Eduardo Espina

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Debates presidenciales

Son divertidos en cualquier parte del mundo, incluso si uno no conoce los detalles de la política interna
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14 de junio de 2018 a las 04:45
Por razones que algunos de ustedes han de conocer, sigo la realidad cultural y política mexicana de cerca, no con el plan de hacerme experto, sino por mera curiosidad. Por eso he visto los dos debates entre los candidatos a la presidencia (el tercero y último es el martes próximo).

Los debates presidenciales son divertidos en cualquier parte del mundo, incluso si uno no conoce los detalles de la política interna de los países. Lástima que en nuestro país, vaya uno a saber por qué oscuras razones, no tengamos debates entre los candidatos que aspiran a guiar al país. Debería ser obligación moral tenerlos, más no sea para que el sistema democrático tenga otra razón válida para preciarse de su vigencia.

En México, tal cual las encuestas lo vienen diciendo desde hace mucho, el pescado parece estar vendido con anticipación. Salvo que suceda algo tan inesperado como que demuestren que la Tierra es redonda, el próximo presidente será Manuel López Obrador, personaje folclórico, de los que hoy están de moda y son celebrados en política. Si Donald Trump, como paladín de la derecha más conservadora, llegó a la presidencia estadounidense haciendo gala del ridículo y de los disparates, también la izquierda tiene todo el derecho de tener un candidato con las mismas condiciones de histrión, bufón y provocador, cualidades que atraen mucho a los votantes en tiempos de excesos de mensajes breves (alias text messages) y carencia de comunicación profunda.

Por lo tanto, haciéndole el juego a la época, las respuestas de los participantes en los mencionados debates fueron fragmentarias, llamativas pero huecas, efectistas pero carentes de credibilidad. Uno terminaba la experiencia creyendo que todos los involucrados tenían un extraño talento político que les permitiría sacar a México del profundo desastre en que se encuentra en cuestión de semanas, apenas tomen el poder. A cualquiera con sentido crítico y criterio le costaba mucho creer lo que estaba escuchando. Eso, a fin de cuentas, poco importó, pues hoy en día en los debates presidenciales gana siempre (y termina siendo electo), quien entretenga más con sus propuestas descabelladas, las cuales, no necesitan ser comprendidas para ser celebradas.

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