Abreu junto a sus tres hijos varones
El Loco, sentado en el banco de suplentes, marcó el gol del empate en el segundo tiempo
Charla técnica de Olimpia en el entretiempo

Fútbol > DEBUT DE ABREU EN OLIMPIA

El Porsche en la puerta, el penal en la hora y la necesidad de seguir jugando: Abreu se dio el gusto de volver a su tierra natal

El Loco se dio el gusto de jugar por Olimpia, el club del cual es hincha en Minas; detalles de una noche con muchos ingredientes típicos del fútbol del interior, que vio regresar a un hijo pródigo
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23 de septiembre de 2021 a las 13:02

Nadie sabía si era su último partido. Ni siquiera sus hijos. Era imposible tomarlo como una despedida porque en realidad era su debut. Sebastián Abreu, que cantó retiro profesional con Sud América en junio, volvió a calzarse los botines de futbolista para vestir, este miércoles, su trigésimo segunda camiseta: la de Olimpia, la del Alas Rojas, el cuadro que siempre lo esperó en Minas, su ciudad, y donde hasta ahora no había tenido la oportunidad de jugar.

Se estrenó con un gol, lució la cinta de capitán que ilustraba la cara de Ruben, un amigo suyo fallecido a principios de siglo, y dio señales de que puede volver. Porque el Loco siempre quiere estar.

De pique, el tono de euforia tomó sabor a homenaje. Un lagrimeo fue su reacción inmediata al recibir una plaqueta y una camiseta. El reconocimiento era de los dos equipos: Olimpia, su club, y Barrio Olímpico, el rival. Al fondo se escuchaban aplausos, en una noche que terminó con empate 1-1.

Homenaje a Ruben, el amigo fallecido de Abreu

Más que una despedida, el clima minuano estaba pintado para darle la bienvenida a su emperador. El Parque Artigas estaba colmado. Los hinchas de Olimpia esperaban ver al jugador que consideran ídolo aunque no tenga trayectoria en el club, y los de Barrio Olímpico, algo más cautos, sabían que era una primera fecha distinta del Campeonato Minuano.

Abreu llegó casi dos horas antes. Fue de los primeros en aparecer. Paró su Porsche contra el cordón de la avenida Artigas como si fuera un auto más, pero fue imposible no reconocerlo. Hasta llamó la atención de los policías: "Vi una Porsche afuera, tiene que ser de Abreu”, suponían desde adentro de la cancha. 

Contra una boletería, recostado, lo esperaba Umpiérrez, un veterano hincha del club que solo quería una foto. Tímido, evitó molestarlo cuando bajó de la camioneta y se fue a sentar a la tribuna cerca de los hijos de Abreu. Cuando el minuano apareció para explicarles que iban a entrar todos juntos, el veterano sacó carpeta y obtuvo su premio. 

Abreu, que llegó de tapabocas, mochila y un ajustado equipo deportivo, ya se sentía como en su casa. Se saludó con sus compañeros como si fuera un jugador más, pese a que todas las miradas recaían en él. Los dirigentes aprovecharon para regalarle la camiseta del equipo al que representaría esa noche y el "Pitirria", como le dicen en su tierra, terminó de soltarse.

"Sacate el tapabocas, muchacho", fue lo primero que le comentó a uno de sus hijos gemelos antes de la foto histórica que le pondría un sello a su carrera de futbolista.

Abreu y su equipo antes de iniciar el partido que finalizó 1-1

“A veces la pobreza es tener más o tener menos, pero la humildad es lo que queda y es con eso con lo que quiero salir a jugar”, se lo escuchó decir al técnico que le dio la bienvenida y le agradeció por la donación de indumentaria en lo que fue, quizás, la última charla táctica de Abreu como jugador.

Sus primeros movimientos fueron siempre acompañados de indicaciones. El aire parecía bastarle para bajar a defender cada pelota parada como un veinteañero, pero la vuelta era siempre al trote y las presiones, cuando su equipo no tenía la pelota, algo más moderadas. 

A Abreu lo marcaban Carlos Corbo –un zaguero con más de 100 partidos en la selección de Lavalleja– y Agustín Gimeno, un joven con proyección en Primera, que perdía, desde el inicio, por varios centímetros. La primera pelota que tocó fue de cabeza y para el rival. La reacción de los policías en cancha fue inmediata: "Está parado", "no sabe qué hacer", comentaron entre risas. 

Aunque a sus casi 45 años se lo notó más lento y con menos retorno, hay algunas cosas que nunca cambian: en ataque se ubicó siempre a pocos metros del punto penal, como solía hacer mientras fue futbolista profesional.

Si la pelota quieta venía desde la derecha, Abreu se paraba en diagonal, a la izquierda. Si la bocha llegaba cruzada desde el costado izquierdo, el 13 se metía entre el lateral y el zaguero del lado opuesto. Custodiado por dos hombres, no le quedó más remedio que jugar el partido de espaldas al arco.

En la única que tuvo de frente aprovechó la pifia de un defensa, pintó a dos, se la pasó de izquierda a derecha y probó suerte con su pierna menos hábil, pero se encontró con la respuesta firme del golero Enzo Perdomo. Después tuvo un derechazo cruzado de volea que se la sacaron abajo. Ambas jugadas tenían destino de gol. Olimpia ya iba 1-0 abajo y Abreu avisaba.

Banderín que el Club Olimpia le entregó a Barrio Olímpico

"¡Están como colchón de gimnasio que se tiran!", eran los reclamos que llovían desde la tribuna. Desde afuera, seguía la conversa entre policías: "Ta' durazo el loco. Meterle la cabeza es como una pedrada", soltaban sobre el minuano de 1.93 metros, el más alto de los 22 que estaban en cancha.

La cinta de capitán le quedaba pintada al 13. No necesitaba conocer demasiado al plantel ni saberse los nombres de sus compañeros de memoria. Sus 44 años y 31 camisetas fueron razón de peso suficiente para ser el responsable de un tiro libre al borde del área, que, por el mal estado de la cancha, terminó en una jugada preparada sin éxito.

El liderazgo del minuano, ex Nacional de Minas, quedó enmudecido durante la charla técnica del entretiempo. Llegó derecho a sentarse en el banco, se cruzó de brazos y escuchó serio y en silencio las indicaciones. Las menciones iban dirigidas una y otra vez hacia él. 

"No quiero una palabra, vamos a respirar. Hay algo que está claro: estamos jugando con un rival al que sabemos que le podemos ganar. ¡Y este partido lo vamos a ganar!", empezó la charla del director técnico Ismael Olivera. "Vamos a quedar en la historia. Tenemos a un tipo que ha disputado mundiales. Que ha peinado la pelota en mundiales. Que le peleaba el puesto a Suárez y a Cavani. Vamos a ponerle la pelota que él la va a ganar".

"Ahora es cuando la llama está viva. Ahora son los niños que eran mascota. Son los niños jugando en un campito. Estamos en ese escenario. En la adversidad. ¡Lo vamos a hacer! ¿Cómo? No pegando patadones, jugando al fútbol y ganándole a esta gente. Muchachos, convénzase: si ustedes me dicen que ellos son 10 veces más que nosotros termino la charla acá", insistió. La euforia se vio interrumpida por una llamada de la madre de Olivera, a quien el técnico le respondió que estaba en un partido y no podía atenderla.

 

En el segundo tiempo Abreu se siguió moviendo en el área a los agarrones con sus rivales, sabiendo que sus chances estaban ahí. Había tenido varias en el primer tiempo, pero la suerte aún no estaba de su lado. Quería su gol de nueve y el paso del tiempo lo hacía poner nervioso y reclamar pelotas aéreas.

“Quedate ahí adelante que yo voy atrás”, "picá, dale que va”, "pasa, pasa", "parate en el rebote", "lo que hablamos en la charla: pelota al área", "pinchala". De pescador, seguía esperando la suya. Desde la punta de un córner miraban sigilosamente el intendente de Lavalleja, Mario García, eludiendo la polémica de esta semana sobre los cargos familiares en la intendencia, acompañado del expresidente de Peñarol, Jorge Barrera. Ambos deliraban con entrar a cabecear en el minuto 80 si al delantero no le caía una. 

García y Barrera observaron el partido juntos desde la esquina de un córner

Pero, como a todo goleador, a Abreu le llegó la oportunidad, casi en la última jugada, a los 93 minutos: una pelota dividida que obligó al golero de Barrio Olímpico a salir con más dudas que certezas  derivó en un borbollón, alguien caído y el juez que pitó penal. Pese a algunas protestas, los halagos cayeron sobre el juez Montanelli porque todo el estadio soñaba con eso. Como un remake de lo que pasó en 2010, al fiel estilo de Sudáfrica, el Loco tuvo su momento y la novela ya estaba escrita.

En el primer acto, apuró a su compañero que estaba tirado sobre el césped mientras agarraba la pelota. En el segundo acto, después de un diálogo indescifrable con el arquero adversario, empezó una carrera lenta, de pasos ajustados. Y en la tercera escena esperó a que el golero se la juegue y la tocó cruzada hacia el lado contrario. No la picó. La pelota entró en suspenso hasta el fondo de la red.

Barrera lo gritó como un gol de Peñarol. Abreu, sonrió entre abrazos. En ese instante, ya no importaba que a su club de Minas, hacía solo dos semanas, le hubieran suspendido la cancha por un tiroteo en un amistoso. La felicidad se encargó de opacar todos los problemas y fue reflejo de emoción en casi todo el estadio. Sí, casí todo, porque al retirarse el 9 de Barrio Olímpico, Ricardo Queiro, seguía frustrado por lo que, a su parecer, había sido una injusticia: "Se le caía la baba al hombre (por el juez). Si no lo cobraba (al penal) no era feliz", se fue diciendo.

El empuje del cuadro lo llevó a tener una más, sobre el minuto 95, de derecha. Esta vez se le fue por arriba del travesaño. Su gesto, lamentándose, fue señal de que esa había sido la última oportunidad para ganarlo.

Los festejos en la sede y el grito de gol de Barrera

Se quedó en el vestuario hasta el final, de ropa interior. Respondió a los favores que le pidieron, se sacó fotos con un niño con campera de Peñarol, otra con los hijos y fue el último jugador en irse de la cancha.

Entremezclado como uno más, y llevando a sus hijos a su lado, Abreu se reunió con la barra de la adolescencia y otros conocidos de Olimpia en la sede del club. Soltaba carcajadas cada pocos minutos y hacía largar unas cuantas más. Sus hijos, acompañados de un amigo, estaban algo menos eufóricos.

Olimpia, esa institución en la que jugó el tío de Abreu (hermano de su padre) y de la que es el máximo goleador, también es parte de la gloria que soñaba el goleador cuando jugaba a pocos metros de allí, en la cancha de Filarmónica, un club de baby fútbol. Como su padre jugaba en Nacional, se fue a ese equipo y debutó con 15 años. Por esa razón, su encuentro con Olimpia nunca se había dado. 

"Estoy volviendo a vivir todo aquello que tenía desde los sueños y las ilusiones con 15 años. Donde inicié, estoy terminando. Y se me viene todo a la mente ahora porque las canchas y las tribunas están iguales. El folclore del futbol amateur. La esencia de los guachos que vienen al club como si estuvieran en el Manchester United, lo defienden y van a entrenar como si estuvieran en el Real Madrid. Juegan los fines de semana en la sub 19 y vienen a jugar los miércoles en el primer equipo. Esa esencia que te transmiten es lo que me genera felicidad porque es lo que me tocó vivir cuando arranqué", dijo Abreu en diálogo con Referí. "Seguía jugando al fútbol por lo mismo que ves acá: vivir esa esencia de cambiarte, la charla, entrar a la cancha, vivir la sensación de ser futbolista. Por eso estoy jugando al papi fútbol (en el Colegio Jesús María, en el campeonato de ADIC), que es lo que me moviliza. Disfruto de jugar al fútbol, es mi pasión y mientras lo pueda hacer y no me quite tiempo en mi próxima profesión, que va a ser entrenador, siempre voy a estar dispuesto para un picadito o un partido a beneficio en algún lugar que no complique mi tarea".

Conmovido por ese sentimiento, el Loco reconoció que en su vida no vivió nada "más lindo que jugar al fútbol". "Ganar, perder, hacer los goles, enojarte por un pase malo, protestarle al arbitro, esa esencia es el fútbol. Lo que te da es que cuando no podés jugar más querés seguir jugando, preparándote como entrenador, por la falta que te hace jugar. (...) Yo siempre le digo a los guachos en los vestuarios: 'loco, cuídense, entrenen bien, disfruten, no van a encontrar nada más lindo. Podrán hacer mil cosas, viajar a donde quieran, pero como jugar al fútbol en el ámbito que sea no van a encontrar más nada'. No hay nada más lindo que jugar al fútbol", admitió.

Al terminar la noche del miércoles, casi que como un calco de 2010 en su llegada a la plaza Libertad de Minas, después de haber jugado el mundial, pero esta vez desde el estadio, el emperador Abreu volvió a lucirse en su tierra natal. 

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