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El pacificador

El papa estuvo seis días en Colombia, en donde envió un mensaje enfavor de la paz y la reconciliación
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16 de septiembre de 2017 a las 05:00
Los múltiples problemas que enfrenta Colombia, un país de más de 77 mil casos anuales de violencia intrafamiliar; de unas 28 denuncias diarias –en promedio– de ataques sexuales a menores de edad; de más de 25 mil muertes violentas por año; de 28% de pobres en una sociedad estratificada; con una mayoría de instituciones del Estado con riesgo de corrupción "alta" o "muy alta"; uno de los mayores productores y exportadores de cocaína; con problemas medioambientales; 7 millones de desplazados internos, más de 265 mil muertos y 45 mil desaparecidos, por una guerra interna de 52 años, calzan a la perfección con los desvelos pastorales del papa Francisco que desde que llegó al Vaticano, el 13 de marzo de 2013, puso el acento en los más desfavorecidos de la sociedad y ha rechazado una Iglesia condenatoria.

Así Colombia, con alrededor de 70% de católicos, lo recibió con los brazos abiertos.
Por eso, más de 4 millones de personas asistieron a las eucaristías que ofreció en cuatro ciudades representativas de las regiones del país, sin contar a los miles de feligreses que se volcaron a las calles para saludarlo apenas pisó territorio colombiano, el miércoles 6.

Por eso viajó únicamente a Colombia –inusual en sus viajes transcontinentales– y realizó un esfuerzo descomunal, a tres meses de cumplir 81 años, al recorrer 1.465 kilómetros en avión, helicóptero, papamóvil y automóviles privados en una actitud de "un pastor de ovejas que huele a oveja", al decir del jesuita como él Vicente Durán Casas, profesor de la Filosofía Pontificia Universidad Javeriana en Bogotá.

Y con todos los sentidos puestos en los discapacitados, pobres y víctimas de la guerra.

El acuerdo de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC movió al papa a llegar al cuarto país de América y el séptimo con más católicos del mundo.

"Tengo ganas de ir a Colombia y, si se asienta y se firma el proceso de paz, ten por seguro que en 2017 voy a ir", le había dicho el prelado al periodista Néstor Pongutá Puerto, de W Radio Colombia, en febrero de 2016.

Y cumplió con su palabra, al llegar a Bogotá unos 10 meses después de haber sido ratificado el acuerdo de paz por el Congreso, luego del rechazo en un ajustado plebiscito.

La sed del odio

En la capital colombiana, el jueves 7, donde miles de personas se agolparon en las calles –algunos con gestos propios hacia un prelado y otros como si Francisco fuera un superstar–, centró su mensaje en la reconciliación y pidió un esfuerzo –en un país fuertemente dividido y partido en dos en torno al acuerdo del gobierno con las FARC, ahora transformadas en partido político– para "huir de toda tentación de venganza" y "más empeño (...) en sanar las heridas y construir puentes".

Es muy difícil escuchar esas palabras de Francisco y no pensar en la fuertes disputas políticas en torno al acuerdo de paz entre el centroderechista Santos y el expresidente Álvaro Uribe, un influyente líder de derecha que pide cárcel para los guerrilleros por sus asesinatos, secuestros y otras graves violaciones a los derechos humanos y rechaza que ocupen escaños en el Congreso como establece el pacto.

Luego, en una multitudinaria misa campal en el parque Simón Bolívar, el papa advirtió acerca de "las tinieblas de la sed de venganza y del odio", una referencia a las dificultades del proceso de paz, pero también a otras "densas tinieblas" que son palpables en Colombia: la injusticia y la inequidad social; la corrupción; el irrespeto a la vida humana; la justicia por mano propia y la violencia.

En ese sentido, el jefe de la Iglesia católica pidió en Bogotá la aprobación de "leyes justas" que ataquen "las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia", antiguos argumentos de las guerrillas de izquierda para justificar la lucha armada.

Verdad y justicia

En Villavicencio, el viernes 8, ocurrió el acto más emotivo de todos, en el que el papa escuchó cuatro testimonios muy representativos del drama de la violencia colombiana, junto a un símbolo muy emblemático de los peores años de la guerra interna: una imagen de un mutilado Cristo de Bojayá por una explosión de un balón de gas lanzado por las FARC dentro de un templo, en el departamento del Chocó, en mayo de 2002, que causó la muerte de casi 80 personas que se habían refugiado allí para escapar de enfrentamientos de esta guerrilla y grupos paramilitares.

Antes de dolorosos relatos de un exguerrillero mutilado, una reclutada por el grupo paramilitar Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), una víctima de una mina antipersonal y de otra mujer a quien le mataron al padre y al esposo, Francisco indicó que "todo esfuerzo de paz sin un compromiso sincero de reconciliación siempre será un fracaso", lo que "no puede servir para acomodarse a situaciones de injusticia".

"La verdad –dijo– es una compañera inseparable de la justicia y de la misericordia. Juntas son esenciales para construir la paz".

En Medellín, la segunda ciudad más importante del país, adonde llegó el sábado 9 para reflexionar sobre la importancia de la consagración a Jesús y de la necesidad del compromiso social y cristiano, el papa se sintió tocado por los oscuros recuerdos del cruel narcotraficante Pablo Escobar y tuvo un improvisado reconocimiento a la juventud muerta "tantas veces engañada, destruida por los sicarios de la droga".

Cartagena, el último destino eucarístico –el domingo 10–, una ciudad de muchos contrastes entre el glamur de las zonas turísticas y los barrios marginales que sufren severas carencias de infraestructura, inseguridad, drogas y prostitución, no podía ser el lugar más apropiado para hablar de la dignidad de la persona, los derechos humanos y las brechas sociales.

El Sumo Pontífice pidió a Colombia cambiar "la cultura de la muerte" por la "de la vida", al cierre de su visita.

"Se nos exige generar desde abajo un cambio cultural: a la cultura de la muerte, de la violencia, responder con la cultura de la vida, del encuentro", dijo en la última de las cuatro misas multitudinarias.

Bajo un calor sofocante, Francisco reiteró su prédica por la reconciliación e instó a los colombianos a construir la paz "no con la lengua, sino con manos y obras".

"Si Colombia quiere una paz estable y duradera, tiene que dar urgentemente un paso" en la dirección "del bien común, de la equidad, de la justicia, del respeto de la naturaleza humana y de sus exigencias", afirmó y clamó por la defensa del medioambiente, los derechos humanos y los más desposeídos.

Entre el miércoles 6 y el domingo 10, Colombia estuvo bajo la influencia del hasthag #ModoPapa, promovido por la Iglesia y acompañado por los medios de comunicación.

Pero no fue bajo las acciones y palabras de cualquier prelado, sino de Francisco, que en tierras colombianas hizo carne su prédica a favor de los más desamparados y marginados de todo el mundo y desde una Iglesia en pleno proceso de transformación, que mira la realidad desde la periferia y que proclama la misericordia de Dios sin "condenas o anatemas" como les ha dicho a sus detractores.

Perdón

Timochenko
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El jefe de la guerrilla de las FARC –ahora convertida en un partido político– Rodrigo Londoño (conocido como Timochenko en la etapa sediciosa) pidió públicamente perdón al papa durante su visita a Colombia.

"Sus reiteradas exposiciones acerca de la misericordia infinita de Dios me mueven a suplicar su perdón por cualquier lágrima o dolor que hayamos ocasionado al pueblo de Colombia o a uno de sus integrantes", escribió Londoño en una carta difundida en el sitio web de la organización.

Le pidió al papa que eleve su voz e invite a orar al pueblo colombiano "para que no se vaya a frustrar el enorme esfuerzo (...) de una paz estable y duradera".

El Vaticano había rechazado una reunión formal pedida por las FARC.

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