Agro > TRIBUNA / SEBASTIÁN DA SILVA

En el campo, libertad

"Uruguay está por comenzar a jugar en el Bernabéu. Si vencemos la pandemia, estaremos junto con Nueva Zelandia en los anales de toda la ciencia internacional"
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22 de mayo de 2020 a las 22:02

Por Lic. Sebastián da Silva (*), especial para El Observador

Corría el año 2002 y con el actual presidente de la República estábamos haciendo nuestras primeras armas en el Parlamento. En aquel entonces, tuve el honor de ser el miembro informante del Tratado de Libre Comercio (TLC) de nuestro país con México. Me preparé, estudié cada uno de los aspectos relevantes de nuestras exportaciones y con el espíritu alegre de un diputado novato hice mi mayor esfuerzo por estar acorde a las circunstancias. El tratado se votó por unanimidad y yo tuve esa mágica sensación de ser Eduardo Jiménez de Aréchaga. Estaba construyendo historia, pensaba para mis adentros. Con el correr de los años y la rotación planetaria, aquel instrumento, que en los papeles era muy trascendente para la vida de los uruguayos, no tuvo el desarrollo esperado.

El mundo funciona afuera de las cariátides del Palacio Legislativo, pese a que el mármol de Carrara nos confunda en nuestro accionar.

En la discusión de la Ley de Urgente Consideración (LUC) vemos cómo esa confusión habitual que tenemos, tuvimos y tendrán los debutantes están generando esa falta de perspectiva de sostener que una coma o una letra en una ley puede cambiar al mundo.

La semana pasada nos enteramos, por medio de las redes sociales, que se había dispuesto dejar sin efecto lo estipulado en los artículos 368 y 369. Haciendo un poco de historia, esta modificación intentó subsanar aquel delirio del ministro (José) Mujica de construir soberanía a partir de conocer los propietarios de los padrones rurales. Un arrebato ideológico dispuso que en Uruguay los inmuebles y las empresas podían estar a nombre de sociedades anónimas con acciones al portador, excepto la tierra, donde las acciones debían de ser nominativas para resguardar la soberanía nacional. Pero, y siempre hay un pero, habría empresas que podían tener excepciones, en el entendido de que su capital era muchas veces innominado por, entre otras cosas, cotizar en las bolsas de valores internacionales.

Así que el resultado de aquel sueño tupamaro de “la patria para todos o para naides” terminó con el proceso de extranjerización de la tierra uruguaya más enorme desde que somos Estado Nación. Y esta norma por inocua terminó excepcionando para tener los títulos de sus campos a 3.200 empresas, en su mayoría extranjeras, en su mayoría mayores a 8.000 hectáreas de propiedad que sumadas reúnen la friolera de 7 millones de hectáreas. Más del 40% del área total de nuestro país.

El mundo giró y pasó por arriba el sueño de la lapicera poderosa del burócrata de izquierda, que quizás en casos tuvo esa satisfacción de poder hacerle un favor para alguna empresa compañera y solidaria como aquella que anhelaba construir cráteres gigantescos cerca de Cerro Chato y Valentines, llamada Aratirí, que obtuvo la excepción en una semana.

Para nosotros los instrumentos deben de ser generales, a la hora de comprar un campo, a la hora de definir una inversión, a la hora de facilitar desde los papeles que en Uruguay venga gente a arriesgar para nosotros. No distinguimos una escribanía de escritorio de cármica de Castillos con una con vista al Puerto del Buceo. Lo que es para uno, debe de ser para todos. Ese fue el espíritu de corregir esta fantasía surrealista. Ver la realidad, y dar el instrumento para quienes no tienen ni el lobby, ni la escala para titular sus ahorros como se les cante en vida. Es en último término la libertad.

En el mismo rumbo, están llegando los prohibicionistas. Aquellos que con buenas intenciones se meten en decisiones privadas de qué hacer o dejar de hacer en la propiedad ajena. Hoy con bombos y platillos se anuncian medias verdades. “Se están forestando los mejores campos del país”. O una oración panfletaria: “No queremos el modelo del Uruguay celulósico”. El paradigma de la política de Estado en materia productiva se llama Ley de Promoción Forestal, por la cual desde 1987 Uruguay decidió darle a sus suelos de menor productividad en carne y lana, y con formación geológica de areniscas o de cristalino muy superficial, la aptitud forestal. Así se generaron las diferentes cuencas, las del litoral sobre los suelos 9, las del centro del país sobre los suelos 8, las del norte sobre los suelos 7 y las de la Cuchilla Grande sobre los suelos 2. Hay además excepciones en las unidades 4 y 5 en los suelos más flojos. La mejor combinación de esa maravilla denominada Coneat, aquel país de la CIDE que llevó a Wilson Ferreira a determinar la formación geológica de todo centímetro cuadrado del Uruguay. Sobre esta base objetiva y conociendo que los árboles detestan la tierra negra y la arcilla es que se generó una nueva industria en el campo. Se podrá estar más o menos de acuerdo, pero es falso decir que la forestación es la causante de la pérdida de productores en el país. En la actualidad incluso me animo a decir que muchos productores que arriendan parte de sus campos para forestar encuentran en ese ingreso una rentabilidad insólita que les permite seguir con sus explotaciones. Una vez más la libertad de la persona se sobrepone al mandato que les quieren imponer.

Estos corset de falta de libre albedrío muestran sus peores caras con los productores más débiles, a quienes los mismos iluminados les adjudicaban campos solo en el caso de que hicieran lo que se definía en la sede central del Instituto de Colonización, en la Ciudad Vieja.

A muchos los obligaron a ser tamberos, a otros a planes de desarrollo que la dinámica mundial los dejaba fuera de mercado.

Millones de dólares de todos los uruguayos gastados y muchos de estos colonos fundidos, solo por la manía del estado de bienestar que le pretende explicar a un hombre de campo que se puede ordeñar en tambos comunitarios.

Uruguay está por comenzar a jugar en el Bernabéu. Si vencemos la pandemia, estaremos junto con Nueva Zelandia en los anales de toda la ciencia internacional. Seremos caso de estudio y al mirar hacia nuestro paisito verán que nada es casualidad. Acá no hay analfabetos, somos los mejores arroceros del mundo, nuestros lecheros están a la vanguardia de la producción pastoril y somos bendecidos por un tapiz natural que proporciona la mejor y más sana carne del planeta.

Somos gente y territorio, somos una amalgama de verde que nos tiene que enorgullecer, somos un país regado por ríos y arroyos que sin sobresaltos climáticos está preparado para el despegue productivo que el mundo requerirá en breve.

Somos el país que exporta esquiladores, el de 900 escuelas rurales, el que se levanta entre la cerrazón para seguir funcionado.

Aprovechemos esta oportunidad, como decía (Winston) Churchill, que el mejor político es el que se transforma en estadista pensando en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.

(*) director en Da Silva Agroinmuebles, CEO de Don Augusto Agro y senador del Partido Nacional

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