El declive económico

Los datos muestran que estamos ante una tormenta de cierta intensidad que probablemente comprometerá algunos de las mejoras que exhibió el país durante los años de bonanzas. Uno de ellos probablemente se refleje en la próxima medición de la pobreza.
No estamos en un estado de emergencia como luego del estallido de la crisis de 2002. Sin dudas que el país tiene hoy más fortalezas que entonces.

Pero hay suficientes síntomas para que nos preocupemos en serio: sube la temperatura de un paciente débil y es por eso que son muy pocos los que en estas horas se animan a asegurar de que el año no cerrará con una recesión.

El Producto Interno Bruto (PIB) disminuyó 0,2% interanual en el período enero-marzo por el declive del sector privado, el mejor generador de riqueza y de auténticas fuentes de trabajo. Sin el buen desempeño de los entes públicos, la bajada hubiese sido de 1,8%.
Habla muy mal de nuestro contexto económico que la demanda pública en el período considerado haya sido el único propulsor del nivel de actividad. 

El consumo privado –suma dos trimestres consecutivos de caída interanual–, la inversión privada –dos años y medios de baja consecutiva– y las exportaciones –cuatro trimestres en retroceso– están mostrando la falta de confianza de los consumidores y del sector privado, así como problemas de competitividad o de acceso a mercados. Nada de eso cambia de humor de la noche a la mañana.

Economistas independientes y de consultoras privadas no descartan que el país pueda caer en una recesión e incluso hay quienes hablan del inicio de un proceso de estanflación dado que la inflación de 7,73 % de los 12 meses a mayo, se ubica muy por encima de la media de la región, con la excepción de Argentina que está inmersa en una profunda crisis económica. Y un escenario recesivo obviamente se refleja en un aumento del desempleo. 

La tormenta económica se está formando en una coyuntura internacional y nacional muy especial que solo un milagro podría asestar un golpe de buena fortuna. Es muy difícil imaginar un aumento de las exportaciones con la inestabilidad del mundo por la guerra comercial entre Estados Unidos y China que repercute en todos lados. Por otra parte, el país está en medio de un proceso electoral donde en general los gobiernos realizan una gestión con la habilidad de un buen surfista pero sin tomar medidas. 

Una dificultad que agrava el actual estado de cosas es la rigidez del país para enfrentar situaciones complejas. El gasto público, las leyes laborales y la fiscalidad empresarial, por ejemplo, no reaccionan a los cambios que pueda sufrir la economía. 

No hay razones de fondo entonces para creer que es posible un cambio de viento en los próximos trimestres del año.

Solo esperamos que los problemas que heredará la próxima administración sean considerados como una oportunidad para reconocer nuestros males y encarar de una buena vez las reformas que el país necesita a gritos.