Mundo > Entre muros y hospitalidad

El año en el que la migración batió récords

Si algo ha caracterizado al mundo en 2018 han sido los movimientos migratorios; las reacciones van desde la ayuda solidaria hasta las barreras y la xenofobia
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05 de enero de 2019 a las 05:02

Si se hace un balance de los acontecimientos de 2018, se puede fácilmente concluir que la migración ha sido una de sus características más destacadas. 

Miles de sirios y africanos buscaron alcanzar costas europeas debido a las guerras y penurias, otros miles de centroamericanos buscaron la frontera para llegar a Estados Unidos (se calcula que 500.000 al año lo logran clandestinamente), los venezolanos se fueron en masas huyendo de una crisis profunda. Según la ONU, el éxodo venezolano, que alcanza unos 3 millones de personas, es el mayor movimiento masivo de población en la historia reciente de América Latina. 

En distintas partes del mundo los migrantes escapan de conflictos armados o de la pobreza. Permanecen hacinados en albergues en los caminos hacia otros países, ajenos a la burocracia migratoria y a otras barreras amenazadoras. Muchos dejan sus vidas en el intento. Una triste realidad que golpea y apena a todos. 

Del muro a la hospitalidad

Ante un fenómeno en crecimiento, varios gobiernos adoptaron medidas duras contra la migración últimamente. 

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha tildado de “invasión” a las caravanas de centroamericanos en la frontera con México y tiene desplegados a los militares para contenerlas. Además, anunció que el cierre parcial del gobierno federal durará hasta que se cumpla su demanda de fondos para construir un muro en dicha frontera. El pasado 28 de diciembre amenazó con cerrarla completamente si el congreso no financia totalmente dicha construcción.

En Italia, que es la principal entrada de migrantes a Europa por el Mediterráneo, el ministro del Interior y líder de La Liga (ultraderecha), Matteo Salvini, bloqueó los puertos del país a los navíos humanitarios que rescatan migrantes en el Mediterráneo. También endureció las políticas migratorias y el número de llegadas bajó más de 80% en 2018 respecto a años anteriores.

En Australia rige una política tendiente a aceptar únicamente a los mejores candidatos, con lo que la cantidad de migrantes con visado permanente cayó a su nivel más bajo en diez años.

Hungría también aprobó legislaciones más restrictivas y no está respetando las disposiciones europeas en materia de asilo. En 2015 el gobierno levantó una alambrada de centenares de kilómetros en las fronteras serbia y croata para atajar el aflujo de refugiados que huían de las guerras de Medio Oriente. Aún se mantiene.

Las organizaciones de derechos humanos defienden a los migrantes no solo por razones humanitarias, sino porque confían en el valor de la diversidad en las sociedades, por lo que tratan de promover la integración social y desactivar la xenofobia. A la fecha, 164 estados de los 193 miembros de la ONU han firmado el Pacto Mundial de la ONU sobre Protección de Migrantes y Refugiados.

En ese sentido, el gobierno de México anunció a mediados de diciembre de 2018 una nueva política migratoria en un ambicioso programa para impulsar el desarrollo de la región. Sin ir más lejos, Uruguay es solidario con los extranjeros que llegan a este territorio (es el país de América Latina que más facilita los trámites de residencia) y ha sabido ver la oportunidad que el aporte que los inmigrantes legales representan para el sistema de seguridad social.

Si bien existen otros ejemplos de integración socio-cultural y sobre todo de buenas voluntades, a los gobiernos latinoamericanos no les está resultando fácil ajustar sus políticas públicas ante este fenómeno de migración en crecimiento y que los desborda. 

Resistencias y miedos

Cuando los países no cuentan con las políticas, infraestructura o logística necesaria para recibir a los inmigrantes, las alarmas de la población local se encienden al sentirse en riesgo en su propia tierra. 

Mucha gente piensa que los recién llegados son una amenaza para sus puestos de trabajo, para la seguridad, dicen que vienen a quitar y no a aportar, que no respetan la cultura y costumbres locales, o que no deberían tener derechos en sus países. En muchos casos los inmigrantes, que también sienten resistencias para integrarse, recrean sus culturas de origen en barrios étnicos relativamente aislados del resto de la población, como ocurre, por ejemplo, en algunas zonas de París. 

Las resistencias se levantan por miedo o prejuicios ante lo diferente, tendencia a descalificar lo que no se entiende o no se comparte, o por ideas de que la propia cultura es “superior o mejor” y se rechaza así lo foráneo. Esto se potencia generalmente en países donde los gobiernos y las instituciones no se preocupan mayormente por inculcar valores de igualdad y democracia en sus sistemas educativos, culturales, económicos y socio-políticos.

El sociólogo venezolano Tulio Hernández (quien además de ser un estudioso del tema de la migración y el exilio, tuvo que huir de su país por una orden de aprehensión en su contra, como muchos otros intelectuales de Venezuela), observa que a veces se confunde la xenofobia con la aporofobia, es decir el rechazo a la pobreza.

“Muchas veces no se rechaza al extranjero o a otra raza, sino a la pobreza que él representa o encarna”, dijo Hernández. “Mientras el migrante ilustrado o con ingresos económicos es bien recibido, el refugiado que vive una especie de éxodo sin Moisés cargando niños y sus enseres encima, despierta el temor de que su pobreza se extienda en los lugares de acogida, en una suerte de contagio; eso es lo que la gente repele”, analizó el sociólogo.

Esos sentimientos de xenofobia y aporofobia que forman parte del imaginario social y crean barreras culturales, pueden ser trabajados y desmontados. Porque cuando el fenómeno de la migración es bien entendido y aprovechado en sus facetas positivas, significa aportes valiosos para el colectivo social. 

El aporte desde la diferencia

La migración puede ser vista como una oportunidad; es especialmente valiosa en países donde la población está envejeciendo, dado que quienes llegan con frecuencia son jóvenes con disposición a trabajar, como el caso venezolano. La integración de culturas bien encausada generalmente enriquece y aporta diversidad de puntos de vista y nuevas perspectivas. 

No hay que olvidar que los migrantes que llegaron a América Latina desde Europa debido a las Guerras Mundiales contribuyeron significativamente al desarrollo de este continente y dejaron un legado cultural que aún permanece y le ha dado identidad a la región.

Una situación que llama la atención es la del Valle Central Californiano de Estados Unidos, donde los inmigrantes ilegales han ayudado a convertir a la agricultura en un negocio de más de US$ 35.000 millones, a punta de esfuerzo y trabajo. El presidente Trump adopta medidas contra los inmigrantes, pero esto podría revertirse en contra, ya que, por ejemplo, se ha estudiado que dicho negocio del Valle Central tendería a desaparecer si los trabajadores extranjeros tuvieran que dejar el país. 

Esa zona, de una extensión de 50.000 km2, produce la mitad de las verduras, frutas y frutos secos que se consume en Estados Unidos. En temporada alta, la recogida se realiza con hasta 400.000 jornaleros, 70% de ellos indocumentados, según un estudio de la Universidad de Davis California. Es claro que los resultados serían mayores si las condiciones de vida y laborales de esos migrantes fueran mejores. Lo más significativo es que, según el estudio, pocos norteamericanos están dispuestos a hacer ese trabajo.

Cuestión de políticas y otras medidas

Es esperable que los Estados receptores de la migración pasen de medidas de atención humanitaria cortoplacistas a estrategias de políticas de integración social a más largo plazo, ya que el fenómeno se acentuará en los próximos años, según proyectan organismos internacionales. 

Cuando las políticas públicas están bien diseñadas incluyen programas de inserción laboral, capacitación según las necesidades del país receptor, cursos de idiomas, preparación de los inmigrantes en la nueva cultura, campañas de sostén y orientación psicológica, desmontaje gradual de prejuicios. 

La meta es lograr la transición de una migración asistida a una migración productiva, que favorezca a la sociedad en su conjunto. La tarea es compleja. Los cálculos del gobierno de Colombia lo prueban: se necesitaría 0,5% del PIB de Colombia para atender adecuadamente a los miles de venezolanos que han llegado al país en los últimos años; esto es US$ 1.500 millones.

La ONU prevé que los migrantes y refugiados venezolanos aumentarán a 5,3 millones para fines de 2019 (hoy en día alcanzan los 3 millones); un mero ejemplo de otras migraciones que están en alza en el mundo. Días pasados, el organismo pidió US$738 millones para distribuir en dieciséis países de América Latina como ayuda. 

A medida que el fenómeno de migración aumenta, también deberían hacerlo los esfuerzos para desarrollar nuevos mecanismos regionales coordinados de posible solución. Por ahora, no se ha logrado. 
 

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