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El voto evangélico es clave en la disputa entre Lula y Bolsonaro en las elecciones del próximo domingo

Al menos tres de cada diez electores profesan cultos pentecostales y en el Congreso hay 116 diputados identificados con confesiones evangélicas. Si bien Brasil es el país con más católicos del mundo, esta visión del cristianismo creció en el último medio siglo y sus votantes jugarán un papel importante a la hora de las urnas
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26 de septiembre de 2022 a las 05:02

Por Eduardo Anguita

El próximo 2 de octubre, 156 millones de electores brasileños tendrán la posibilidad de elegir presidente para los próximos cuatro años desde el 1° de enero de 2023, que es el día en que asumirá el nuevo mandatario. De los once candidatos, todos miran a dos, el resto parecen opacados por las figuras de Luis Inazio Lula da Silva, que ya fue presidente por dos períodos, y Jair Bolsonaro, quien va por la reelección.

Tanto Lula como Bolsonaro profesan la fe católica. Sin embargo, en sus estrategias políticas, el voto evangélico juega un rol clave. Brasil tiene una población de 214 millones de habitantes, los católicos rondan los 108 millones, mientras que los evangélicos son 65 millones.  No son los evangelistas tradicionales del culto calvinista o luterano con fuerte incidencia en países europeos y norteamericanos. La llamada Teología de la Prosperidad se extendió en el país al punto de que son miles los templos pentecostales y neopentecostales, muchos de ellos funcionan en un garaje, en una tienda, basta que exista un pastor que tenga una biblia y brinde sermones a fieles que, además, los escuchan en las radios, en programas de televisión, ven afiches en las calles. La Teología de la Prosperidad apunta a una religiosidad donde la Biblia debe cumplirse de manera literal y, al mismo tiempo, bombardea con marketing en cada rincón.

Hay algo más: hasta los años setenta, los evangélicos brasileños daban la espalda a la política, pero luego la abrazaron con entusiasmo. La Cámara de Diputados cuenta con 513 miembros, de los cuales en la actualidad 116 están identificados con iglesias evangélicas. Si bien llegan a través de distintas coaliciones o partidos políticos, luego se mueven casi como un bloque parlamentario.

En su primera presidencia, Lula tuvo empatía con los evangélicos que veían en ese hombre nordestino, trabajador metalúrgico de San Pablo y líder carismático a un referente del brasileño común, al hombre o la mujer de a pie que se adhiere al evangelismo.

Con el correr del tiempo, el diputado derechista de Río de Janeiro Jair Bolsonaro se dio cuenta que podía establecer una alianza con ellos como para tener una plataforma más que lo llevara a Brasilia. El desprestigio de los políticos, las carencias del Estado en las necesidades de buena parte de los brasileños, llevó a que los evangélicos pudieran convertirse en una multitud que se ocupara de la salud, la educación, las adicciones, la atención de las familias de los detenidos y de ellos mismos.

Muchos fieles católicos se sintieron atraídos por esa manera de entender y practicar el cristianismo, quizá sin saber que existió y existe toda una relojería económica y electoral que pone a esa confesión religiosa como una joya de cara a los comicios del 2 de octubre.

Bolsonaro hace ya seis años se dio cuenta que no podía perder ese tren. El 12 de mayo de 2016, era un desconocido para la mayoría de los brasileños cuando fue filmado, vestido de blanco, en las aguas del río Jordán, el mismo en el que, según dice la Biblia, fue bautizado Jesús. El diputado de extrema derecha confió la misión de bautizarlo al pastor Everaldo Pereira, presidente del Partido Social Cristiano (psc), al que Bolsonaro ingresó antes de su ceremonia en el Jordán.

Dos años después, ocho de cada diez evangélicos optaron en las urnas por el líder de la derecha, que predicó la antipolítica para llegar al Palacio del Planalto, sede del Ejecutivo en Brasilia. Sus discursos contra los políticos que él llama tradicionales le permitieron un entramado con algunos de esos políticos, con empresarios y académicos neoliberales, con empresarios que hacen de la deforestación de la Amazonia su propia religión.

La tercera esposa del presidente, Michelle Bolsonaro es una ferviente evangélica. Durante años, su rol de primera dama era casi protocolar, muy acorde con las ideas patriarcales y machistas de su marido. Sin embargo, cuando apenas arrancó la campaña de este 2022, su presencia era aplaudida en los actos con fervor. Porque Michelle no solo profesa la fe evangélica sino que articula con muchos de los pastores y diputados de esas confesiones.

Bolsonaro, que ya había hecho un híbrido entre su catolicismo y su bautismo evangélico, dejó de lado su machismo, al menos por esta instancia, y Michelle comenzó a jugar un rol importante en su campaña. Dos datos no menores. Uno, en la fe evangélica las mujeres juegan un rol mucho más importante que en el catolicismo, relegadas a un segundo plano. Dos, el padrón electoral tiene registradas más mujeres que hombres.

Podría decirse que si algo une a Bolsonaro con los dirigentes evangélicos es su conservadurismo. Si algo le dan los evangélicos a Bolsonaro que no puede lograr con su discurso de desprecio a los sectores vulnerados y marginales es una base social heterogénea donde los “hermanos” y “hermanas” se vinculan por su creencia en la Biblia y en la práctica solidaria. Los evangélicos son conservadores populares. En un sentido no tradicional sino práctico.

La disputa de los evangélicos no es con Lula, quien también realizó actos de campaña acompañado por pastores que lo siguen y respetan. Los evangélicos crecieron hasta convertirse en un tercio de los católicos en el país que alberga más católicos del planeta. Y los obispos y sacerdotes brasileños, con una tradición de austeridad y de ideas de cambio, ven alarmados ese crecimiento. Al punto tal que han pedido al Vaticano que se autorice, en las zonas del nordeste más pobres, que pueden ungirse sacerdotes a hombres casados porque no consiguen suficientes que sean solteros y crean en el celibato. Pero la Santa Sede no puede ceder a ese reclamo.

Los evangélicos brasileños miran, a futuro, ser la primera religión y, en consecuencia, la fuerza capaz de influir o decidir los destinos políticos de la sexta economía del mundo y de la nación más importante de América Latina.

Desde ya, no hay ninguna profecía que marque eso como un destino fatal. Y Lula es el favorito a ganar en esta primera vuelta del domingo 2 de octubre. Su buen trato con los evangélicos y el apoyo que recibió de buena parte de ellos en sus primeros mandatos no lo exime de decir lo que piensa ni tiene intenciones de ir al Jordán a recibir un segundo bautismo. Lula criticó abiertamente el uso de la religión para hacer política, es enemigo de un discurso donde el dogma o la fe reemplacen las decisiones económicas y de gestión. Es más, en muchas intervenciones, debió aclarar que, si gana, “no va a cerrar iglesias”, como dicen los bolsonaristas.

"No soy el candidato de una facción religiosa, soy el candidato del pueblo brasileño. Quiero tratar por igual a los evangélicos como a los católicos, a los musulmanes o judíos. Es decir, quiero tratar de la misma forma a todas las religiones, incluidas las africanas. Quiero tratar a todas las religiones basándome en el respeto con el que deben ser tratadas. No quiero que haya una guerra santa en este país", dijo Lula en una reciente aparición de campaña.

Y como las campañas son con más frases en contra del adversario que a favor de las propias ideas, continuó: "No hago campaña religiosa, hago campaña política respetando la religión, y no uso el nombre de Dios en vano, como lo usan algunas personas por ahí".

 

 

 

 

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