El infierno tan temido

Es imposible querer tapar el sol con el dedo. También es absurdo desconocer que Uruguay es hoy parte clave en el multimillonario negocio ilícito de la cocaína y que se ha convertido en un nodo internacional para la ruta de la droga. 

Los recientes decomisos en el puerto de Hamburgo, el aeropuerto en Francia y el chalet de Parque del Plata con miles de kilos de cocaína son la punta de un iceberg gigantesco que, de no encararlo bien para evitar entrar en colisión, puede terminar con el país mucho más hundido que el Titanic.

Si las autoridades policiales venían advirtiendo sobre el tema nadie se dio por enterado. Es evidente que lo que sucede en la región, donde hay países productores de cocaína -Bolivia, Perú, Colombia- tiene que repercutir en los países del continente. 

Cualquier aprendiz de estrategia podría deducir en un simple juego que tanto el puerto de Montevideo como sus fronteras vacías de vigilancia y escasos controles sobre el tránsito aéreo configuran un escenario más que favorable para los vuelos ilegales y el traslado relativamente sin contratiempos de la droga.

Convocados por la diputada nacionalista Graciela Bianchi esta semana tanto el subsecretario del Ministerio de Economía y Finanzas, Pablo Ferreri, como el ministro de Defensa Nacional, José Bayardi, comparecieron en el Parlamento para intentar explicar lo inexplicable: el rotundo fracaso en materia de combate al narcotráfico en Uruguay.

Es que el tema del narcotráfico nunca fue tomado demasiado en serio por el Estado uruguayo. El experimento de legalizar la marihuana recreacional generó un gran impacto en el mundo y pudo llevar a errores de apreciación. Quitándole el mercado de la venta de cannabis a los narcos no se solucionó el problema de fondo del narco, como argumentó en su momento José Mujica. 

Uruguay no es una isla en un continente americano donde la droga hace estragos, alimenta grupos guerrilleros, expulsa campesinos de las tierras, corrompe gobernantes y fomenta la anarquía donde reina el que tiene mayor poder de fuego y extorsión. No hay mucha ciencia al respecto. ¿Qué ha hecho Uruguay para enfrentar de raíz este problema que se vio venir durante demasiado tiempo como un tsunami en el horizonte? La sensación es que se hizo poco y nada: aplaudimos las series que tienen a Pablo Escobar como leyenda urbana y nos reímos de la fuga del Chapo Guzmán sin darnos cuenta que hoy ni Colombia ni México quedan tan lejos y que hace muchas décadas dejamos de ser el pequeño país modelo o la Suiza de América donde esto nunca iba a ocurrir.

Estamos inmersos en un continente complejo, desigual, con bandas ilegales poderosas y armamento superior al de los propios policías que deben combatirlos. Crece la demanda por cocaína, por ende la oferta. La discusión de una legalización mundial de la droga está en pañales, por lo que mientras tantos Uruguay debe reaccionar.

El gobierno aseguró que comprará un nuevo escáner para el puerto “con fondos provenientes de los decomisos del narcotráfico” y que costará US$ 3 millones. También que existirá una mejor “coordinación interinstitucional” para evitar el tráfico y se implantarán planes nacionales con inteligencia regional. Medidas sensatas y bienvenidas que llegan muy tarde cuando el infierno tan temido está ya instalado en la esquina de nuestras casas.