<div dir="ltr">Construcción en el río Negro de la central hidroeléctrica del Rincón del Bonete, circa 1940.</div>
Miguel Arregui

Miguel Arregui

Milongas y Obsesiones > MILONGAS Y OBSESIONES/ MIGUEL ARREGUI

El "revalúo" de Charlone y la multiplicación de los panes

Una historia del dinero en Uruguay (XVIII)
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07 de febrero de 2018 a las 05:00

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Un factor decisivo de la política económica del gobierno de Gabriel Terra, que se extendió entre 1931 y 1938, fue la revaluación de las reservas de metales preciosos, que implicó una severa devaluación de la moneda nacional. Por entonces el Banco de la República, la autoridad monetaria, todavía estaba obligado a mantener un encaje en oro por los billetes que emitía —una forma de autocontrol o ancla para evitar el envilecimiento de la moneda—, aunque la "convertibilidad" se había abandonado en 1914, en los inicios de la Gran Guerra europea. El pase mágico del "revalúo" de las reservas, que permitía emitir más papel moneda, fue realizado por el ministro de Hacienda, César Charlone, quien por ello recibió el mote popular de "manos brujas", o Fu Man Chú, un mago de la época.

La saga de los Charlone

Construcción en el río Negro de la central hidroeléctrica del Rincón del Bonete, circa 1940
Construcción en el río Negro de la central hidroeléctrica del Rincón del Bonete, circa 1940.
Construcción en el río Negro de la central hidroeléctrica del Rincón del Bonete, circa 1940.

César Charlone (1895-1973), abogado, legislador y político del Partido Colorado, cumplió un papel decisivo durante el gobierno de Terra, particularmente después del golpe de Estado de 1933. Presidió la Caja de Jubilaciones y Pensiones del Servicio Público y fue ministro de Trabajo y más tarde de Hacienda. Luego fue vicepresidente de la República entre 1938 y 1942 y, a la vez, ministro de Hacienda del presidente Alfredo Baldomir; ministro de Relaciones Exteriores de Luis Batlle Berres entre 1949 y 1950; y de nuevo ministro de Hacienda (luego de Economía y Finanzas) desde 1967, ya bajo las presidencias de Óscar Gestido y Jorge Pacheco Areco. Renunció en 1971, junto al ministro de Relaciones Exteriores, Jorge Peirano Facio, tras el escándalo de la quiebra del Banco Mercantil. Su hijo César Charlone Ortega (1925-1990) fue director teatral, libretista de radio y televisión y diplomático; y su nieto César Charlone es un destacado cineasta: codirector y coguionista de "El baño del Papa" (2007) y director de fotografía del film brasileño "Ciudad de Dios" (Cidade de Deus), nominado al premio Oscar en 2004.

Otra devaluación con nombre bonito

La primera "revaluación" de las reservas de oro y plata, de carácter indirecto, se hizo por la ley Nº 9.496 del 14 de agosto 1935, y llevó el valor del peso papel a 0,45 del peso oro. No se asumía muy explícitamente la devaluación del peso sino que se acentuaba de manera elegante la otra cara de la moneda: las reservas en metales preciosos valían más. En suma: un peso uruguayo de "antes", el que rigió entre 1863 y 1914, que equivalía a 1,697 gramos de oro fino, pasó a valer 2,22 pesos de 1935, o 0,76365 gramos de oro.

Ese "revalúo" de las reservas de oro, que implicó más que doblar su valor en moneda nacional, fue de hecho una abrupta devaluación del peso, que se sumó a la ya aceptada en 1931, cuando se inició el control de cambios.

El dólar estadounidense, que había estado casi a la par del peso entre el siglo XIX y fines de la década de 1920, pasó a valer 2,41 en el mercado libre o "negro" en 1935, aunque cayó a 2 pesos en 1936.

Según estableció la ley del "revalúo" de las reservas de metales preciosos, las ganancias que obtendría el Estado (a costa de devaluar los ingresos de la mayor parte de la población) se destinarían a pagar deuda pública y estimular las exportaciones.

Entre setiembre de 1935 y fines de 1937, la cantidad de dinero en poder del público uruguayo aumentó 90%; lo mismo que había crecido entre 1914 y 1935, un período de más de 20 años.

Segundo "revalúo" y caos monetario de Argentina y Brasil

El segundo "revalúo" de las reservas de oro se hizo por la ley Nº 9.760 del 20 de enero de 1938. Entonces se definió que el peso uruguayo estaría constituido por 0,585018 gramo de oro puro. Equivalía al 34,4% del valor del peso uruguayo que fue convertible en oro hasta agosto de 1914. En los hechos significó una nueva devaluación, esta vez de alrededor de 30%, lo que le permitió al gobierno emitir más billetes —aunque cada vez menos valiosos.

El dólar pasó a valer 2,36 pesos en el mercado libre en 1938 y 2,75 pesos el año siguiente, lo que implicaba una devaluación del peso de más de 160% en una década. Pero en 1942, bien entrada la Segunda Guerra Mundial, cuando el peso uruguayo se fortaleció por el ingreso de capitales europeos, la moneda estadounidense cayó a 1,9. Ese fortalecimiento extraordinario, gracias a un mundo en caos, equivalió al canto del cisne de la moneda nacional.

Medidas similares de devaluación de la moneda se tomaban en muchos otros países, ya rotos los diques que había impuesto el patrón oro.

Las desvalorizaciones de las monedas de Argentina y Brasil fueron mayores que las de Uruguay.

En 1938 un peso uruguayo costaba 2,03 pesos argentinos, cuando habían estado casi a la par en 1928; y 10.600 réis brasileños, lo que implicaba un 24% de devaluación ante el peso uruguayo desde 1928. Brasil y Argentina ya habían iniciado procesos de envilecimiento de su moneda, con alta inflación. Incluso Brasil abandonó su moneda, el réis, en 1942 y adoptó el cruzeiro a una tasa de cambio de 1.000 a uno. Más tarde vendrían otros nombres para la moneda de Brasil, siempre licuada por la inflación.

Las obras públicas y cómo financiarlas

Como ya se ha dicho, las ganancias del Estado a través de la emisión de más billetes debían usarse, según la ley de "revaluación" de 1935, para cubrir los déficits del presupuesto, pagar deuda externa y crear empleo a través de obras públicas. Otra vez, todo el paquete se financió con la caída del salario real de los trabajadores y pasivos, que cobrarían con billetes depreciados.

De hecho, toda devaluación persigue bajar el gasto público en términos reales, o cambiar su dirección. Es lo que hicieron durante la Gran Depresión algunas de las principales potencias, aunque no de una manera tan drástica como Uruguay. Así, por ejemplo, en 1934 el gobierno estadounidense de Franklin Delano Roosevelt devaluó su moneda. La onza de oro troy, que valía 20,67 dólares, pasó a costar 35 dólares. La Reserva Federal, la autoridad monetaria estadounidense, mantuvo esa paridad hasta 1971, cuando tiró la chancleta.

El 18 de mayo de 1937 se iniciaron sobre el río Negro las obras de la represa hidroeléctrica de Rincón del Bonete, hoy llamada Gabriel Terra, una obra colosal que lideró el consorcio alemán Siemens-Schuckertwerke AG y que culminó una década después. Pudo haberse hecho con ahorro genuino o con nuevos impuestos, pero, al son de los tiempos, los recursos se extrajeron a los ciudadanos de ingresos fijos mediante el engaño inflacionario.

Otros países como Estados Unidos desde 1930 o la Alemania nazi a partir de 1933 estimularon las obras públicas para reactivar sus economías, aunque con salarios muy bajos. (Roosevelt se mantuvo fiel a los presupuestos equilibrados: sólo aumentó el gasto en base a más impuestos y deudas, además de la ya citada devaluación de 1934, en buena medida determinada por el frenesí emisivo de su predecesor, Herbert C. Hoover).

Se ha discutido largamente si la obra pública y el crédito barato en Estados Unidos o Europa favorecieron la recuperación, o si solo estorbaron la recuperación natural promovida por la deflación, que es una caída general de precios y un ajuste por la vía de los hechos. De todos modos, muchos ciudadanos sentían que sus gobiernos estaban haciendo algo. Mientras tanto, los partidos radicales europeos de izquierda y derecha se abastecieron en las filas de millones de desempleados desesperados y resentidos, la carne de cañón de grandes conflictos inminentes.

Glorificación del Estado

De golpe y porrazo el liberalismo económico y político parecía haber pasado a la historia. La Gran Depresión sembró América Latina de gobiernos autoritarios, de difusa inspiración fascista, en procesos casi paralelos: el general José Félix Uriburu en Argentina (1930), Getúlio Vargas en Brasil (1930), Terra en Uruguay (1933). Los Estados se volvían más fuertes, centralizadores, paternalistas y nacionalistas. Y la Constitución uruguaya de 1934 expresó perfectamente esas ideas. Ya no eran tanto que los ciudadanos arrancaran derechos a sus gobernantes: un rey, un señor, una iglesia, un partido, un Estado, lo que estaba en la base de las constituciones; sino, más bien, que el Estado concedía derechos a sus súbditos y se obligaba a un amplio menú de promesas incumplibles, porque no dependían de la voluntad de los gobiernos sino de los hechos socio-económicos y de la elección de las personas.

La Constitución uruguaya de 1830 tenía unas 7.100 palabras, más o menos la misma cantidad que su fuente fundamental de inspiración: la Constitución de Estados Unidos de 1787, incluidas las enmiendas posteriores. La actual Constitucional uruguaya tiene más de 29.000 palabras, y abundan los planes para colgarle nuevas adiposidades.

Desde el reformismo iniciado en 1918, pero más claramente desde 1934, las constituciones uruguayas ya no serían contratos breves y concretos sobre asuntos fundamentales, perfeccionados mediante algunas enmiendas, sino obras maestras de novelería institucional, voluntarismo y verborragia, con lo que se convirtieron en algunos de los textos legales más violados del mundo.

Próxima nota: la inflación crónica y las influencias del fascismo y el comunismo

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