Blatter tras anunciar su renuncia
Ricardo Peirano

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El rey ha muerto ¿Viva el Rey?

La onda expansiva de la bomba que explotó en la FIFA el miércoles 27 de mayo sigue avanzando. Esta semana se ha cobrado la tan ansiada (por muchos) cabeza de Sepp Blatter
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07 de junio de 2015 a las 00:00

La onda expansiva de la bomba que explotó en la FIFA el miércoles 27 de mayo con la detención de varios dirigentes del Comité Ejecutivo y el pedido de captura de otros más y de varios empresarios vinculados a la venta de derechos de televisión, sigue avanzando. Esta semana se ha cobrado la tan ansiada (por muchos) cabeza de Sepp Blatter, el poderoso presidente del organismo por 17 años y con aspiraciones de seguir un quinto período. Y han aparecido nuevas denuncias como que la FIFA pagó a Irlanda 5 millones de euros antes del Mundial 2010 cuando quedó eliminada a manos de Francia en una jugada ilicitica del delantero galo Thierry Henry. Seguramente, los 5 millones sirvieron para comprar el silencio irlandés y compensar en parte la pérdida económica por no participar en el Mundial. Botón de muestra de cómo se trasegaban los fondos de la organización. Quizá esa “donación” no benefició a ningún individuo en particular sino que “entró íntegramente” en la Federación Irlandesa de Fútbol y quedó registrada en sus libros en forma clara, pero es una muestra de cómo no se gobierna ni una empresa ni una ONG, como proclama Blatter que es la FIFA. Y menos si esa ONG tiene el volumen financiero de la FIFA, con reservas en efectivo por USS 1400 millones y ganancias de US$ 2000 millones por cada Copa del Mundo.

Hoy Blatter y sus adláteres son la cabeza de turco que reciben lo que les corresponde. Pero no hay que olvidar que los problemas en la FIFA se remontan a Joao Havelange, presidente desde 1974 a 1998 y gran propulsor de la globalización de los torneos de fútbol. Havelange se retiró con grandes honores pero las sospechas de corrupción lo asecharon durante años, más aún después de la quiebra de ILS en 2001, la empresa encargada de marketing y publicidad de los derechos del fútbol. Pero recién en 2012 Havelange, que aún vive, tuvo que renunciar a la presidencia honoraria de la FIFA. Eran otros tiempos, otros países, otra percepción mundial sobre ética y corrupción en el deporte.

También el Comité Olímpico Internacional se vio salpicado de escándalos y Juan Antonio Samaranch, presidente desde 1980 hasta 2001, no se pudo presentar a la reelección debido a los escándalos generados en el COI por la organización de los Juegos Olímpicos de Invierno en Salt Lake City en 2002.

La Fórmula 1 no estuvo exenta de escándalos y aunque no es una ONG sino una empresa, su máximo dirigente Bernie Ecclestone, tuvo que pagar una multa de 30 millones de euros en un juzgado alemán para no ir a la cárcel, acusado de aceptar sobornos.

De modo que los problemas de la FIFA no parecen estar tan atados a un hombre (o a varios hombres) ni son exclusivos de ella sino a una forma de organización que no tiene dentro de si misma los pesos y contrapesos para asegurar el manejo adecuado del poder y del gobierno, no solo para evitar excesos y corrupciones sino para conseguir un manejo acorde a los estatutos y a los fines de la organización. Habrá que estudiar a fondo las normas y las circunstancias de la transferencia de los 5 millones de euros que fueron para Irlanda para determinar con exactitud si constituyen un delito penal y cual, pero sí son claramente una muestra palpable de una forma de gobernar autocrática, mezquina e injusta que antepone los intereses de los directivos a los de la organización. Y por ello, más que cambiar al presidente de la FIFA, que sí hay que hacerlo, hay que cambiar su forma de operar, de organizarse y de relacionarse con sus asociados (hoy son 209 federaciones, más que países afiliados a la ONU), con proveedores y con clientes.

No puede estar la FIFA exenta de controles, internos y externos. No es lógica la norma que impide a sus miembros acudir a los tribunales civiles para resolver las disputas. No puede tener tan escaso contralor financiero cuando maneja miles de millones de dólares a escala global y dependen de ella confederaciones poderosas como la UEFA y la CONMEBOL. Como decía The Economist en su última edición, “el problema es más grande que Blatter”. No basta sacar a Blatter y poner al príncipe jordano o a Michel Platini. Es preciso renovar la organización de arriba a abajo, sus prácticas, sus controles, sus organismos de gobierno y de control. La sensación que dejaban Havelange y Blatter era que el presidente de la FIFA era todopoderoso y además podía ser reelecto indefinidamente, como le gusta a los autocrátas del bloque bolivariano que se creen indispensables. Cambiar lo nombres es necesario, pero reconstruir la casa de la FIFA es imprescindible si no queremos encontrarnos con este problema dentro de 10 años.

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