Foto del lugar donde ocurrió el accidente que provocó la muerte de dos obreros
Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

Columnista

Nacional > LAS VÍCTIMAS III

Imelda, una señora en la cloaca

En su imaginario la prisión era algo que le pasaba a otro, pero terminó allí durante un año y medio
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25 de abril de 2016 a las 05:00

Quien viola la ley es un delincuente y si se considera el estado de las cárceles se podría afirmar, bajo riesgo de abucheo popular, que estos son víctimas de una institución que linda con la tortura. Pero si además se tiene en cuenta que en esas mazmorras terminan determinada calidad de presos que lejos está de formar parte de la delincuencia tradicional, entonces también se los puede poner bajo el rótulo de una víctima con sus peculiares características.

Tal es el caso de Imelda Schelotto. El 11 de agosto de 2010, noche lluviosa, transitaba por la avenida Rivera y, antes de llegar a Comercio, atropelló y mató a dos obreros que trabajaban en la calle. Estaban agachados y recibieron el impacto en plena cabeza. Schelotto manejaba a 60 kilómetros por hora en una zona prevista para 45. Impudente, dijo el juez. Estuvo un año y medio en la cárcel de mujeres.

"Había mujeres con muertes encima y narcas", dijo a VTV. Contó que se sintió "consternada, shockeada, herida en lo emocional".

Un día tres policías trasladaban a una mujer que había matado al hijo, a su hijo. En determinado momento unas 30 reclusas se le tiraron encima, los policías se apartaron, y mientras llegaba el apoyo, la molieron a golpes y patadas.

Schelotto no supo más de ella pero a su juicio, la mataron. Fue testigo de peleas entre presas: "hasta que una queda de pie, la policía no interviene. Son peleas a muerte". Muchas de sus compañeras andaban con cortes carcelarios.

El psiquiatra José Miguel Arroyo estudió los comportamientos en las prisiones y concluyó que el encierro "condiciona unas relaciones interpersonales basadas en la desconfianza y la agresividad que someten al recluso a una sobrecarga emocional".

Schelotto tuvo que pagar peaje, como en cualquier cárcel local. "Observan a la visita, ven lo que traen, lo que usás. Cuando se dan cuenta de tu nivel económico empiezan por pedir cigarros".

Lo peor de todo es que siente que nunca terminará de pagar. "No dejé el accidente detrás, es una mochila, el dolor de dos personas fallecidas", se lamentó.

Vea el especial Cárceles, el cerrojo de la seguridad pública

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