Espectáculos y Cultura > Reseña

Hipnotizadores de circo

Amaluna fascina por la diversidad de sus artistas y un cuento que invita a viajar
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01 de septiembre de 2017 a las 05:00
Ya al sentarse en la butaca, el espectador puede sentir los sonidos de la naturaleza que forman parte de la ambientación, y se puede hipnotizar con los colgantes lumínicos en forma de hojas sobre sus cabezas.

Algunos personajes se pasean entre el público antes de que comience la función, mientras los asistentes están expectantes por lo que sucederá en el escenario. La experiencia en Amaluna, el espectáculo que estrenó el Cirque du Soleil el miércoles en Montevideo, comienza desde la llegada a la carpa ubicada en el Faro de Punta Carretas.

El show, que venera a la naturaleza y a la mujer, fue creado por la estadounidense Diane Paulus, debutó en Montreal en 2012 y desde entonces está de gira por el mundo con artistas de 18 nacionalidades.
Ahora le tocó el turno a Uruguay.

Una potente música ejecutada por una banda completamente femenina da comienzo a la función.

Acompaña a dos artistas asiáticas en monociclo que parecen tener ese artefacto como parte de sus cuerpos; se trasladan por todo el escenario con movimientos impensados.

Uno de los momentos más fuertes llega a la mitad del primer acto y es difícil no quedar perplejo. La diosa Luna Marie-Michelle Faber ejecuta acrobacias en un aro suspendido en el punto más alto de la carpa.

Sube, baja, se moja en el agua de una piscina semicircular, gira alrededor del escenario acercándose a la audiencia y en algunos momentos hasta canta con una voz angelical.

De la misma forma, se luce de gran manera David Rimmer con el personaje Cali –mitad lagartija, mitad persona–. Sorprende porque con su escaso pero tecnológico vestuario (por la movilidad de su cola) y su expresividad corporal dejan a su humanidad de lado durante todo el espectáculo. Para los ojos del público, es un animal.

En tanto las amazonas, en su mayoría gimnastas de elite, despliegan su talento físico en las barras asimétricas por las que se cuelgan y se trasladan con velocidad y destreza.

Los protagonistas de la historia de amor que atraviesa el espectáculo, Romeo (Evgeny Kurkin) y la princesa Miranda, asombran. Ella es interpretada por la joven contorsionista de Mongolia Anudari Ganbat, quien entra y sale de la piscina, luego se sostiene con un solo brazo sobre un estandarte y se vuelve a zambullir. Ante el terror de que se resbale, el público disfruta del efecto visual de la bola transparente en la que se sumerge mientras coquetea con el "galán" de Amaluna en un cuadro que puede remitir a clásicos de Disney como La Sirenita.

Los números acrobáticos son espaciados por dos payasos, un hombre y una mujer, que parodian una situación de enamoramiento y desencuentro en el que incluso involucran al público.

Tras una hora de show, y un intervalo de unos 20 minutos, comienza el segundo acto, que está lleno de números que remiten al circo más tradicional y cuadros visuales en los que la danza, el vestuario y el escenario móvil logran efectos asombrosos.

Un equipo de acróbatas parecen divertirse como niños mientras aumenta la exigencia de sus saltos. Y Romeo, el personaje principal, despliega una enorme destreza en la estaca china en la que realiza una prueba no apta para cardíacos.

Es que además del despliegue visual integrado entre el vestuario, la iluminación y las acciones de los artistas, hay que aceptar que parte de la magia del circo está en el riesgo de que algo salga mal, el vilo de que si falla un movimiento, alguien puede morir. Y que todo esté tan fríamente calculado y ensayado para que salga bien coquetea demasiado con el ideal de perfección que escapa al común de los mortales.

Uno de los momentos más desconcertantes pero a la vez atrapantes y que armoniza con el tema de la obra –el balance natural de una isla y su protección– ocurre cuando la diosa del equilibrio (Lara Jacobs Rigolo) crea una figura con varas de trece hojas de palmera, que depende en cada segundo de su respiración y movimientos para que no se caiga todo abruptamente.

Ya sea por el riesgo que corren en cada salto o contorsión en altura, la historia de amor que funciona como conector del espectáculo, o la belleza de los vestuarios y la música que complementan la emoción de las acciones que se ejecutan, este espectáculo del Cirque du Soleil atrapa y fascina, aun cuando uno ya es adulto y quizás no tan adepto a los espectáculos circenses.

Cada rostro y cuerpo de Amaluna evoca a una nacionalidad diferente. Cada artista es una historia que complementa este espectáculo que viaja alrededor del mundo buscando hipnotizar a nuevas audiencias y hacerlas viajar a otros mundos, pero principalmente a la niñez y al ideal de que todo es posible.


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