Opinión > Magdalena y el bibliotecario inglés

Demonios y un paseo por el campo

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27 de enero de 2019 a las 05:01

De Magdalena Reyes Puig para Leslie Ford, del Trinity College
Estimado Leslie

 

¡Demonios!
 

Le confieso que disfruté mucho su última carta.  El Fedro es un texto magnífico, y su alusión a él me recordó el carácter eminentemente político de la figura de Sócrates (que siempre lleva la “voz cantante” en los diálogos platónicos).  Fue así como descubrí una asonancia –que me ha mantenido entretenida toda la semana- entre una de las obras más bellas jamás escritas sobre el amor y el escenario social y político de mi país hoy. 

Además de la magnífica exposición que Platón hace del amor –o, más bien, como fundamento de ésta- en el Fedro aparece una figura decisiva que los griegos denominaban daimon.  Ésta era para los antiguos una “voz interior” que guiaba a los humanos, llamándoles la atención cuando hablaban o actuaban en forma fraudulenta. De hecho, fue su daimon quien hizo ver a Sócrates que en el primer discurso acerca del amor había expresado lo que todos querían escuchar ,incurriendo en lo que hoy llamamos “populismo” y adulterando la verdad: “Contra los dioses pecando, has conseguido ser honrado por los hombres”. Así, después de reconocer su falta de tino, Sócrates realizó su memorable segundo discurso acerca de la locura divina inspirada por el enamoramiento.  

Sócrates es el arquetipo del filósofo que no sólo se preocupa por pensar, sino también por poner en práctica sus conocimientos. En este sentido fue un auténtico “filósofo practicante”,  procurando conducirse siempre conforme a esa verdad que jamás dejó de perseguir y examinar en su apasionado amor por la sabiduría.  Y su daimon fue un orientador clave en la consecución de éste propósito. Cuenta Platón en el Critón, que esa “voz interior” le aconsejó a su maestro no eludir la condena a muerte a la que había sido sentenciado injustamente, porque “más vale sufrir una injusticia que cometerla”. 

Según Hannah Arendt, éstas son las cualidades que hacen de Sócrates un pensador y ciudadano ejemplar. Pero sería injusto creer que su virtuosismo fue un mero don heredado o conferido por obra y magia de un poder soberano. En el Fedro, Platón muestra cuánto se debatía internamente contra la incitación a seguir el llamado de lo conveniente o lo políticamente correcto.  Lo que hace de Sócrates un tipo ejemplar es que fue tan humano como nosotros.  Todos tenemos un daimon (los antiguos creían que a cada mortal le era asignado uno al nacer),  pero depende de cada uno el disponerse a escuchar el llamado de esa voz interior.  Escucharla es más difícil, claro está.  Sin embargo, aún debemos deliberar acerca de si vale la pena hacerlo.

Este 2019 es año de elecciones presidenciales aquí en Uruguay. Y ahora pienso que hacen falta más daimones rondando por ministerios, parlamentos y casas de gobierno. Porque lo que desgraciadamente cunde en el pueblo es una desconfianza y hartazgo generalizado respecto a la clase gobernante.  La desfachatez a la hora de mentir y defraudar a la gente revelan la extendida ignorancia –y negligencia– de gran parte de los políticos respecto a la responsabilidad que les concierne. La honestidad –eso que los griegos denominaban parrhesía– es una virtud notable en el recinto de lo privado,  pero más aún,  una condición sine qua non para el servicio público a la comunidad. Sin embargo, éste precepto no parece estar arraigado en la conciencia de los que deciden el presente y futuro de todos los uruguayos hoy.  Títulos falsos, uso indebido del dinero público, rechazo a los que, haciendo uso de la libertad de pensamiento, desafían la disciplina partidaria, y deferencia con Estados que a todas luces persiguen y encarcelan a discrepantes políticos, son sólo algunos de los muchos y penosos ejemplos. 

El ejercicio del poder entraña un derecho y también un deber de decir la verdad. Porque en cada manifestación de quien lo ejerce, se juega gran parte del destino de aquellos que se amparan en él.  Si Sócrates no hubiese escuchado a su daimon, Louis Lush –ese gran amigo su padre- no habría encontrado en el Fedro aquel segundo discurso sublime para redimirse y redimir a otros.  Y, por tanto, usted no hubiera gozado de la oportunidad de ver “El ladrón de bicicletas” a los doce años.  Ya ve cómo su suerte gravitó, ostensiblemente,  sobre la voluntad de aquel gran pensador y ciudadano griego. 

Este 2019 es año de elecciones presidenciales aquí en Uruguay. Y ahora pienso que hacen falta más daimones rondando por ministerios, parlamentos y casas de gobierno.

 

Un paseo por el campo
 

Por Leslie Ford, del Trinity College, en Oxford
Querida Magdalena

Después de leer su carta, a María, mi mujer, y a mí nos han entrado ganas de leer el Fedro. Ha hecho usted un magnífico trailer de ese diálogo; lógicamente, ahora queremos ver la película entera. Aunque ya casi todo ha sido dicho sobre cada frase escrita por Platón, me parece original su énfasis -llamémosle magdaleniano- en la dificultad de seguir la voz de la conciencia, el daimon, la voz interior. Sí, Sócrates quizás no fue el ciudadano perfecto, pero con seguridad no fue un robot y estaba sometido a la Ley de la Gravedad. (¿Humano, demasiado humano?). Otro gran héroe de la conciencia, nuestro caballero inglés Tomás Moro, antes de ser la mítica figura que dio lecciones de Derecho al tribunal injusto que lo acaba de condenar a muerte, pasó muchos meses sin poder dormir, presa del terror, imaginando cuáles habrían de ser las consecuencias de seguir su voz interior. (Me ruega María que le diga que no deje usted de procurarse Las últimas cartas de Moro, escritas desde su postrer prisión en la Torre de Londres - y no me atrevo a desobedecerle. Hay ediciones excelentes, también en castellano).
Volviendo a nuestro asunto, describe usted tres pasos frente a la voz interior: la escucha, la deliberación y la aceptación. Por supuesto, coincido con usted en que técnicamente, el paso más difícil es el tercero, pues implica integridad personal y virtud. Pero me atrevería a suponer que los políticos a los que usted se refiere están, sobre todo necesitados de dar el primer paso: el de la escucha. Si eso se logra, se habrá dado el gran paso.

Si los políticos uruguayos se parecieran en algo a los ingleses, deben de encarnar, en alguna medida esa nota sombría con la que un antiguo fellow de Magdalen College, definía al hombre: alguien que, por encima de todo, desea el poder. Efectivamente el Prof. Tolkien concebía el mundo como un “mundo caído” (a fallen world), congruente, en todo caso, con esa descripción de la política uruguaya que usted hace. Si, como a menudo sucede en la vida política, sus actores viven sólo para conseguir el poder o sólo para retenerlo, ese deseo, esa concupiscencia, será un ruido interior que hará difícil escuchar al daimon socrático de la conciencia y a los ciudadanos a los que es su obligación servir. 

Pero seamos optimistas. ¿Qué le diríamos a aquel político que desee con sinceridad escuchar? ¿Que hay una App para eso? Ciertamente no. Si bien lo consideramos, ¿qué es lo único realmente necesario para poder escuchar? No un iPhone más grande sino, por el contrario, el silencio. 

Si ha vivido usted la experiencia de un paseo por el campo -especialmente de noche-, notará que allí puede escuchar más, escuchar cosas antes insospechadas por la gran cacofonía urbana que nos aprisiona: los zumbidos de los insectos, los delgados cursos de las aguas, la brisa en los pastizales, el crujir de una rama seca, el molinete de las alas de una perdiz que levanta vuelo y, al fondo, como si fuera la música del universo, el sonido del mar.

(Juzgo no sólo inaceptable sino nocivo, en ese contexto, el uso de celulares, especialmente si incluyen cualquier tipo de auriculares. Y más especialmente aún en el caso de un político en busca de su voz interior. Pues esas máquinas lo separarían de los zumbidos, de los crujidos, de los molinetes y del mar. “De acuerdo -se me objetará- pero estará escuchando la música que le gusta”. Y responderé: sin duda, pero escuchar la música que a uno le gusta está muy lejos de considerarse un servicio público, y para eso no necesitaba venir al campo).
Hace un par de años, Robert Sarah, un cardenal africano de la Iglesia de Roma, publicó un libro –La fuerza del silencio: frente a la dictadura del ruido– que rápidamente se convirtió en un best seller internacional (y que, por supuesto, he conocido por María). Saqué de allí estas citas, que bien pueden cerrar mi respuesta a su preciosa carta de hoy: 

“El silencio es ante todo la actitud positiva del que se prepara para escuchar”. 

“El silencio es una de las armas más poderosas contra el mal”.

Creo que son una conveniente exhortación para el político que dejamos paseando por el campo, párrafos arriba, con el celular apagado y buscando su daimon personal entre los pastizales. l

 

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