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El Maestro Tabárez y la política, del auge al fin de la era frenteamplista

El entrenador de la selección se convirtió para muchos en una metáfora del devenir de los años progresistas
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20 de noviembre de 2021 a las 05:01

Corría el mes de julio de 2018, la campaña electoral empezaba a asomar en el horizonte y, ante las dificultades ya evidentes en el Frente Amplio para definir sus candidatos, la entonces vicepresidenta de la República Lucía Topolansky fue invitada a imaginar una fórmula presidencial fuera de la caja, con personalidades de universos alejados de la política, pero con indudables lazos con la izquierda.

“Primero, el Maestro Tabárez”, respondió Topolansky sin dudar, apenas los periodistas del programa radial Fácil Desviarse le terminaron de nombrar cinco opciones, que incluían al director técnico de la selección uruguaya.

Si el “proceso Tabárez” trascendió los confines de las canchas de fútbol, la política –en su sentido más amplio– fue una de las tantas dimensiones que atravesaron sus años al frente del equipo nacional

Identificado sin tapujos con la izquierda, aunque –casi– siempre cuidadoso de mantenerse ajeno a las pasiones partidarias, lo que no puede estar fuera de discusión es que el “proceso” de Óscar Washington Tabárez en la selección –en especial su relación con los hinchas y la opinión pública– es inseparable del devenir del “proceso” político por el que transitó el país mientras los once jugadores vestidos de celeste y dirigidos por el “Maestro” trataban de meter la pelota en el arco rival. 

Su retorno a la selección, en 2006, coincidió con los albores de la era frenteamplista y su luna de miel en la opinión pública. Incluso se da por hecho que la contratación de Tabárez fue, en parte, una forma que encontró Eugenio Figueredo, por entonces presidente de la AUF, para congraciarse con el Frente Amplio recién llegado al poder

El auge futbolístico de la selección coincidió, a su vez, con la cumbre de los gobiernos del Frente Amplio, durante los primeros años de la administración de José Mujica. El cuarto puesto en Sudáfrica 2010 y el título de la Copa América en 2011 llenaron las calles del país de hinchas jóvenes que veían por primera vez una selección triunfal, y de veteranos que rememoraban, aunque fuera en parte, las glorias de antaño. 

La coincidencia no solo se observaba en los resultados y la respuesta de la gente. Tabárez, además, imprimió en esos años una filosofía y prédica sobre el deporte y el trabajo que conectaba a todas luces con la sensibilidad de izquierda imperante

Sus frases se imprimían en tarjetas escolares de fin de año. Sus conferencias eran aplaudidas en vivo por los periodistas. Al igual que ocurría con Mujica, su discurso se elevaba al estatus de “enseñanzas de vida" de corte progresista.

Más allá de que esquivó algunos intentos un tanto abusivos de aprovechar su capital político, en esos años Tabárez también concedió un par de guiños a las batallas de la izquierda. En 2014, por ejemplo, se pronunció públicamente en contra de la baja de la edad de imputabilidad, y también participó de un ciclo de conferencias en el marco de la candidatura de Tabaré Vázquez.

El maridaje entre el proceso Tabárez y el acontecer político nacional, sin embargo, no se dio tanto en esos hechos concretos –y por ello resulta forzado leer su destitución como parte de una decisión que responde a razones políticas–, sino que pasó principalmente por un plano simbólico.  

Tabárez acompañó –y encarnó– el espíritu de una época. Había en su figura una suerte de "la parte por el todo".

Para el Frente Amplio, los logros en la selección venían a representar un eslabón más de otro "proceso" más amplio de transformaciones que, en la visión de la izquierda, devolvieron al país su mejor cara. Eso tenía también su contracara y las críticas a la gestión de Tabárez pronto dejaron de limitarse a un tema de gustos futbolísticos. En 2013, por ejemplo, el Correo de los Viernes, publicación del Foro Batllista, publicó un editorial en el que acusaba a Tabárez de “representar cabalmente al Uruguay de este tiempo”, “un país que se conforma con poco, que es cada vez menos exigente y que obtiene resultados mediocres”. El artículo incluía comparaciones del “proceso” con el cívico militar y mencionaba sus vínculos con el Frente Amplio como explicación de su continuidad en el cargo.

El paso de los años profundizó el simbolismo político de la conducción de Tabárez, especialmente cuando los resultados negativos empezaron a hacerse más frecuentes, y los referentes futbolísticos fueron perdiendo su plenitud, un paralelismo bastante certero de lo que ocurría con el Frente Amplio en su tercera administración.

Eso, acompañado de un progresivo deterioro de su aprobación en la opinión pública, alcanzó para que el proceso Tabárez se convirtiera, para muchos, en una metáfora de la era frenteamplista: un proceso que marcó un quiebre histórico, realizó transformaciones importantes, obtuvo sus buenos resultados, y luego se marchitó lentamente, sin encontrarle la vuelta a la renovación, la batalla contra el desgaste y el surgir de nuevas sensibilidades.

Si se lo mira con lupa, es probable que esa imagen presente algunos matices: pero eso ocurre tanto en el fútbol como en la política.

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