A los 13 años, apenas dos antes de debutar en Primera división, Ruben Sosa trabajaba en una pollería. Su tarea era matar 10 pollos y trasladarlos en una carretilla durante tres cuadras. “Me acuerdo que yo decía, esta es mi pretemporada, yo voy a ser futbolista”, contó Sosita a Referí. A los 14 debutó en la Sexta de Danubio y a los 15, Sergio Markarian lo puso en Primera división.
Después, paseó su fútbol por el Zaragoza, Lazio, Inter, Borussia Dortmund, la selección y Nacional donde jugó de 1997 a 2004.
Hoy, a los 55 años, Sosa acaba de operarse de una cadera que lo tenía a maltraer, dirige una escuelita de fútbol, es colaborador vitalicio en Nacional y desde hace un tiempo se convirtió en influencer. Se ríe cuando escucha esa palabra, pero lo cierto es que tiene 14 mil seguidores en Instagram, donde publica videos cocinando, caminando por la playa o visitando Los Céspedes. Hasta hay un programa de radio que los reproduce.
“En Nacional seguimos como siempre, trato de estar más con los juveniles, mirar los partidos, ver algunos entrenamientos. El otro día estuve con el Chino (Recoba), ver qué hace falta para los juveniles, platos, vasos y otras cosas y se consigue”, contó sobre su presente en el club tricolor. A la cancha no entra por la cadera: “Cuando me recupere bien capaz que me meto un poquito con los chicos”.
Sosita patentó la frase “alegría, alegría”, que habla de su fútbol, pero también de la forma que tiene de encarar la vida: “Son bromas, cuando llegaba a Nacional siempre decía, ‘llegó San Siro, Maracaná, tres dedos, el goleador, el Pichichi, el capocannoniere, alegría alegría’, son todos los dichos míos que se los hago un poco en broma a los jugadores, siempre fui así”.
Dice que el fútbol siempre resultó una pasión para él: “Lo tomé para divertirme, capaz que alguna vez teníamos algún partido difícil y trataba de hacer una bromita para distender. He hecho cantidad de bromas, en todos los equipos, no me frenaba. En cada club siempre hay dos o tres jugadores que son bromistas, entonces ahí te metés”.
Inclusive en el Borussia Dortmund, donde los alemanes tienen pinta de ser más serios: “Ahí tenía a Julio César que era como yo y alguna bromita hicimos”. Problemas en la vida, todos tienen, dijo Sosa, “pero yo siempre agarro lo positivo; si estás pensando en lo negativo, te va a ir mal, y lo que pasó ya pasó, no podés volver para atrás, tenés que ir hacia adelante”.
Para él y su familia nada fue fácil al comienzo. “Yo tenía 10 hermanos y mi vieja me decía, el que no viene a la 1 no come, entonces veníamos rápido. Cuando dejé el baby fútbol en Potencia, estudiaba poquísimo porque quería ayudar a mi vieja y a los 13 años empecé a matar pollos, a trabajar”.
Además, “el presidente de Potencia, su familia era como mi familia también, me decía: ‘Si haces un gol, te ganás un pancho’. Cuando me dijo eso, hacía de a siete, de a ocho. Después veía a mis hermanas en los partidos, pero no me iban a ver a mi, iban a comer los panchos. Esas son anécdotas que te quedan”, señaló.
Su debut en Primera a los 15 años fue como su carrera posterior: “Un inconsciente que le gustaba correr atrás de la pelota, le quería ganar a Maradona y a todos los fenómenos. Cuando debuté en Primera estaba como loco para jugar y yo jugaba contra grandes jugadores y ya veteranos que tenían más de 30 años, pero no miraba la edad. Es como decía Markarian, cuando sos bueno no hay pasaporte, hay que meterte en la cancha. Te tienen que cuidar, porque no es meter por meter. Markarian me ponía 15 o 20 minutos, yo quería jugar más, hasta que entré de titular y no salí más”.
Cuando cumplió la mayoría de edad se fue al Zaragoza: “Fue difícil el primer año porque entrenaban distinto ellos, en las montañas con nieve, corría 100 metros en la montaña y yo con 18 años no tenía mucho músculo, era flaquito. Los primeros meses no le hacía un gol a nadie, era otro ritmo. Jugué contra Hugo Sánchez, Mikel, Butragueño, eran profesionales mayores. Ahí tenía un buen entrenador también, Luis Costa que era de Zaragoza, que hizo lo mismo que Markarian, me cuidó y de repente a veces me dejaba descansar y me metía en el segundo tiempo, y después cuando vio que estaba físicamente bien, que estaba fuerte, empecé a jugar de titular”.
El pase de Danubio a Zaragoza lo hizo el presidente de la Franja, el ingeniero Héctor Del Campo junto a un abogado. Cuando terminó el contrato en el club español, empezó a representarlo Francisco Casal. “Paco me preguntó si quería ir para Italia, era el boom en los 90. Por supuesto, le dije”.
Cuando Sosa llegó a Lazio, el equipo venía de la B y no iba a ser fácil mantenerse en Primera, por la calidad de los rivales. “En el Napoli jugaban Diego (Maradona), Careca y Alemao, eran los tres extranjeros porque en aquella época solo jugaban tres extranjeros. Después el Milan tenía a Gullit, Van Basten y Rijkaard; el Inter a Matheus, Klinsmann y Breme; estaban los mejores europeos en Italia”.
Después de Lazio, la rompió en el Inter de Milan. Fueron siete temporadas en el mejor fútbol del mundo de ese momento.
“En Inter ya me empezó a joder la rodilla y pensé que iba a volver a Zaragoza, pero Paco me dice ‘vamos a Borussia Dortmund’. Yo le dije que cuando el médico me viera la rodilla, el pase no se hacía. Entonces Paco llevó un médico uruguayo para Alemania. La rodilla se me hinchaba porque entraba líquido, entonces cuando llegamos a Dortmund, en el aeropuerto mismo, el doctor me sacó todo el líquido que tenía en la rodilla. De tarde fuimos a ver al médico del Borussia y dijo ‘este muchacho no puede jugar más profesionalmente’ y Paco se calentó. Agarró y llamó a los presidentes de Real Madrid y Juventus para que digan que querían a Ruben Sosa. Entonces le avisan al presidente de Borussia que me querían de esos dos clubes y el tipo me contrató. Estuvo rapidísimo”, contó.
Según Sosa, Casal “es un fenómeno, un adelantado, por algo logró lo que logró. Somos hermanos, siempre voy a estar al lado de él, hace mucho que no lo veo pero me encantaría verlo”.
Ruben Sosa integró el plantel de Uruguay que ganó la Copa America de 1995, pero apenas jugó debido a la lesión en la rodilla y por eso no se sintió parte del festejo final. “Fue una Copa divina, lleno el estadio y Uruguay tenía la responsabilidad porque nunca había perdido por Copa América en casa. Entonces tuvimos la suerte de ganar, yo estaba medio jodido, terminando y no me encontré bien”.
Sosa se fue del vestuario antes de la celebración. “Sentí que no di lo que daba siempre, no porque no me ponía, sino porque no estaba bien, en esta Copa América no hice nada. Con el tiempo me arrepentí, esas cosas que uno hace, y dije qué cagada, me perdí la fiesta yo que soy fiestero”.
No tuvo problemas con Héctor Núñez, como se dijo en su momento. “No tenía problemas con Pichón, nos encontramos después en Punta del Este y tomamos algo juntos. Era conmigo mismo, hablé con él, me parecía un tipazo, un gallego que vivía acá y seguía hablando español. Había jugadores que estaban jugando muy bien, el Manteca, el Enzo, Fonseca, el Pato. De un nivel impresionante”.
El mejor gol de su vida, para él, lo hizo frente a Argentina en la Copa América de 1989. “Pero como soy uruguayo no lo nombraron mucho. Si fuera Maradona, como hizo en México, hasta ahora”.
Con el tiempo se encontró con Oscar Ruggeri, en la despedida de Zanetti, en la del Pato Aguilera, y recordaron esa jugada: “Ahí me tiraban patadas de todos lados, pero no me agarraban, estaba en mi mejor momento”, recuerda.
Siete veces le operaron la rodilla derecha. “Las lesiones que tuve son debidas a que me tendría que haber retirado antes, jugué hasta los 38 años, demasiado, y no me daba cuenta. Dar el paso de dejar el fútbol es un caos y después tuve la suerte que Hugo (De León) me dijo dejá el fútbol, ya hiciste todo, pero quedate al lado mío como ayudante y así aprendés. Y así fue”.
Después de un breve pasaje por Racing, se retiró: “Disfruté la carrera, me fue bien, no pensé que iba a jugar en equipos fuertes como Lazio e Inter, nunca me puse como meta quiero jugar en tal equipo. Fue paso por paso, daba todo en el equipo que venía a buscar y cumplía los contratos; en todos los equipos que estuve cumplí el contrato, no es que me iba como ahora que se van y tienen cuatro años de contrato”, comentó.
En la actualidad, el fútbol es distinto: “Hoy en día un jugador cuesta 20 millones, en la época nuestra eran 600 mil dólares la venta. El más caro que se vendió acá fue Carrasco a River. Ahora son 20 millones de dólares, 25 y hay jugadores que están ganando demasiado, 25 mil dólares. No hace mucho los buenos estaban en 50 o 55 mil. Hay chicos que recién empiezan y tienen que tener una buena familia para que no se les suba a la cabeza”.
Ganar tanto dinero les hace bien porque son profesionales, dice Sosita, pero “tienen que ser conscientes de la plata que están ganando. Hay chicos que vienen a Primera y pasan de ganar 30 mil pesos a 10 mil o 18 mil dólares, entonces tiene que estar fuerte la familia, eso es lo más importante. Y ser consciente que pueden subir a Primera y después irse a otro lado y por eso deben aprovechar lo que es el Club Nacional de Football, conocer la historia de los jugadores que pasaron por ahí”.
Según él, “los chicos ahora no se dan cuenta que llegar a Primera llegan rápido, pero mantenerse es muy difícil. Piensan ya está, soy profesional. Ya está no, hay que entrenarse”.
Hoy en día, “haces dos goles en un clásico y te venden, antes para que nos vendieran teníamos que hacer 20 goles, aparte no nos veían porque Uruguay no existía, no sabían dónde quedaba. A mi me decían paraguayo. Me acuerdo que les decía a los italianos que las playas de Uruguay eran mejores que las de Europa y no me creían. Yo grababa Punta del Este, la rambla, los estadios en cassette (VHS) y se los pasaba en Italia. Quedaban sorprendidos”.
Sosita recuerda sus características como jugador y para él es difícil compararse con alguno de la actualidad: “No me gusta compararme con uno, es difícil, yo era velocista, tenía un remate fuerte, no me quedaba quieto, jugaba por derecha o por izquierda, era un 11 pero a veces engañoso que podía jugar de 9; en Zaragoza jugué de 9”.
Y en broma, tira: “Hay uno solo que se parece a mi, que es mi hijo Nicolás. Así que cuando empiece a jugar al fútbol lo van a ver. Tiene 16 años”.
Del Náutico lo llamaron para entrenar en Albion, pero Nelson Abeijón le pidió a Sosa que lo lleve a Nacional. Pasó por Danubio como su padre, pero no le dieron chance: “El entrenador le decía, ‘Ruben está cómodo, no necesitás el fútbol Nico’. Ser el hijo de, tiene sus contras”.
Juega de 10 y según Ruben, “mi hijo va a jugar al fútbol, pero no es porque sea mi hijo, lo conozco y sé como le pega, lo voy a llevar para Italia más adelante, pero sabes lo que pasa, los basurean mucho a nuestros hijos, a los hijos de los clase A. Fijate, ninguno llega. De repente no se dan cuenta que son niños y pueden ser el futuro del club. Si le das un par de años, que el guacho empiece a madurar y después no lo saca nadie, porque tiene condiciones innatas, hay que entrenarlo nomás”.
Además del varón, Sosa tiene cuatro hijas mujeres de 32, 30, 26 y 18 años.
Sosita dice que en Europa tiene las puertas abiertas en los clubes donde jugó y eso es lo lindo que le dejó el fútbol. “Primero porque uno se portó bien como persona y después por el fútbol, por los goles que hice”, señala con orgullo. Hoy ya no juega al fútbol, pero sigue viviendo la vida con alegría.
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