El Observador fue un adelantado a su tiempo. Con diferentes avances tecnológicos y la contratación de personal que buscara una nueva forma de hacer periodismo, supo ser un adelantado a su tiempo.
Oscar Laguarda fue uno de los que estuvo en el número cero. “Fue todo un boom la salida del diario por el concepto que se manejó: de hacer un periódico, con una propuesta estética y de contenido, incorporando otros lenguajes”, contó.
Fue contratado para el armado de páginas. Primero, hacía un bosquejo en papel. Luego, había una conversación entre el diseñador y el redactor para afinar el armado final. Luego, ese boceto pasaba a la computadora en un software llamado Quark. Con el paso del tiempo, se fueron adquiriendo otros programas informáticos. Hoy en día se utiliza InDesign, compuesto por múltiples plantillas, que son adaptadas por los diseñadores del diario.
Laguarda, si bien fue contratado para el armado de páginas, fue convocado luego para la realización de infografías. Estos contenidos marcaron un antes y un después en los medios de comunicación escritos. “No existían hasta entonces”, comentó. Y como no había internet en esa época, no tenían referencias. “Fue todo un aprendizaje”, recordó. Como se desempeñaba de buena forma en el rubro gráfico y le gustaba dibujar, creyó que era una buena oportunidad.
Omar Ramos se define como “fundador de los fundadores” del diario. El licenciado en Bibliotecología fue contratado por el diario antes de su fundación para crear el archivo. Los directores de El Observador le dijeron: “Serás el primer bibliotecólogo en un diario local”.
Y así fue que lo empezó desde cero. Su tarea fue durante 20 años en el diario: se jubiló en 2011.
El primer archivo lo armó a mano. A cada nota le asignaban palabras claves. Esas palabras luego eran anotadas en una libreta a la que le asignaban la fecha y el número de página. Era el método artesanal para encontrar material indispensable para la realización de notas en la época.
“El archivo lo empezamos a armar por palabras claves de acuerdo a la nota. A cada nota le ponía fecha y número de página y cruzaba varias palabras claves para buscar en el archivo para traer la información. Para las fotos, el sistema era foto a foto, en sobres, carpetas, por temas”, recordó.
Con la llegada de los programas informáticos, el proceso se hizo mucho más sencillo y rápido. Por ejemplo, con el programa Phrasea, un sistema para leer bases de datos de forma ágil y rápida, que estaba almacenado en un DVD.
“Dependiendo de lo que te pedían, había que buscar ese disco”, recordó Valeria Conteris, encargada del archivo, quien ingresó al diario en 2004 y sigue hasta hoy.
Otra parte importante del trabajo del personal de archivo era el almacenamiento del diario del día a día. Al principio, eso no estaba encuadernado, pero conforme pasaron los años, empezaron a guardarse. Al mismo tiempo, guardaban al menos 10 ejemplares cada día. “Esos no se tocaban nunca”, contó Ramos. Porque podían servir para alguna persona que pudiera tener problemas judiciales.
Infodata fue una nueva base de datos que el diario adquirió en 2009. “No era tan ágil, pero lo magnífico era que ya no existían más los DVD’s. Cualquiera que pedía una foto se podía bajar automáticamente. Y tenía algunas dificultades como por ejemplo que no reconocía palabras con menos de cuatro caracteres. Si buscabas una foto de UTE, marchabas”, comentó.
María José Caramés trabaja en El Observador desde el 2000 como correctora de textos. En ese momento, había una computadora solo para ocho correctores, pero apenas se utilizaba. Imprimían las hojas y corregían sobre el papel.
Tenían una “biblia” de estilo. Un cuaderno con hojas Tabaré que era la referencia para seguir el estilo periodístico que indicaba el diario. Lo utilizaban todos: periodistas, correctores y editores. “Al no tener experiencia en el diario al principio lo estudiaba”, señaló.
La devolución de los correctores a los periodistas también fue cambiando. “Cuando yo llegué se imprimía la página y corregíamos en papel. Luego eso lo levantaba el editor para ver qué escribía mal el periodista. Ahora te piden todo en PDF”, relató.
A su vez, los métodos de edición fueron mutando. Caramés recordó que los correctores pasaron a tener su propia computadora para trabajar y además había una intervención en el medio de la nota del periodista. “Ahora corrijo directamente desde la página con Indesign”, expresó.
Confiesa que no le costó adaptarse a la era virtual y aprender sobre la tecnología vinculada a su profesión. Semanas atrás descubrió una aplicación que corrige ortografía y gramática llamada Language Tool y que le sirve en su trabajo cotidiano en El Observador.
Si bien la tecnología avanza a pasos agigantados, Caramés considera que “será muy difícil” que la tecnología sustituya al hombre en la creación de contenido periodístico: “Va a pasar mucho tiempo hasta que tengan el criterio y el sentido común de un humano”.
*Este artículo forma parte de la edición especial 30 años de El Observador.
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