Mauricio Dayub

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Mauricio Dayub: "Durante años hice equilibrio entre lo que sentía mi corazón y lo que tenía anotado en la agenda"

El actor argentino llega para presentar por segunda vez en 2022 su éxito El equilibrista en El Galpón
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12 de noviembre de 2022 a las 05:02

Mauricio Dayub mira hoy al mundo desde la cuerda floja. Pero no está temblando: se para firme y confiado sobre ella. Él consiguió, después de años de remar contra un contexto que lo descartaba, la posibilidad de estar así, en una situación de privilegio en el mundo del espectáculo, en una línea suspendida en el aire donde se permite hacer equilibrio entre dos elementos que es casi utópico lograr al mismo tiempo –o que, al menos, están destinadas en conjunto para unos pocos—: el éxito de público y la satisfacción de hacer lo que lo hace feliz.

A los 62 años, este actor argentino tiene una carrera larga en cine, televisión y teatro, y tiene también dos obras que fueron un bombazo de público y que lo convierten en una referencia de las tablas bonaerense. La primera fue Toc Toc, que acumuló más de 2.000 funciones y 1 millón de espectadores. La segunda es El equilibrista, en donde abre su historia personal, que suma más de 600 funciones, que trajo a El Galpón a mitad de año y que ahora vuelve con tres últimas funciones, el 25, 26 y 27 de noviembre. 

Sobre la vocación, la perseverancia del actor, los desafíos de la escritura y el equilibrio que sigue manteniendo parado en el centro de la cuerda, Dayub dialogó con El Observador.

En la presentación del espectáculo dice que prefiere “la ilusión, la euforia, la expectativa” frente a “la resignación, los cumplidos, los bancos y los remedios”. ¿Su entrada a la actuación responde a esas ganas de escapar de la falta de ilusión de la realidad?

Sentí una vocación muy fuerte por algo que, en su momento, no sabía de qué se trataba. Sí sabía que era mi vida y que no podía hacer otra cosa. Y es cierto que mi imaginación siempre superó a la realidad. La realidad es algo con lo que siempre estuve en contra. Esta obra es una especie de declaración de principios en contra de lo que la sociedad genera para nosotros, alejándonos de lo que sentimos, de lo que necesitamos. Sobre el escenario me permito, en la medida en que puedo, expresar ese deseo de que la vida de todos mejore un poco. 

¿Cómo recuerda esos primeros encuentros con la actuación?

Era un desaforado. Hice cosas increíbles para acercarme a la profesión. En principio tuve que perder el equilibrio, porque tuve que dejar mi ciudad, mi familia, una carrera que estudiaba, todo porque me latía muy fuerte la necesidad de ser actor. Y como tuve que hacer todo eso, cuando tuve la mínima posibilidad arriesgué la vida. Pienso en Teatro Abierto, que era un evento extraordinario en el que quería estar. Recuerdo que a Villanueva Cosse lo esperé durante semanas afuera del estudio donde daba clase, para sumarme a sus obras. Un día me preguntó qué hacía siempre allí parado. “Te estoy esperando para pedirte para trabajar en una obra que vas a dirigir en el Teatro Abierto”, le dije. Él no entendió muy bien y me dijo que no tenía nada que ofrecerme, pero seguí yendo. Un día que llovía mucho me volvió a ver ahí, creo que se apiadó de verme todo mojado y me dijo que me arrimara al otro día. Y ahí empecé sin un rol asignado. Fui apuntador, extra, y finalmente, con él, hice un rol protagónico en una obra sobre la vida de Miguel Hernández que le dio inicio a mi carrera. Pero eso pasó porque Villa pudo percibir el hambre que tenía. Esas ganas de actuar. Y esto que hago ahora, que soy actor, productor, escritor, que gestiono una sala, sale de eso. 

Mauricio Dayub

De una pulsión por ser parte, como sea, del mundo del teatro.

Sí, de que no se me podía escapar, porque entendía que ser feliz es ser de grande lo que uno de chico se imagina. Y yo me imaginaba esto. Era una postal a la que tenía que serle fiel porque, si no, no iba a conseguir una linda vida. Hoy cuando me preguntan de dónde consigo tanta fuerza, tantas funciones y giras, creo que la respuesta es porque es lo que siempre quise hacer. Más ahora, que después de muchos años mis espectáculos coinciden con el gusto del público. Cuando la gente disfruta tanto como yo, ahí es cuando no cambio mi lugar por el de nadie. 

En una entrevista reciente decía: “Empecé a escribir mis obras porque lo que me ofrecían era inferior a lo que necesitaba hacer”. ¿Cómo recuerda aquellas primeras sesiones de escritura?

Nunca pensé que pudiera escribir, pero pasó que la expectativa que tenía respecto a la profesión era muy grande y lo que me ofrecían era muy pequeño, así que llegó un momento en que necesité desarrollar un rol propio de punta a punta. Y como nadie me lo ofrecía y nadie me lo iba a ofrecer, lo escribí. Mi primera obra me dio una sorpresa enorme porque era como si de golpe supiera tocar el piano. Simplemente lo hice para poder seguir con lo que me gustaba, porque no podía hacerlo de otra forma. Yo no tenía un perfil que le interesara al medio. De algún modo me veían muy inofensivo, venía del interior, no hablaba inglés, no tenía los atributos que a veces Buenos Aires rescata de la gente. Nadie percibía lo que yo tenía para dar.

¿Sentía que estaba quedando por fuera del medio?

Absolutamente. Sentía que Buenos Aires me había recibido y a los dos o tres años me había pegado una patada. Pasé a ser uno de los tantos porteños que buscaban su lugar, y ahí la cosa se puso complicada. Era una carrera en la que, en ese momento, había 5.000 actores, de los que 5 trabajaban muy bien, 50 vivían de la profesión y 500 buscaban ser como esos 50. El resto, los otros miles, hacíamos agua intentando subirnos a la lona. Me di cuenta de que lo único que me podía salvar era detectar cuál era mi fuerte, y me propuse hacer reír más que el mejor actor cómico y emocionar más que el mejor actor dramático. Si lo lograba se podían solucionar mis problemas con la profesión. Puse mucho foco en formarme y aprender. Con los años me di cuenta de que me empezaban a elegir por las mismas cosas por las que me rechazaban antes. Yo era el mismo, solo que más pulido, con más experiencia. Los valores los tenía de entrada. Las ganas, la garra, el ímpetu, la conducta, la perseverancia, el modo. Eso estaba, pero nadie lo veía. Y lo que más le cuesta a un actor es eso: ser percibido. Si uno no tiene posibilidades de autogestionarse, depende totalmente del otro. Si no te ven, te quedás afuera.

¿El éxito de El equilibrista, y antes de Toc Toc, es la prueba de que logró doblarle la muñeca al medio?

Es que la indiferencia del medio fortaleció mi deseo. Cuando uno tiene un deseo así y es rechazado, necesita doblar la energía para satisfacer ese anhelo.

Mauricio Dayub

¿Cómo es crear un espectáculo de cero? ¿En qué modo se coloca para crear algo como El equilibrista?

Lo primero que aparece es como un deseo... Como si advirtiera que hay malentendidos en la sociedad, cosas mal aprendidas, cosas que hoy significan algo que en realidad no son así, ciertas creencias aprendidas. Y quiero desmitificar eso. Es lo primero que me ilusiona: que si detecto esas cosas y logro desmitificarlas, si las pongo de forma esclarecida sobre el escenario, voy a beneficiar la percepción de mucha gente que, como yo, advierte que eso sucede, pero no lo puede cambiar. Desde el escenario todos podemos discutirlo. Ahí empiezo a esbozar y a escribir. Soy de guardar en papelitos las cosas que me movilizan, que me emocionan, que son importantes. Cuando empiezo a escribir, saco esa cajita y voy tratando de emparentar eso que dije, que sentí, que percibí, y las inserto en diálogos. Y después, una etapa que es fundamental y me gusta mucho, es pensar quiénes son las personas más idóneas para cada rubro. Y empiezo a cotejar con ellas, para ver si eso que me preocupaba también pasa en otros. Ahí arranco a pulir, a poner en valor algo que al principio surge como algo mío. Y lo que siento que a veces me diferencia es que me la juego completamente por lo que necesite la obra. Cuando quise comprar mi primer departamento después de años de alquiler, puse la mitad de la plata que tenía en la producción de una obra, y antes de estrenar creí que lo había perdido todo. Pero no pasó. No tengo límites para poner arriba del escenario lo que la obra necesita. 

¿Qué pasa con la vocación en 40 años de carrera? ¿Se transforma, se reafirma, cambia de foco?

Es ir descubriendo a lo largo del tiempo de qué se trataba lo que a mí me gustaba cuando era chico. Cada vez voy profundizando más esa búsqueda. Cuando te atrae una vocación, en realidad no sabés de qué se trata. Quien de niño dice que quiere ser médico no lo dice por lo que en realidad se trata la profesión, sino porque vio cómo un paciente le agradece a un médico y quiere estar en ese lugar, o cuando se quiere ser artista es porque quizás vio como lo aplaudían. Pero al final ser médico o artista no significa eso. Con el tiempo he ido descubriendo de qué se trata exactamente mi profesión, y por eso no se termina ese deseo por la actuación, porque cada vez encuentro más cosas en ella. Esto que hago ahora de encontrarme con la gente al final de la obra es porque descubrí que el teatro no empieza ni termina arriba del escenario. La relación posterior con el público me da un plus que no me da la escena, y se basa en experimentar el resultado de lo que produje en escena. Siempre digo que a mí me gusta el teatro media cuadra antes de llegar y  media hora después de que se fue el último espectador. Lo bueno es que a medida que voy abriendo puertas en mi vocación, me intereso por lo que sigo hallando. No tengo la sensación de que ya hice todo, de que descubrí todo. A pesar de que me ha ido bien y he tenido buenas oportunidades, lo que viene cada vez me atrae más. Y eso me hace acostarme con ganas de levantarme al otro día. Duermo poco porque me ilusiona mucho la vida y lo que estoy haciendo.

¿Hoy entre qué cosas siente que hace equilibrio?

Durante muchos años hice equilibrio entre lo que sentía mi corazón y lo que tenía anotado en la agenda. Y hoy donde más hago equilibrio es entre el sentido común y el desatino en el que nos hemos convertido. Todo el tiempo estoy tratando de encontrar el sentido real a las cosas. La hipocresía general es extrema, que todo el tiempo me pregunto de qué se trata lo esencial, lo básico, porque no lo vemos. Parecería que las cosas ya no son lo que son de verdad. Están como desdibujadas, adulteradas. Por ejemplo: la diferencia entre trabajar y hacer que estamos trabajando es diaria, constante. La mayoría cree que está trabajando por estar cumpliendo horario o estar en la oficina. 
Pero dedicarse al trabajo que uno tiene que hacer es otra cosa, y cuando uno lo hace cambia todo. Cambia tu realidad, la de tu gente, la de tu compañero. Algo tan simple como eso no ocurre en la diaria, y nadie se lo pregunta. Toda esa imitación que existe hoy hace que se desdibuje la verdad. En muchísimos órdenes de la vida esto pasó: se desdibujó la verdad. Y eso complejiza la vida, la detiene, la trastoca. 

Mauricio Dayub

¿El éxito también obliga a hacer otra clase de equilibrio?

Nací en un barrio en el que me conocían todos, y a medida que fui creciendo conocí otros barrios y llegó un momento, a los 15 o 16, en que ya me conocían en todos lados. Cada vez que me mandaba una cagada sabían quién era yo. En ese sentido, viví toda mi infancia y juventud como “famoso”. Por eso no me cambia que me conozcan. Al mismo tiempo, tengo una cualidad y es que no soporto no ser yo. Cuando me elogian diciéndome “gracias por ser como sos”, me río porque es lo más fácil. Lo que me cuesta es cambiar, no me gusta. Ni siquiera de hábitos. Amo la rutina. La gente habla de la rutina como algo horrible, que hay que romper, y mi rutina es preciosa. Me la armé de acuerdo a mis gustos. Así que no me sucede algo distinto desde que soy un poco más conocido. Lo que sí me genera es un tremendo agradecimiento, porque todo me costaba más cuando era rechazado. Ahora que no tengo que hacer fuerza para decir lo que me gusta o cómo siento que hay que hacer las cosas es mucho más fácil.

Uno de los lemas de El equilibrista es el de ser “teatro con garantías”. ¿Cuál es la garantía siempre que debería ofrecer el teatro a los espectadores?

Conmover. A través de la risa o la emoción. El mayor pecado del teatro es serle indiferente al espectador. Cuando alguien se sube a un escenario tiene la misión de llegar al corazón del público. Lo que no traspasa el escenario y no llega al otro falla.

¿Y cuál es la garantía personal con la que se sube al escenario?

Una vez la novia de un amigo le preguntó “¿Cuánto tiempo le llevó a Mauricio ensayar El equilibrista?”, y yo escuché que él le contestó “toda la vida”. Creo que la garantía es eso, la vida. Por más que en el teatro se actúe y que se construya una ficción, lo que pasa es la vida real, lo que está ahí. La garantía es tener la posibilidad de poner la vida arriba del escenario y que esa vida le llegue al otro. Y eso no se puede actuar.

El equilibrista

Mauricio Dayub regresa con su obra a El Galpón después de un primer pasaje por ese mismo escenario a mediados de año. Las funciones son el viernes 25 y el sábado 26 a las 21 y el domingo 27 a las 19. Entradas en venta en boletería y Tickantel a partir de $ 1500. 

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