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El odio que mata a la libertad

El monstruo del 8M no sirve más que para aumentar el odio y dar rienda al antisemitismo, casi siempre escondido, que también existe en Uruguay
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17 de marzo de 2024 a las 05:00

Es hermoso hablar de libertad y es hermoso ejercerla. El problema es cuando, en nombre de la libertad, la terminamos coartando por hecho u omisión. Lo que pasó en la marcha del 8M no tiene nada que ver con las reivindicaciones del movimiento feminista ni de una marcha que busca generar conciencia sobre la inequidad de género. Lo que pasó con un muñeco/monstruo con la estrella de David pintada no fue libertad, sino odio. Y el odio, siempre pero siempre, termina jorobando a la libertad.

En este caso tenemos pruebas históricas contundentes y repetidas de que este tipo de odio solo genera más odio y menos libertad. En la llamada Kristallnacht, la Noche de los Vidrios Rotos, miles de negocios judíos y más de 250 sinagogas fueron destruidos en lo que se considera fue el primer acto de violencia patrocinado por el Estado alemánncontra la comunidad judía. 

Pero todo comenzó antes, con manifestaciones odiosas pero aparentemente inofensivas: un cartel, una pintada, un pasacalles. Se suponía que eso era libertad de expresión. Esa supuesta libertad hizo que entre 1933 y 1938 los judíos alemanes pasaron de ser ciudadanos a parias. Hasta 1933 eran médicos, científicos, comerciantes, como cualquier alemán; desde ese año comenzaron a tener cada vez menos derechos, que lo terminaron abarcando todo: desde dónde sentarse en una plaza (había bancos solo para “arios”) hasta qué profesión podían ejercer.

Un documental del Museo del Holocausto en Estados Unidos muestra un pasacalles de esos años que dice: “¡Quienes compran a comerciantes judíos son traidores de la patria!”. Era un cartel. ¿Tan solo un cartel? 

Desde 1935 el antisemitismo rampante también llegó a los desfiles de carnaval, donde se paseaban algo así como cabezudos con figuras que ridiculizaban a los judíos con estereotipos. ¿Qué diferencia tienen esos cabezudos con este monstruo que un grupo marginal de personas (no necesariamente “feministas”) decidió montar sobre una parada de ómnibus? La gran diferencia es que en 2024 ya sabemos que pasó luego de 1938 y que lo que pasó fue un genocidio. Qué corta es la memoria.

El monstruo del 8M no sirve más que para aumentar el odio y dar rienda al antisemitismo, casi siempre escondido, que también existe en Uruguay. Pero para lo único que debería servir es para identificar qué es libertad y que es abuso de libertad; esa cabeza de mujer con rasgos monstruosos que fue exhibida por adolescentes y mujeres jóvenes, con colmillos y una estrella de David en la frente, atravesada por una lanza, es una apología del nazismo y, por lo tanto, una incitación al odio. El cartel que estaba debajo, en el que se leía, “Fuego al colonialismo patriarcal. PALESTINA LIBRE”, era una expresión con la que muchos podrán disentir de raíz, mientras que algunos podrán estar de acuerdo, pero en cualquier caso es eso: una expresión amparada por la libertad. 

Todos los años la marcha del 8M es un gran momento para hacer notar la fuerza de más de la mitad de la población uruguaya. Miles de personas marchan en paz, la inmensa mayoría de ellas, para manifestar que queda mucho camino por recorrer en materia de equidad de género y justicia. Como en tantos actos masivos, desde un festejo por un partido de fútbol hasta un mitín político, hay desbordes y hay desubicados. En algunos casos son vidrieras rotas y en otros llegan a violencia física. Todos son hechos reprobables y en algunos casos hasta delictivos, pero no son acciones de odio contra un colectivo, contra un grupo de humanos que, además, ya sufrieron un genocidio.

Casi todos los años, lamentablemente desde mi punto de vista, hay excesos o al menos acciones que no tienen nada que ver con el feminismo. Suelen ser aislados y absolutamente minoritarios y no deberían definir a la marcha en sí misma, aunque terminan en las noticias como lo más importante que allí sucedió y así generan el rechazo ya no hacia el acto desbordado sino hacia la marcha entera.

En este caso, en cambio, el odio fue tan evidente y tan reprobable -considerando además los antecedentes históricos de este odio y sus consecuencias- que generó repercusiones que llegaron a la Justicia. Hizo bien la Institución Nacional de Derechos Humanos al manifestar su “profunda preocupación por las expresiones de odio y antisemitismo ocurridas” y llamar a la sociedad uruguaya a “llevar adelante un debate y reflexión en profundidad que permitan avanzar hacia formas de entendimiento en la diversidad donde este tipo de acciones no tengan lugar”.

El Comité Central Israelita presentó denuncia formal ante Fiscalía por "muestras de odio" y el Senado declaró "su más enérgico repudio a toda expresión, de cualquier tipo, basada en el odio, la discriminación y el antisemitismo".

Hacemos bien todos lo que lo hacemos en manifestar que lo que se vio este 8M, aunque marginal y para nada representativo de la marcha, es una porquería. Que lo que el colectivo "Acción Global Feminista por Palestina" expresó en un comunicado, cuando ya se había armado lío ("se ha levantado una verdadera campaña de estigmatización, judicialización y cacería de brujas") es una excusa pobre e insuficiente para siquiera intentar explicar cómo se puede hacer una “peformance” con lo que hace poco más de 70 apos fue un genocidio de millones de personas. El colectivo Our Voice explica ahora que no son antisemitas, sino antisionistas. Lástima que no quisieron hacerlo cuando crearon una mujer monstruosa judía atravesada por una lanza. 

El odio es como el agua que se va calentando de a poco en el vaso, sin que el sapo se de cuenta. Al final el sapo se muere. En este 2024, en este Uruguay democrático, tenemos las herramientas suficientes para darnos cuenta de que el agua está subiendo de temperatura. Poner hielo es tarea de todos.

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