Tengo memoria de un libro de Julio Verne, Viaje al centro de la Tierra. Era de una colección de tapas negras, hojas amarillas, feas y con letra minúscula. De la historia no me acuerdo tanto, pero sí de la sensación que me generaba meterme en ella: una necesidad compulsiva por seguir ese viaje, por ahondar en las profundidades del planeta junto a aquella expedición imposible liderada por el profesor Lidenbrock. Probablemente haya sido mi primer contacto con la ciencia ficción, y en algún sentido me alegro que haya sido de la mano del autor francés.
Así, de Verne pasé a los clásicos de Orwell y Bradbury en el liceo. A los escenarios de Arthur C. Clarke y Huxley, a los relatos de Asimov, después. Hace algún tiempo me metí con Stanislaw Lem. Y mi última gran zambullida fue en Dune, de Frank Herbert. Por suerte me queda mucho por explorar, y sé que la fascinación por nuevos mundos, planteos o futuros posibles está siempre a la vuelta de la esquina.
Hace poco me topé con un libro que me marcó muchísimo: Exhalación, de Ted Chiang. De él hablo más abajo, así que no tiene sentido que me explaye demasiado, pero como única acotación podría decir que es el gran culpable de que hoy estén leyendo este Epígrafe dedicado a la ciencia ficción. También, en parte, lo son otros títulos que me formaron, y también las películas, que son muchas, muy buenas, y siempre están ahí, presentes.
En ese sentido, creo que hay pocos géneros que pongan a maquinar el cerebro como lo hace la ciencia ficción. Desde el inicio ha sido un vehículo para poner en tela de juicio las concepciones morales, religiosas, ambientales, antropológicas y filosóficas de cada tiempo, y en un momento en que la tecnología avanza con aceleración exponencial y los eventos antes utópicos, como la conquista de Marte, están cada vez más cerca, se hacen necesarios sus debates.
Es con ese espíritu de cuestionamiento continuo, de interpelación por el mundo en el que vivimos y en los que podríamos estar viviendo dentro de algunos años, que van las siguientes recomendaciones.
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