Mads Mikkelsen en Otra ronda

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Hasta el fondo: "Otra ronda", el hit danés que se llevó el Oscar, se puede ver en Netflix

La película de Thomas Vinterberg se llevó el Oscar a la Mejor película extranjera y es una de las experiencias más frescas y originales del año
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21 de agosto de 2021 a las 05:01

En el cuello tenemos más o menos unos doce músculos que –y con el perdón de anatomistas y otros profesionales que seguramente puedan especificar mucho mejor esta vaga aseveración– son necesarios para levantar la cabeza. Son doce tiras de carne que se entrelazan, que se superponen e incrustan, y que necesitamos tener bien aceitadas para, bueno, eso: levantar la cabeza. Sin embargo, hay veces que se necesita algo más, algo para lo que el mecanismo anatómico no es suficiente, algo para sacarnos del pozo y hacernos mirar para adelante. Hay veces que se necesita un empujón, una inyección de energía que sacuda estanterías y nos haga emerger. Que nos recuerde que valía la pena ser y estar. El director danés Thomas Vinterberg lo precisó hace dos años. Martin, el personaje que Mads Mikkelsen encarna en su última película, Otra ronda (Druk, 2020), también.

La historia real, la que sucede atrás de la pantalla y marca a fuego lo que luego sucede dentro, es así: Vinterberg lleva cuatro días rodando su última producción, una que lo trae a los cines después de algunas películas que anduvieron a los tumbos, y ocho años después de la excepcional La cacería (Jagten, 2012). La película tiene, de alguna manera, una semilla familiar, ya que Ida, la hija adolescente del cineasta, participa en ella y tiene responsabilidades en ciertas decisiones creativas. Y va todo bien hasta que todo se pone horriblemente mal: alguien mira el celular cuando no debe, pierde el control de su auto, choca de frente contra el vehículo en el que Ida y su madre viajaban, y la primera muere. Vinterberg se hunde, duda, quiere tirar Otra ronda a la basura. Y en algún punto, en algún momento del duelo colectivo, la propia película se convierte en el músculo con el que el cineasta levanta la cabeza. La retoma. Escucha con mucha más atención las canciones –la canción: What a life, de Scarlet Pleasure, una banda danesa– que su hija propuso. Otra ronda se convierte en un homenaje, en una celebración de la vida y sus opciones. Se estrena en Cannes, fascina, tiene el gusto inconfundible que las buenas películas dejan en el paladar, sigue su camino y gana el Oscar a Mejor película de habla no inglesa. Vinterberg se sube esa noche al escenario. Agarra el premio de forma extraña, a media altura, como pidiendo permiso. O como si estuviera haciendo una ofrenda. El director habla. Está emocionado, pero es una emoción contenida, nórdica. Dice: “Ida, lo que acaba de ocurrir es un milagro y sos parte de él. Quizá estuviste moviendo los hilos desde algún lado. Esto es tuyo”.

El director Thomas Vinteberg, con el Oscar de Otra ronda en la mano

Y la historia sigue. La película se asienta en la memoria de quienes la llegan a ver. Pasa de boca en boca. Por donde no pasa es por las salas uruguayas, pero sí por el Festival de Cine de José Ignacio, en enero. Finalmente, en agosto del 2021, Netflix la pone a disposición en su catálogo. Los cuellos uruguayos, ahora sí, pueden girar hacia ella. 

Esta la pago yo

En Otra ronda, Martin (Mikkelsen) no vive una tragedia como Vinterberg, pero a su manera está hundido. O, mejor dicho, tiene el freno de mano puesto. No conecta con su esposa, con sus hijos, su cara de nada es la mueca perpetua con la que los alumnos de su aburridísima clase de historia se chocan día a día, y ninguno de sus tres amigos, también profesores del liceo, puede sacarlo de la apatía en la que vive. Martin no es idiota: se sabe muerto en vida. Se autodiagnostica una noche en la que le pregunta a su mujer, en una instancia más retórica que otra cosa, si se ha convertido en un tipo aburrido. La respuesta es afirmativa.

El escape llega en una cena en la que Martin y sus tres amigos celebran el cumpleaños de 40 del más joven. Aunque todos están más o menos perdidos en sus propias crisis de mediana edad –solterías tristonas, hijos que se chupan las energías vitales o vidas sin rumbo claro–, ninguno se siente como Martin. Y entre algunas copas que se aceptan a regañadientes, el protagonista empieza a tragar alcohol y pone a trabajar las glándulas lagrimales. Se suelta. Le preguntan: “Martin, ¿qué te pasa? ¿Qué pasa en tu vida?”. Y él contesta: “No mucho”.

No mucho.

Y entonces Nikolaj, el cumpleañero, el que no puede dormir porque los hijos le mean la cama y es más achispado que el resto, lo propone. Les cuenta que hay un tipo, un científico noruego o finlandés, que dice que el cuerpo humano está diseñado para tener siempre una cuota de 0,5% de alcohol en sangre. Que así las habilidades sociales se revitalizan, las aptitudes personales mejoran y las vidas apagadas se iluminan. Nikolaj dice “dale, vamos a probar esto”. Y el resto se mira, conecta, y asienten. Las botellas empiezan a correr en el desayuno, en las clases, en todos lados, y la mejora es notoria. Por primera vez en muchos años, la sangre corre por las venas de Martin. El experimento funciona, todos están mucho mejor, y entonces quieren llevar la situación al límite. Y el límite, en un momento, llega.

Otra ronda (2021)

Otra ronda no trata sobre los excesos, sobre el alcoholismo o el problema que tiene Dinamarca con su consumo –es apenas una nota al pie–, ni tampoco pretende bajar líneas morales sobre lo que adultos con responsabilidades y deberes terminan haciendo en pos de lograr, otra vez, cierta autonomía –o mejor dicho: estabilidad– emocional. Sí es, precisamente, una historia que se aferra a lo que Vinterberg empezó a entender, según ha dicho, luego de la muerte de su hija: que del pozo se sale, pero que antes se necesita una explosión, un movimiento catártico que sí, puede llegar a desestabilizarte y hasta destruirte, pero que te propulsa hacia arriba. Te eyecta. Te hace vivir otra vez.

Esto es lo que, con el patetismo del borracho que no sabe serlo, estos cuatro amigos aprenden. Habrá bajas, dolores profundos, marcas, momentos de diversión, una nueva seguridad, mayor conexión con el mundo. Caerán y reencontrarán el rumbo extraviado. Lo harán juntos. Para bien o para mal. Y por eso, en parte, Otra ronda es una película formidable. El homenaje sincero al amor entre amigos, a la fraternidad, es claro. El vínculo entre estos cuatro hombres tiene características conmovedoras, verosímiles, es una fusión de corazones que excede las palabras, que se comprende en las miradas, en los roces, en los vasos chocando en el aire.

Otra ronda (2021)

En este ejercicio francamente estúpido que los cuatro emprenden, además, también se cuela otro aspecto que mueve los hilos de la película: la juventud perdida, el ánimo y la ilusión de recuperar aunque sea una pequeña porción de lo que se sentía, en épocas que quedaron atrás, vivir para siempre. Eso queda más que claro en el epígrafe con el que abre la película: “¿Qué es la juventud? Un sueño. ¿Qué es el amor? El contenido de un sueño”.

Y entre toda esta sustancia, tenemos al hombre que conduce la historia: Mads Mikkelsen. Qué actor increíble es el danés. Su ductilidad interpretativa le habilita variar el registro radicalmente sin perder un ápice de verdad, y eso le permite abrir su abanico a cosas tan disímiles como esta película y, por ejemplo, los tanques hollywoodenses en los que se mete de vez en cuando. En Otra ronda su rostro, esa máscara tan extraña y atractiva que parece pintada por Caravaggio o algún otro tenebrista, evidencia una sensibilidad arrolladora, le da la vulnerabilidad necesaria a un personaje que pasa del hermetismo al éxtasis, y que protagoniza escenas espectaculares. Martin tiene muchos momentos estelares, pero quedémonos con la escena en la que conecta con un vaso de vodka mientras escucha La tempestad de Tchaikovsky. Hay exagerados que dicen que Mikkelsen es ya una leyenda viva de la interpretación. Quien firma esta nota no tiene reparos ni vergüenza de quedar incluido dentro de ese grupo de entusiastas.

Los cuatro amigos de Otra ronda

Pero si hablamos de la fuerza de Mikkelsen, y por extensión de la fuerza de Otra ronda, no se puede obviar su final, quizá uno de los mejores de los últimos tiempos. Porque es allí donde la apuesta de Vinterberg se concreta, donde la celebración de la vida aparece tras la resaca oscura del experimento. En épocas sensibles al spoiler no se dirá más que incluye un baile, pero que ese baile es mucho más que un baile, es una catarsis física, transpirada, la aceptación de que el abismo es duro pero que puede ser algo más que dolor, que hay que abrazar la negrura y, de ser posible, expulsarla como hace Martin, con una coreografía apoteósica que lo hace tomar aire, tomar impulso, mover mucho más que los doce músculos del cuello, mucho más que cada una de las fibras del cuerpo, que lo hace saltar al vacío y gritar: qué vida, what a life.

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