María Mendive, Gabriela Iribarren y Marisa Bentancur

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Hoy es el día en que se deja de morir: la experiencia de Ana contra la muerte, según sus actrices

Las tres protagonistas de Ana contra la muerte, uno de los fenómenos teatrales más importantes del teatro uruguayo en los últimos años, hablan del regreso de la obra y de cómo su texto las atravesó
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04 de marzo de 2022 a las 05:04

Ellas se preparan de está forma:

Marisa Bentancur utiliza el camarín como un santuario, que tiene que estar lo más alejado que se pueda de la puerta de entrada; luego repite una serie de rituales, se mira a los ojos con sus compañeras de elenco, las agarra, toma contacto con ellas, suma su energía.

María Mendive, por otro lado, camina, camina mucho, toca la estructura de madera que domina el escenario y sobre la que actuarán, habla, repasa sus escenas, toma muchísima agua, mastica caramelos. Y durante ese día prefiere no comer.

Gabriela Iribarren tampoco come demasiado el día de la función. Ella llega un poco más tarde al teatro; cuando el tiempo le sobra se pone nerviosa. Grita para calentar la garganta. Se toma una cucharada de azúcar para activar la glucosa en sangre, y luego les pasa la posta a las demás, que también lo hacen. 

Así, al final de la rutina previa, las tres actrices que llevan adelante Ana contra la muerte están listas para asumir ese puñado de personajes que las ha atravesado en los últimos años. Y que las acompañan a diario cuando el fenómeno teatral en el que se ha convertido esta obra de Gabriel Calderón se reactiva para nuevas funciones. Sin embargo, quienes no pueden estar listos, sigan las rutinas obsesivas que sigan en sus propias casas, son los espectadores. A menos que se esté repitiendo y asistiendo a la obra por segunda o tercera vez –e incluso en ese contexto la indiferencia es imposible–, el encuentro con Ana contra la muerte es un golpe al medio del esternón. El impacto tarda días en borrarse y se prolonga cuando los temas que aborda se enroscan entre la maraña de complicaciones y distracciones que le dan forma a la rutina. La obra se queda ahí, metida en un rincón de la cabeza, o el alma, o donde sea que vayan a parar los coletazos del arte bien ejecutado. Y no se va, se aferra. Así como también se aferra a la vida de sus personajes el dolor, la muerte, la injusticia y la rebeldía contra todo lo anterior.

No son demasiadas las veces en que una obra del teatro independiente uruguayo logra lo que alcanzó la última producción de Calderón –que desde febrero es director de la Comedia Nacional–. Ana contra la muerte se preestrenó a fines de 2019 en la sala del Instituto de Actuación de Montevideo (IAM) –creado por Iribarren, Mendive y Bentancur hace 21 años– en una noche de calor agobiante y abanicos que no paraban de sacudirse. De aquella pequeña función, donde la historia empezó a girar y a circular en el boca a boca, pasó mucho. Entre otras cosas, pasó una pandemia que frenó su estreno oficial. Y luego vino un libro editado por Criatura, funciones en el Auditorio del Sodre, en El Galpón, entradas agotadas, giras por el exterior, varios premios Florencio y, ahora, su llegada al Solís. Del viernes 4 al domingo 6, la obra se presentará en la sala principal del teatro, y será el preámbulo para nuevos viajes al exterior que aparecen en el horizonte.  Y, también, una reconexión con todo lo que esta puesta removedora genera.

Primer choque

Sentadas en la primera línea de las gradas de la sala del IAM, las tres protagonistas de la obra paladean el ensayo general de la noche anterior. A pesar de que pasaron más de doce horas del último reencuentro con sus personajes, la energía todavía está fresca. A la entrega que demanda zambullirse en la historia de Ana contra la muerte, aseguran, no la recuperás tan fácilmente de un día para el otro.

Ana contra la muerte se presenta desde este viernes 4 al domingo 6

“Después de tantos años, te das cuenta cuando un texto te llega físicamente. Te das cuenta cuando estás frente a una gran obra. Eso te da un piso impresionante a la hora de actuar. Te permite mucho. Después, nunca sabés lo que puede resultar de un espectáculo. Vos das todo y ves. Por eso jamás imaginamos que iba a tener este eco. Ana es un fenómeno acá y en los lugares del mundo en donde la hemos presentado. Esa universalidad es muy difícil de lograr, y la masividad que estamos teniendo, también. Es un privilegio y una fortuna”, explica Iribarren, la única de las tres que mantiene un solo personaje durante la hora y poco que dura la puesta: Ana, la mujer del título, la mujer que va hasta las últimas consecuencias para costear un tratamiento para su hijo, que se está muriendo de cáncer.

“Los personajes son como una especie de galería de rostros que conviven con una hasta el fin de los días, pero este personaje, Ana, fue durísimo. Los primeros dos meses lo fueron, y el primero fue particularmente demoledor. Porque además no hay que olvidarse que, si bien no tiene elementos autobiográficos, a esta obra Gabriel la escribe a partir de la pérdida de su hermana, a la que tengo presente en absolutamente todas las funciones, como un homenaje del corazón. La obra, más allá de su maestría literaria, tiene ese dolor. Este trabajo fue una bisagra en mi carrera”, dice.

Para las tres, la llegada del texto fue un acontecimiento. Todavía recuerdan el momento en que el dramaturgo, con quien todas habían trabajado anteriormente pero nunca juntas –Bentancur bromea y dice que se siente una “chica Calderón”–, les dijo que tenía una pieza escrita para ellas. Las tres repasan los movimientos del día en que representaron por primera vez la primera escena, y cómo ese instante las caló.

“Fue un choque –recuerda Mendive–, pero no un accidente. Realmente se sintió como un movimiento fuerte, por su temática, por las fibras que toca. Movió nuestras fibras sensibles, interpretativas, nuestros ejes como seres humanos. Fue una obra en la que nos costó mucho sostener y transitar el dolor, que se fue a un lugar anclado en el amor, la resistencia, la justicia, y que plantea el mundo en el que vivimos. Ahora es más actual que nunca. Por eso esta obra es un clásico; es moderna y contemporánea. La preestrenamos en 2019 y hoy se resignifica de una manera brutal”.

“Hablamos mucho entre las tres en el proceso, sobre cómo fue cambiando. Iba a ser algo hecho en nuestro lugar, fabricado por nuestras manos, y eso fue lo primero que hicimos. Pero de pronto empezaron a llegar las salas, y agotamos funciones antes de pisar la primera. Fue impresionante. Después una dice ‘claro, capaz era lógico’. Pero la verdad es que nunca lo esperás. Una trabaja porque ama el teatro, porque ama la obra y porque amamos la idea de trabajar juntas y con Gabriel”, asegura Bentancur.

Energía compartida

Mendive lo dice y sus compañeras asienten porque todas lo tienen claro: perder un hijo o una hija no tiene nombre. Literalmente, no lo tiene: hay viudas, viudos, huérfanos, pero, ¿cómo se le dice a la persona que se encontró frente a frente con uno de los principales terrores humanos? No hay término. Es un vacío paralelo al dolor que produce.

“Es tan monstruoso que hay que tomar distancia. Y esa sensación, al ya estar en la atmósfera, genera dolor. Pero no es el único: también está el dolor de la injusticia, el de la injusticia de verdad, la que se ha naturalizado en leyes hechas en favor de quienes las escriben, o en favor de las economías o un grupo de beneficiados, pero no a favor de la vida de las personas. Ese dolor también está arriba de la mesa en la obra y es casi insoportable. Ana contra la muerte duele por todos lados por eso”, comenta Mendive.

Gabriela Iribarren interpreta a Ana

Ese dolor, o dolores, llegan al público. Está claro. Se percibe en cada función, en las reacciones, en la energía. “En las miradas, en la respiración, en todo”, agrega Bentancur. No hay forma de ver Ana contra la muerte y no compartir alguna arista de lo que se pone en escena. Las actrices absorben y se nutren de esa experiencia en cada función. Así es como se produce la alquimia de la comunión, la conexión que concreta, finalmente, la obra.

“La comunión con el público es lo más sublime, lo más divino, lo que le da sentido a todo este padecimiento y este desgaste brutal que hacemos –dice Iribarren; las tres ríen con lo de ‘padecimiento’, porque se toman el cansancio con humor–. Nosotras somos capaces de morir, literalmente, sobre el escenario por eso. Es una sensación inexplicable que solo la puede explicar el propio público, porque también la vive. Una siente en el escenario que somos un solo cuerpo. Y, además, más allá del dolor, es una obra muy liberadora. Fue más tremendo para nosotras el proceso creativo que las funciones. Sí, terminamos agotadas, pero la obra te deja con una vitalidad, una pulsión de vida tan brutal, una rebeldía maravillosa para reponerse y resistir a la muerte, que queda en el cuerpo. Creo que a los espectadores también”

Con casi 50 funciones de Ana contra la muerte encima, ninguna se plantea dejar de hacerla. Bentancur, en el nombre de todas, dice que en el esquema de presentarla afuera, luego en Uruguay, de a pocas funciones, está la clave. “Si pudiéramos tener instancias de representarla todos los años, las tres estamos de acuerdo en que vale la pena volverse a reencontrar, los nervios, la risa, el cansancio. Creo que la seguiríamos haciendo siempre. Ojo: no temporadas largas, porque es muy demandante”. 

“La obra siempre conmociona y, como toda conmoción, hay que cuidarla”, suma Mendive.

Sobre el final de la obra, en el poderoso monólogo final del personaje de Iribarren, la frase “Hoy es el día en que se deja de morir “ queda encendida y se mantiene después que baja el telón. En algún sentido, cada vez que ellas representan la obra, esa certeza, dicha a viva voz, se refuerza y se vuelve tangible. Este fin de semana Ana contra la muerte regresa y así, más allá o más acá, la promesa de la vida y la resistencia vuelven a ser reales. 

 

Último deseo: la gira nacional

Las actrices de Ana contra la muerte tienen, en el tren de éxito de la obra, un anhelo que todavía no se ha podido concretar: la gira por el interior del país.
Así lo evalúa Iribarren: "Nos encantaría, pero hoy, si comparás, es más fácil ir al exterior que hacer una gira por el país. Todavía hay una gran dificultad para reconocer nuestro trabajo como un trabajo. Hemos tenido ofertas institucionales del interior que dan vergüenza, no por el dinero, sino por la consideración de ofrecerte algo tan irrisorio por la brutalidad de este trabajo, y por lo que implica mover a toda la gente que hace falta, que te denota ausencia de conciencia del valor que tiene lo que hacemos, que no vale más que lo que hacen otras personas, pero vale y es un trabajo. Creo que es una luz roja que tiene que prenderse en todo el país, no solo en las instituciones que tienen que invertir en eso, sino en los pueblos que tienen todo el derecho de acceder a la cultura. Hay que tener mecanismos para que las obras lleguen. Somos muy poco, es un país chico, se han recuperado muchos lugares y debería ser un tema solucionado". 

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