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El impacto en la región del nuevo presidente de Brasil

Una radicalización de un péndulo que se mueve de un extremo a otro
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04 de noviembre de 2018 a las 05:00

El futuro ya no es lo que era antes”, dijo una vez Paul Valéry. Y es la idea que más viene a la mente al pensar en el porvenir de América Latina a la luz de los acontecimientos más recientes.  
Al giro hacia un centro-derecha más tradicional y moderado que hace poco más de dos años parecía perfilarse en la región tras el triunfo de Mauricio Macri en Argentina, le ha sobrevenido ahora la búsqueda de una derecha más carnívora y de extrema como la que ha llevado a Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil.

El fenómeno Bolsonaro ha dividido las aguas no solo en su país. Basta ver las redes sociales de varios países sudamericanos para constatar que la brecha en torno a su figura se ha extendido por toda la región. Sin duda es parte de la creciente fractura expuesta que atraviesa a la opinión pública mundial de estos tiempos, donde el debate ya no parece pasar por las ideas, los diferentes puntos de vista entre personas que se respetan y la madurez cívica, sino por la supresión del otro, los odios y el lenguaje violento. 

Desde luego que en Brasil el triunfo de un candidato con un discurso tan agresivo como el de Bolsonaro no se ha dado en el vacío. Ha sido la respuesta del hartazgo y la indignación con la corrupción astronómica y sistemática, la violencia fuera de control y el doble discurso de los gobiernos del PT. Del mismo modo, en otros varios países de la región, existen importantes segmentos de ciudadanía hartos con lo que representaron más de diez años de gobiernos progresistas en toda América Latina.

En un momento ese descontento pareció canalizarse hacia una vuelta de los gobiernos liberales de los años ‘90 Ahora no está tan claro. La tendencia de la izquierda a victimizarse y a polarizar el discurso continúa empujando a ciudadanos otrora moderados hacia posiciones de extrema. En ese clima más parecido a una guerra de trincheras que a una sociedad educada en el debate público, ganan los Bolsonaro, los Maduro y todo tipo personaje nefasto.

Y es que no solo es producto del fracaso de los gobiernos de izquierda en la región. El triunfo de Bolsonaro ha puesto en evidencia el fracaso también de los demás partidos como alternativa viable. Del mismo modo, en los otros países, los partidos tradicionales tienen serios problemas para capitalizar el descontento con la izquierda. Y algunas figuras de lo que se conoce como la “antipolítica” empiezan a emerger también allí. 

Así pues, si el advenimiento de los gobiernos progresistas en América Latina a principios de la década pasada fue la respuesta del descontento con los gobiernos liberales de los años noventa, el regreso al poder ahora de estas corrientes —lo que ha dado razón a los valedores de la teoría del péndulo— parece cada vez más intrincado. Ahí está Macri tratando de capear la crisis argentina sin atisbo de luz al otro lado del túnel, con escasas luces propias para divisar el camino y el Kirchnerismo acechando en las proximidades.  
El triunfo de Bolsonaro podría marcar entonces lo que sería una radicalización del péndulo: un péndulo que iría de extremo a extremo. 

De todos modos, aún estaríamos muy lejos de eso; y es posible que a mediano y largo plazo el equilibrio regional termine por estabilizarse en algún punto del centro. Pero aun con las diferencias de matices entre los nuevos gobiernos de la región —si en términos del poder real el fenómeno Bolsonaro quedase circunscrito exclusivamente a la geografía brasileña—, el giro a la derecha que ya ha pegado América Latina marcará sin duda un punto de inflexión en la geopolítica del continente que, cuando menos, habrá de cambiar el rumbo de los próximos diez años. 

Atrás han quedado ya los tiempos en que Lula, Néstor Kirchner y Hugo Chávez “enterraron” el ALCA, y con ello la influencia de Estados Unidos en la región. Algo que en su momento entusiasmó a los latinoamericanistas; el viejo sueño de la Patria Grande sin patrones del norte parecía por primera vez al alcance de la mano. Hasta que la corrupción desenfrenada, el autoritarismo y el despilfarro de la mayor bonanza en cien años los hizo añicos contra la realidad de esos gobiernos.

Luego los gobiernos de Macri, Michel Temer en Brasil, Sebastián Piñera en Chile, Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra en Perú, y ahora el de Iván Duque en Colombia y hasta cierto punto también el de Lenín Moreno en Ecuador, han signado el regreso de la influencia de Washington a América Latina. Venezuela y Cuba hace rato que ya no ocupan el lugar de protagonismo que ocupaban en las cumbres. La Unasur y la Celac se han vuelto dos meros espectadores en la toma de decisiones a nivel regional. Y en el caso de Venezuela, el régimen de Maduro es hoy el apestado diplomático del continente. 

Con Bolsonaro en el Planalto es de esperar que esa tendencia se acentúe, sobre todo habida cuenta de la sintonía que parece tener el brasileño con Donald Trump. Sin embargo por la influencia de China, Rusia y otras potencias emergentes, el desmantelamiento de las políticas del Foro de Sao Paulo tampoco significará un retorno de lleno al Consenso de Washington. Si bien el régimen de Pekín aún recela un poco de Bolsonaro desde que este se hiciera eco de la retórica antichina de Trump (aunque de un modo mucho más descafeinado) y anunciara que próximamente visitará Taiwán.

 

También en línea con las políticas de Trump, el brasileño anunció el martes que trasladará la embajada en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, con toda la polémica internacional que ello conlleva. Aunque algunas versiones de prensa en Brasil ya señalan que desde Itamaraty buscarán disuadirlo de la medida.  

Lo que sí parece inevitable es el choque de trenes con Maduro. Es de esperar que Bolsonaro no solo endurezca el discurso contra la dictadura venezolana, sino que también se sume a las denuncias que le han hecho los gobiernos de Argentina, Chile, Colombia, Paraguay y Perú. Y en esas vueltas, es posible que termine enganchado en alguna guerra de declaraciones de esas por las que el autócrata bolivariano se desmelena. Ahí se hace difícil pronosticar alguna consecuencia muy sensata. Aunque, con todo y su retórica agresiva, el brasileño parece estar bastante más cuerdo que el venezolano. Y ahora mismo lo que más parece buscar es un frente con los demás gobiernos liberales para impulsar una agenda de libre comercio en la región. 

En ese sentido, la gran incógnita hoy en estas pampas es qué piensa hacer Bolsonaro con respecto al Mercosur. Si sus propias declaraciones y las de quien será su ministro de Economía, Paulo Guedes, son un indicio, poco debemos esperar del gigante sudamericano para el futuro del bloque. Ambos consideran al Mercosur un obstáculo para cerrar acuerdos bilaterales con terceros países, amén de que durante años se convirtió en un vehículo meramente político que, en palabras del propio Guedes, “dejó al Brasil preso de alianzas ideológicas”.  

Tanto para Guedes como para Bolsonaro, el modelo en la región es Chile, país al que ambos admiran por su despegue económico al margen de las vicisitudes y coyunturas de la región. Y una Argentina en crisis y un Uruguay a cuyo gobierno ven como parte de ese esquema ideológico del pasado que tanto critican, no parecen despertarles mayor atractivo. Y así, es posible que también terminen sufriendo las ya complicadas negociaciones del bloque para un acuerdo con la Unión Europea.

Todo está ahora en el aire. La incertidumbre parece ser lo único seguro de lo que pueda ser o no ser el Brasil de Bolsonaro. Pero en particular para Uruguay, el futuro ya no parece ser lo que una vez fue.  

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