, según lo define una de sus encargadas, como a un público cinéfilo y conocedor, fiel a un videoclub con más de 20 años en plaza. Incluso, el local ubicado en Tacuarembó y Guayabos sigue teniendo cassettes para alquilar, a pesar de que hoy es difícil (y caro) comprar un reproductor VCR.
Algo similar ocurre con Video Imagen, ubicado en Juan Benito Blanco. Además de ser distribuidor, su dueño es el crítico de cine Ronald Melzer y su público se basa en degustadores y alumnos de las escuelas y facultades de cine de la ciudad.
Pero existen otros locales más pequeños para los que todavía es rentable tener la puerta abierta. Es el caso de Mirá, un club de alquiler de dvd en la calle Jackson.
Abrió en mayo de 2009, y según su dueño, Eduardo, tienen unas 1.500 películas y unos 1.400 socios. “Nuestra base es la relación personalizada con el cliente. Tenemos una altísima tasa de habitabilidad en el barrio, con un buen nivel cultural y eso es clave”, explica Eduardo, quien agrega que además le alquilan mucho a pensiones de estudiantes.
Estrenos en diferido
El video Special, en Rivera casi Arenal Grande, es otro de los longevos. Con más de dos décadas de existencia, hizo la conversión al dvd y hoy ya no cuenta con cassettes. Tiene unas 4.300 películas y las más taquilleras son las infantiles y los estrenos, aunque en la tarde lluviosa en que El Observador estuvo allí la última película alquilada era una pornográfica.
Como en varios videoclubes consultados, los estrenos más alquilados del Special son El líder, protagonizada por Liam Neeson, y El artista, la última ganadora del Oscar a mejor película, o sea filmes que tuvieron su estreno en el cine durante el verano y que estaban disponibles en internet incluso antes.
“El tiempo de diferencia entre el cine y el dvd es de unos tres meses para películas extranjeras y un año para las uruguayas”, explica Victoria, encargada de Videolandia, ubicado en la esquina de Maldonado y Julio Herrera.
Con más de 9.000 títulos, las causas de la subsistencia de este video, según ella, es por la “horrible” propuesta de los canales de cable, el precio del cine y la comodidad de ver “lo que uno quiere en el momento que quiere”.
En Videolandia estaba Cecilia, de 28 años, que buscaba una película de James Bond para su novio. “Es fanático y hay algunas que no ha visto”, dice la mujer. Hace seis años que alquila y no tiene televisor en su casa. “Vemos los dvd en la computadora”, agrega.
De pronto, llegó Jorge, un hombre que alquiló La naranja mecánica, porque está reviendo la obra del director Stanley Kubrick.
El invierno amigo
El factor climático es fundamental para el tráfico de películas en un videoclub. En los días de sol y calor la gente sale de su casa y la cantidad de alquileres desciende de forma notoria. El verano es el enemigo.
Si estos datos se cruzan con el ritmo de la semana (viernes y sábado, sobre todo, y luego domingo, son los días de mayor actividad), da como resultado que en un fin de semana frío de invierno un local como Videolandia pueda llegar a alquilar unas 600 películas por día. Aquí la costumbre de alquilar cine vive y lucha.
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