Opinión > COLUMNA/EDUARDO ESPINA

El auto más famoso del cine

Se cumplen 50 años de una película pionera en las escenas de acción
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20 de octubre de 2018 a las 05:02

En México conmemoran en estos días los 50 años de los Juegos Olímpicos realizados en ese país entre el 12 y el 27 de octubre de 1968. Fueron los últimos en que los atletas vivieron en plena libertad los días de competencia. Tras la masacre de los Juegos de Múnich en 1972, la vida de ellos durante la competencia ha estado bajo rigurosa vigilancia. En lo que va de 2018 se han conmemorado muchos hechos acontecidos en 1968, año bisiesto iniciado en lunes, y muy peculiar por la cantidad de sucesos que coincidieron en 12 meses. Fueron tantos de importancia y con influencia manifiesta que, considerando la cantidad de simposios, congresos y ciclos realizados en lo que va del presente año para evaluar con mayor perspectiva histórica lo ocurrido medio siglo atrás, podemos hablar de 1968 como “año eterno”. 


Para la vida estadounidense, 1968 fue un año extremo y no solo por lo que ocurría en Vietnam. Hubo dos asesinatos mayores: el de Robert Kennedy (1925-1968) y el de Martin Luther King Jr. (1929-1968). En Francia se vivieron varios de los días más convulsionados de la modernidad posterior a la segunda guerra mundial, país donde tuvo lugar el llamado “Mayo de 68”, que incluyó una avalancha de protestas y disturbios civiles realizadas en toda Francia, en París, sobre todo. La lista de otros hechos notables ocurridos en ese año incluye el inicio en enero de la llamada Primavera de Praga, a la que pusieron fin las fuerzas militares comunistas soviéticas en agosto (200 mil soldados y varios miles de tanques), y la matanza estudiantil de Tlatelolco, ocurrida en la plaza de las Tres Culturas de la capital mexicana, 10 días antes del inicio de los Juegos Olímpicos. En 1968, annus mirabilis para insurrecciones, hicieron su aparición tres grupos fundamentales en la historia del rock, Led Zeppelin, Black Sabbath y Deep Purple. Asimismo, se estrenó una película que cambiaría la historia del cine de acción.

 


El 17 de octubre de 1968 llegó a los cines Bullitt. Dirigida por el inglés Peter Yates (1929–2011), quien realizó varios filmes notables injustamente olvidados (John y Mary, Breaking Away/Los muchachos del verano, El vestidor), y protagonizada por Steve McQueen (1930–1980), el policial con gran octanaje se convirtió en instantáneo éxito de crítica y taquilla. En un annus mirabilis también para el cine, integró la lista de los cinco mejores estrenos de ese año, en la cual también figuran clásicos como 2001: Odisea del espacio, El planeta de los simios, El bebé de Rosemary, y Érase una vez en el Oeste. Tal vez por la inédita velocidad que imponía la trama para este tipo de thriller, y que le otorgó su originalidad a prueba del tiempo, la Academia desairó al notable filme de Yates en las categorías principales del Oscar. Bullitt solo consiguió nominaciones a Mejor sonido, y a Mejor montaje, premio que obtuvo. Con la música de fondo creada por el argentino Lalo Schiffrin (el mismo de Misión imposible), el filme se adelantó a la dinámica de varios planos fragmentados y en sucesión no necesariamente lineal, que caracterizó a los videos en la era de MTV, logrando un relato de aceleramiento con consecuencias formales, tanto para el ritmo del relato como pautar la visualidad que se escenificaba. Nunca he podido saber con certeza si Yates se dio cuenta de lo que había descubierto, pues no volvió a visitar esa estética de inaudita rapidez en sus filmes posteriores. Aunque muchos críticos por esa época tan ideologizada lo vieron solo como un filme de aventuras, para pasar el rato, Bullitt fue una poderosa declaración estética, no en vano en 2007 fue incluido en la prestigiosa lista de filmes clásicos que merecen ser preservados del Registro Nacional de Cine, de la Biblioteca del Congreso por ser “cultural, histórica y estéticamente significante”.

En un annus mirabilis también para el cine, Bullitt integró la lista de los cinco mejores estrenos de 1968


Además de McQueen, el actor estadounidense más popular por esos días (quien interpreta al teniente Frank Bullitt), y de Robert Vaughn y Jacqueline Bisset en los papeles estelares, los otros dos grandes protagonistas del filme son el Ford Mustang GT, color verde oscuro, y el Dodge Charger R/T 440 (uno parecido aparecía en la serie televisiva Los Dukes de Hazzard), color negro, pues los criminales, lo mismo que los cowboys malos, han sido siempre representados en cine en ese color. Tal vez porque al Mustang lo manejaba McQueen, y por estar asociado a los vencedores, en este caso, los buenos, ese GT se convirtió en el auto más famoso de la historia del cine, superando al Aston Martin DB5 que manejaba James Bond en Goldfinger. La persecución callejera en las calles con subidas y bajadas de San Francisco es un momento cumbre de la técnica cinematográfica de filmación y lo más difícil, aunque parezca mentira y pocos lo sepan, es que el Charger tenía mucho mayor poderío y velocidad que el Mustang, por lo que hubo que filmar infinidad de veces la persecución para dotarla de credibilidad pues, en la realidad, hubiera sido difícil que el Mustang, por más que lo manejara McQueen, pudiera acercársele. Hoy, tal como se vio en las varias entregas de la saga Rápidos y furiosos (en la cual también es protagonista un Charger, sobre todo en la séptima), las modificaciones pueden ser realizadas y modificadas con efectos especiales. Sin embargo, 50 años atrás era el ojo y la precisión los encargados de lograr que las cosas parecieran perfectas. Eso, precisamente, el sentido de perfección sin altibajos y sucediendo a máxima velocidad, es lo que ha inmortalizado a la escena, que aún hoy sigue asombrando por la adrenalina que desata y la enorme cuota de desafíos por superar involucrados en cada secuencia de la misma. La de Bullitt, y las de Carrera contra el destino (1971) y Ronin (1998), son tres persecuciones antológicas.

 

Tal vez por la inédita velocidad que imponía la trama para este tipo de thriller, y que le otorgó su originalidad a prueba del tiempo, la Academia desairó al notable filme de Peter Yates en las categorías principales del Oscar
 


Considerando el gran éxito que fue Bullitt, por mucho tiempo se habló de hacer una segunda parte. Los planes se acabaron en noviembre de 1980, cuando McQueen murió a los 50 años de edad, de cáncer de estómago. Realizar una segunda parte con otro actor resultaba imposible, pues McQueen y el Mustang eran la película. Si bien antes y después el actor hizo unas cuantas películas memorables, como Los siete magníficos (1960), El gran escape (1963), The Sand Pebbles (El cañonero del Yangtzé, 1966, por la que consiguió su única nominación al Oscar como Mejor actor), La fuga (1972), y Papillon (1973), es por Bullitt por la que más se lo recuerda. Su rostro adusto, al que costaba sacarle algún gesto, está asociado de por vida al auto verde que se expresaba cruzando esquinas y calles empinadas a una velocidad de vértigo, que solo el cine cuando hacía las cosas manualmente ha conseguido transmitir tan bien.
 

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