Juan Andrés Ramírez

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El “efecto Ramírez” acecha a los blancos: ¿garantía de paz o corsé que asfixia a los rebeldes?

Desde que Juan Andrés Ramírez le tiró con todo a Lacalle Herrera en 1999, los blancos castigan las rebeliones internas
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19 de junio de 2023 a las 05:00

Una noche de abril de 1999, Juan Andrés Ramírez se presentó en el programa Agenda Confidencial de canal 12 y, papeles en mano, acusó a su competidor en la interna blanca, Luis Lacalle Herrera, de enriquecerse ilícitamente y le exigió que explicara el origen del dinero con el que aumentó su patrimonio personal.

Tras el gobierno del Lacalle (1990-1995), varios de sus funcionarios habían sido procesados por diversos hechos de corrupción, hechos que fueron aprovechados por Ramírez para pedirles a sus correligionarios que le dieran la espalda.

Pese a las gravísimas acusaciones, los blancos se pusieron del lado del acusado, castigaron a Ramírez por la grieta abierta en el partido y proclamaron ganador a Lacalle. Pero, herido por las fuertes críticas de su rival, Lacalle perdió la elecciones generales de 1999 recogiendo la peor votación en la historia del Partido Nacional y quedando en tercer lugar por debajo del Frente Amplio y del Partido Colorado. Había nacido “el efecto Ramírez”. Un precepto que dice algo así como “todo aquel que amenaza la unidad de los blancos puede darse por perdido”.

La admonición llega hasta nuestros días y pesa sobre los hombros de los aspirantes a representar al Partido Nacional en las próximas elecciones. La tendencia de los blancos de castigar al que se rebela demasiado contra sus propios compañeros –después de una historia de rebeliones y pugnas fratricidas- actúa como una salvaguarda para que no se repitan errores pasados, pero es a la vez una amenaza para aquel que quiera mostrarse distinto. Marcar perfil sin revelar las falencias del adversario parece ser la consigna.

A los blancos, tras aquella accidentada elección de 1999, los comicios de 2004 los encontraron cuidando al extremo la posibilidad de una nueva confrontación de las características de la que enfrentó a Lacalle Herrera y Ramírez.

Fue Jorge Larrañaga quien corporizó esa necesidad de unidad. Larrañaga le ganó a Lacalle Herrera una interna en la que las críticas entre los contrincantes fueron nimias, y en las elecciones generales el hombre de Paysandú logro para el Partido Nacional la mejor votación de su historia aunque no pudo evitar la victoria del Frente Amplio.

En 2009, Larrañaga y Lacalle Herrera volvieron a estar frente a frente. En esa ocasión, Larrañaga pareció olvidar lo sucedido en la última década y, cuando vio que su contendiente subía en las encuestas, eligió transitar –sin tanta ferocidad- el camino de Ramírez.

La tendencia de los blancos de castigar al que se rebela demasiado contra sus propios compañeros –después de una historia de rebeliones y pugnas fratricidas- actúa como una salvaguarda para que no se repitan errores pasados, pero es a la vez una amenaza para aquel que quiera mostrarse distinto.

 

“Yo no voy a destapar el tarro. Pero (Lacalle) no puede decir que tan suelto de cuerpo que no tiene responsabilidad en esos episodios (de corrupción ocurridos desde su gobierno)”, disparó Larrañaga en una entrevista con Búsqueda. Y abundó: “No hay que chuparse el dedo. Si Mujica le dijo coimero a (el exministro de Economía) Ignacio de Posadas imagínense lo que pueden terminar diciendo de Lacalle”.

En el último tramo de la campaña, Larrañaga dijo que si Lacalle ganaba la interna “se ingresará en un proceso de radicalización con la izquierda que perjudicará” al Partido Nacional y, aludiendo al abolengo político del nieto de Herrera, afirmó que los liderazgos “no se heredan sino que se construyen y renuevan”.

Mientras tanto, Lacalle guardaba silencio, asumía el papel de víctima y se lamentaba por los cuestionamientos que le prodigaba su correligionario.

El “efecto Ramírez” le exploto en la cara a Larrañaga y Lacalle Herrera le ganó la interna. Después, Larrañaga aceptó integrar la fórmula presidencial e hizo lo propio con Luis Lacalle Pou quien le ganó en 2014 en una campaña sin demasiados sobresaltos. En 2019 Lacalle Pou volvió a vencer a sus contrincantes en una interna en donde la única anomalía fue la de Juan Sartori y sus asesores expertos en campañas sucias.

Con esos antecedentes, es de esperar que los precandidatos que pugnarán por la candidatura presidencial blanca en 2024 se anden con cuidado antes de criticar con demasiada vehemencia a sus rivales.

Resultaría extraño que hubiera algún tipo de choque más o menos intenso entre el secretario de la presidencia, Álvaro Delgado, y la economista Laura Raffo quienes –cobijados por el presidente Lacalle Pou- se aprestan a protagonizar la disputa a caballo de una gestión que reivindican por igual.

“Tenemos una precandidata nueva en el Partido Nacional, con fuerza, innovación, inteligencia, ganas. Con lo que Luis tenía cuando empezó. Con los mismos ingredientes, ahora en una mujer, queremos darle la continuidad que tiene que tener un gobierno que no puede retroceder", dijo Luis Alberto Heber sobre Raffo durante un acto de la 71 por si quedaban dudas de que el oficialismo blanco  marchará detrás de las mismas ideas.

Es de esperar que los precandidatos que pugnarán por la candidatura presidencial blanca en 2024 se anden con cuidado antes de criticar con demasiada vehemencia a sus rivales.

Incluso si el senador de Por la Patria, Jorge Gandini, la vicepresidenta Beatríz Argimón o el ministro de Defensa, Javier García se animan a lanzar su propia postulación con un discurso más wilsonista, el margen de maniobra para cuestionar a sus correligionarios será mínimo.

El “efecto Ramírez” se cierne sobre el Partido Nacional y, al parecer, garantiza su unidad interna. Pero también es un corsé que asfixia los amagos de rebeldía en una colectividad que, paradójicamente, desde Leandro Gómez y Aparicio Saravia hasta Wilson Ferreira, no se ha cansado de venerar a un panteón de insumisos.

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