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Franco Macri: un águila de vuelo alto

El padre del presidente argentino murió a los 88 años
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03 de marzo de 2019 a las 09:41

Por Juan Manuel Compte *

La pulseada había sido tensa. A punto tal que fue él, auténtico dueño de Argentina, prócer de la Patria Contratista, auténtico gran capitán de la industria nacional, quien aceptó apersonarse en la sede de la Unión Obrera Metalúrgica. Jugar de visitante era la condición que Lorenzo Miguel, capo metalúrgico y gran padrino del sindicalismo argentino de la época, exigía antes de, siquiera, empezar a dialogar.

Entre las marcas Fiat y Peugeot, Sevel fabricaba uno de cada dos autos que se vendían en el país. Pero los tiempos no eran venturosos y la empresa estaba en una situación crítica. Suspensiones –y, eventualmente, despidos– eran inevitables.

“Mire, Macri”, se sinceró el 'Loro', ni bien sus diestras se estrecharon para sellar la paz, tras una áspera y dramática negociación. “¿La verdad? Si salimos de acá caminando untos, llegamos a la esquina y usted me propone casamiento, le digo que sí”.

La anécdota –contada por un testigo presencial de esa cumbre– describe a Franco Macri. El conquistador. El cautivante emprendedor, hacedor de su propio destino. El inmigrante italiano que llegó al país a los 18 años y empezó a trabajar como asistente en una constructora. Un seductor por naturaleza, tanto en la vida como en los negocios. Audaz, temerario, hijo de calabreses, Macri nació en Roma, el 30 de abril de 1930. Llegó a la Argentina con lo puesto, sin hablar castellano y con dos hermanos –María Pía (madre de Ángelo Calcaterra) y Antonio (padre de Jorge, el intendente de Vicente López)– a su cargo. Hacía dos años que su padre, Giorgio, residía en ese país, tierra fértil en promesas, en comparacióncon la Italia de la posguerra.

En 1951, Franco fundó su primera empresa: Vimac (Vivo, Macri y Compañìa) cuando la Empresa Argentina de Cemento Armado (EACA) lo aceptó como subcontratista para trabajar en Somisa. Vimac mutó a Demaco (De Ambrosi, Macri y Compañía) y pasó a ser contratista principal. Se especializó en la fabricación de silos subterráneos y elevados. Una obra en el puerto de Mar del Plata lo convenció de presentarse a grandes licitaciones. El águila romana empezaba a volar.

La industria automotriz

Entendió que, en un mercado dominado por grandes empresas internacionales, tenía que asociarse con alguna. Así, en 1964, su destino lo cruzó por primera vez con Fiat. Conformaron un joint-venture, Impresit-Sideco, el embrión de la posterior Sideco Americana.

Hizo más de 3000 kilómetros de caminos, puentes, viviendas, plantas industriales y diques. Entre ellas, la central Atucha (I y II) y la planta de Aluar, en Puerto Madryn. Macri hizo propio un proverbio chino: “Hay tres cosas que nunca vuelven atrás: la palabra pronunciada, la flecha lanzada y la oportunidad perdida”.

A mediados de los ’70, lo demostró. Tras el secuestro y asesinato de su máximo ejecutivo en el país, Oberdan Sallustro, Fiat estaba decidida a irse de Argentina. “Fue una de las negociaciones más dificultosas que tuve en mi vida”, definió en “Charlas con mis nietos”, memorias que publicó en 2013 (Planeta). En 1976, ya había fundado una holding, para organizar sus negocios: Sociedades Macri, Socma.

“Las nuevas actividades que Socma estaba encarando me habían dejado con poco capital para volcarlo en Sideco y defender así mi posición accionaria. Pero mi principal ventaja era la de facilitar con un menor costo la salida de Fiat del país”, continuó. Fiat, contó, le ofreció venderle Sideco por u$s 30 millones, con la condición de que se hiciera cargo de Sevel, fábrica de autos que también tenía la licencia para producir la marca Peugeot, a la que le pusieron u$s 1 de precio simbólico.

“Como me resultaba imposible comprar con mi propio dinero, necesitaba tiempo y financiación. Propuse –y aceptaron– que se me otorgara la presidencia de Sevel durante un año; y fijamos las participaciones futuras en caso de compra”. Socma pasaría a tener el 85% y Fiat conservaría el resto. Además, brindaría asesoría técnica a cambio de regalías. Firmaron, además, un contrato de licencia, para el cual, escribió Macri, entregó en garantía los títulos de su casa y de su quinta, “lo único que me quedaba ya que, en 1979, me había divorciado y les había dejado a mi ex mujer y mis hijos todo lo que tenía”.

“Debía arriesgarme… y lo hice”, agregó.

Asumió la presidencia de Sevel en 1981. La compró en 1982. “Esa decisión empresarial cambiaría mi vida siempre. Porque ser dueño de una empresa automotriz me transformó automáticamente en una figura pública”, reseñó. Al cabo de un año, Sevel superó los u$s 5000 millones de facturación. Con dos plantas –El Palomar y Berazategui–, para 1987, fabricó y vendió 500.000 autos. Entre 1990 y 1994, quintuplicó sus volúmenes de producción. En 1992, abrió su capital a la Bolsa porteña.

En torno a ella, creó un complejo de más de 20 subsidiarias, muchas de ellas, autopartistas. Como Opalsen, protagonista de la célebre causa de contrabando de u$s 500 millones, según denunció la DGI, por la que resultaron condenados él y Mauricio, su primogénito, a quien había sentado en la butaca de copiloto de Sevel. Macri atribuyó a las fotos de las fastuosas fiestas de los lanzamientos de autos, siempre convocantes para actrices y modelos, su fama de galán.

Lo cierto es que, además de fama, la industria automotriz le dio fortuna. Gracias a Sevel, el Grupo Socma llegó a tener, en los ’80, dotaciones de más de 25.000 empleados y ejecutivos en su nómina, ejército que se cuadruplicaba si se consideraban los empleos indirectos que generaba. Recolectaba basura (Manliba), fabricaba alimentos (Canale), se hacía cargo de grandes obras de infraestructura –la ampliación de la Panamericana, con Autopistas del Sol; la primera línea de interconexión de Yacyretá; la central nuclear Embalse Río Tercero; la hidroeléctrica Alicurá– e incursionaba en nuevos negocios, como el GNC (Galileo) y la telefonía celular (CMR-Movicom). Poco después, lo haría con los servicios financieros (Pago Fácil) y la tecnología informática (Siemens-Itron).

Reyes y presidentes

Macri se codeó con reyes, como Juan Carlos, de España. Conoció presidentes. En ejercicio –Raúl Alfonsín, Giulio Andreotti (Italia), Hu Jintao (China), los estadounidenses George Bush y Bill Clinton– e, incluso, antes de serlo, como Hugo Chávez o Carlos Menem, quien lo recibió en calzoncillos, en departamento a metros de la avenida Rivadavia, cuando muy pocos apostaban por su candidatura.

Otro caso fue Donald Trump. Macri se asoció con él en los ’80 para un Sueño Americano que terminó siendo una pesadilla: el emprendimiento Lincoln West, en el West Side de Manhattan. Según Macri, fracasó porque intentó desafiar a un statu quo “dominado por una industria financiera y del desarrollo inmobiliario particularmente parroquial y cerrado a la inversión extranjera”. Sutil eufemismo para referirse a la opaca vinculación que, en el real estate de la Gran Manzana, se da entre Wall Street y la Mafia.

No fue su única aventura de internacionalización frustrada. A inicios de los ’90, quiso comprar la filial de Fiat en Brasil. “Con las negociaciones ya muy avanzadas, los herederos de Gianni Agnelli me negaron la venta alegando razones familiares”. Un par de años después, la situación se invertiría. Fueron los Macri –Franco pero, sobre todo, Mauricio– quienes no pudieron convencer en Turín de que les compraran Sevel. Fue en 1996. Tras un fracaso con Toyota, terminó vendiéndosela a Peugeot, que puso u$s 262 millones para aumentar su capital y u$s 200 millones para cubrir deudas. Los Macri embolsaron sólo u$s 38 millones por su 85% en la empresa.

Era momento de repliegue. Para Socma, la resaca del efecto caipirinha fue fuerte. Sobre todo, por la expansión de Canale y el negocio de “rodovias” del holding en Brasil. Las cosas también se complicaban fronteras adentro. En paralelo con sus públicas denuncias contra la convertibilidad y la apertura de importaciones, de a poco, el imperio se iba desgajando. “En toda mi vida empresarial, reflexioné muy profundamente cada oportunidad que se me presentaba, calculando los riesgos y la capacidad de mis empresas para enfrentar los desafíos”, se definió a sí mismo, refutando a quienes lo etiquetaban como un intuitivo.

Aunque se lo recuerda como un winner de los ’90, Macri, que quiso un canal de televisión, Aguas Argentinas y los aeropuertos, consiguió sólo una de las privatizaciones a las que se postuló: la del Correo Argentino. En noviembre de 2003, Néstor Kirchner se la rescindió, por un canon impago de u$s 500 millones. Socma, según Macri, invirtió u$s 1000 millones. Y le reclamaba esos u$s 500 millones al Estado Nacional en concepto de servicios adeudados.

La mirada en China

En la década de 2000, les donó Socma y el 66% de su fortuna a sus cinco hijos –Mauricio, Gianfranco, Mariano, Sandra y Florencia– y formó Macri Group, con el objetivo principal de canalizar su relación con China, país que lo nombró “Consejero de Inversiones para América latina”.

El Macri Group fue una sombra de lo que supo ser Socma. Para 2008, facturaba u$s 350 millones anuales, menos de un décimo de lo que su predecesor recaudaba en sus años de esplendor. Una década después, Iecsa (infraestructura y construcción), terminó transferida a su sobrino, Calcaterra, quien se la vendió a Marcelo Mindlin. Macair Jet (transporte aéreo), a Avian Argentina, la socia local de la colombiana Avianca. Y Pago Fácil, a Western Union.

Fracasó con el Belgrano Cargas, concedido por el kirchnerismo porque, a fin de cuentas, negocios son negocios: Macri supo construir una temprana y privilegiada relación con China, que alumbró Chery Socma, marca de autos que promedió las 6000 ventas en los últimos dos años, en los que el mercado automotor osciló entre 900.000 y 800.000 unidades. Desde su lanzamiento, en 2006, Socma intentó localizar producción en la Argentina. La marca ensambló en Uruguay, primero, y, luego, se radicó en Brasil. El proyecto automotor, el año pasado, incluyó DFSK, marca de vehículos comerciales de la que se patentaron 800 unidades en 2018.

Una relación ambigua

Con Mauricio, su primogénito, tuvo relación ambigua. Lo privilegió, tanto con la formación como con los lugares que le dio. Pero, al mismo tiempo, lo atormentó con un doble comando que, en el fondo, nunca dejaba de ser uno. Cosa que aprendieron, por las buenas o las malas, los pocos ejecutivos que se habían animado a rivalizar con él, como Ricardo Zinn, quien –ya despedido como director ejecutivo de Sevel- falleció en el accidente aéreo en el que también murió José Estenssoro, presidente de YPF, en mayo de 1995.

La carrera pública, alejada de las empresas, que inició el primogénito –en Boca, primero; en la política, después–, dejó al imperio sin heredero claro. Su hijo Gianfranco y su sobrino Ángelo Calcaterra oficiaron ocasionalmente de delfines. Tarea difícil, con un monarca que encarnaba como pocos la máxima de Luis XIV: “El Estado soy yo”. Todavía hay quienes lo recuerdan, juntando las yemas de ambas manos, en punta hacia sus ojos; con la mirada rapaz prestando atención a cada detalle, en maratónicas reuniones de directorio. No pocas veces, él se encargaba de convertirlas en arenas de circo romano. La ida de Mauricio fue un desafío, en todo sentido: a sus deseos, a su ego y, también, a sus negocios. La estrella política de su hijo le dificultó seguir haciéndolos. Sobre todo, porque dependían de un gobierno que había marcado a su hijo como el enemigo público número uno. No ahorró gestos que lo congraciaran con los Kirchner. Desde confesarse públicamente como un peronista de la primera hora, a sus públicos deseos de que el sucesor de Cristina Kirchner surgiera de La Cámpora.

Tuvo un por qué. “Con el 33% del patrimonio que me queda, y al mejor estilo de los antiguos romanos, corté los puentes para ganar o morir: sin retirada posible”, escribió Franco Macri en 2013. Para su último vuelo, el águila romana había atado su estandarte al del dragón. De la suerte de esa alianza, dependía su legado, la única garantía de inmortalidad de cualquier emperador.

* El Cronista / RIPE

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