Nicolás Tabárez

Nicolás Tabárez

Periodista de cultura y espectáculos

Espectáculos y Cultura > La odisea de los giles

Darín padre e hijo, los Robin Hood de la Argentina de 2001

Un grupo de pueblerinos organiza un robo para recuperar sus ahorros con el trasfondo de la crisis y "el corralito", en una comedia entrañable y simpática
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21 de agosto de 2019 a las 05:00

¿Y si un día le devolvemos al sistema todas las malas pasadas que nos jugó? ¿Y si nos vengamos del que nos robó, del que nos estafó, del que se aprovechó de nosotros? ¿Y si le pegamos una buena patada simbólica en los genitales al que nos sacó lo que nos ganamos trabajando toda la vida, los pesitos que fuimos ahorrando y que nos iban a cambiar la vida? Esa mezcla de venganza, justicia a lo Robin Hood y golpe a las instituciones menos amigables del sistema capitalista está en el corazón de La odisea de los giles, uno de los estrenos de cine de esta semana.

La película llega a las pantallas uruguayas con el antecedente de estar rompiendo la taquilla en Argentina, su país de origen, y con una alineación ganadora: está basada en la novela La noche de la usina, de Eduardo Sacheri (autor de La pregunta de sus ojos, que sirvió de base para la ganadora del Oscar El secreto de sus ojos), y tiene al autor como guionista. Está protagonizada por un dream team encabezado por Ricardo Darín, Luis Brandoni y Verónica Llinás, y es la primera película que Darín protagoniza junto a su hijo, el Chino Darín. La pareja padre-hijo es además productora del filme.

Al igual que la novela, la película ofrece un relato entrañable que navega entre la comedia y una historia de robos, llena de personajes queribles y una ambientación pueblerina en el interior de la provincia de Buenos Aires (que entre la decadencia y la simpatía es una versión de Argentina mucho más cercana y familiar para el uruguayo). Darín padre es Fermín Perlassi, un exfutbolista medio pelo que ahora regentea una estación de servicio junto a su esposa, Lidia (Llinás).

El matrimonio y su amigo Fontana (Brandoni) tienen la iniciativa de reactivar una acopiadora de grano como cooperativa, con los aportes de otros habitantes de la localidad, y el impulso final de un préstamo bancario. Todo viene saliendo muy bien. “Este es el mejor momento, peor no nos puede ir, ¿qué más nos puede pasar?”, dice Perlassi, con una sonrisa en la cara. Y ahí aparece el subtítulo: Argentina - agosto de 2001.

Unos meses después, el país se va al garete, el presidente Fernando de la Rúa decreta "el corralito”, y Perlassi, instigado por un gerente bancario, ha convertido todo el dinero para la cooperativa de dólares a pesos. Un gran error, pero que fue inducido por el bancario para que un abogado turbio llamado Manzi se hiciera con todos los dólares antes del estallido. Manzi, que de tan malévolo es una caricatura, está interpretado por el colombiano Andrés Parra (Pablo Escobar en El patrón del mal y Hugo Chávez en El Comandante), con un acento argentino bastante malo, el único punto débil de las actuaciones.

Pasa el tiempo, la vida sigue, Argentina se hunde y las tragedias siguen pegando, pero Perlassi y los demás inversores no olvidan. Y deciden recuperar su dinero. Porque están hartos de ser perdedores, de ser los que siempre quedan con la nariz contra el vidrio. Hartos de ser giles.

Con algunos reclutas adicionales, como Rodrigo –el hijo de Perlassi y Lidia–, encarnado por Darín hijo, el plan comienza sus marchas y contramarchas, en una versión rural de La gran estafa. Al igual que en el libro de Sacheri, es casi imposible no ponerse del lado de estos ladrones primerizos. Con los personajes más elaborados porque se entienden sus motivaciones, con los otros porque son simpáticos y graciosos, más allá de que no sean más que un cliché o los encargados de un aporte puntual al grupo.

La empatía y la tridimensionalidad de estos personajes hay que agradecérsela en buena parte al elenco, una lista de nombres impresionante y repleta de talento. Por fuera de ellos, la aventura de estos losers suburbanos está bien rodeada por una destacable fotografía, una selección de hits del rock argentino que incluye a Serú Girán, Babasónicos y Divididos, y una hermosa labor de dirección de arte, con ambientes –como la estación de servicio de Perlassi– que captan esa decadencia, sencillez y abandono de los pueblos por donde ya no pasa el tren.

La odisea de los giles no está exenta de puntos débiles. Los procesos por los que los estafados inician su venganza son mucho más simples y la distancia moral con Manzi es gigantesca, a tal punto que el abogado se merece cualquier desgracia que le ocurra. Es una versión más simplona, quizá porque tiene pretensiones internacionales y no todo el mundo conoce los sucesos de 2001 en Argentina, como sí se conocen aquí. 

Esto es un detalle, pero en un momento de la historia llama la atención que casi no se vean mujeres en la película (aunque las hay, y se intenta que tengan algo para hacer con el poco lugar que tienen). Pero esto también es porque la odisea en cuestión surge de un orgullo masculino herido, y en parte es también una historia sobre hombres sencillos que no toleran que otro tipo los pisotee. 

En definitiva, la película que confeccionó el director Sebastián Borensztein es divertida y eficaz. Deja una sonrisa y un buen sabor en la boca. Algunas risas, pasajes emotivos y una aventura de ladrones imperfectos tan simpática como entretenida.

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