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Islas Malvinas: una cárcel con siete presos y una Policía que patrulla desarmada
Cuando sus compañeros de la seccional policial pusieron en el buscador el nombre del sargento que iba a ir a trabajar con ellos, lo primero que surgió era un video en el que lo estaban apuñalando. Pete Nettleton prestó servicio toda su vida como policía en Inglaterra y después de los 60 años, cuando estaba obligado a retirarse, decidió irse a vivir a las Islas Malvinas y trabajar allí unos años más. A los 62 años firmó un contrato por cuatro años.
Pero las Islas no son nada como aquellos días en Grantham (Inglaterra) cuando patrullaba armado, vistiendo un chaleco antibalas y en un estado de alerta constante, del que se quejaba su exesposa. Todo eso no pudo evitar que en 2018 quisieran apuñalarlo hasta la muerte.
Mientras conversa en la puerta de la única seccional de la Isla Este, donde está ubicada también la única prisión, se ríe de todo eso. Ante la consulta de si lo que lleva puesto es un chaleco antibalas, responde: "No –se ríe– eso es pesadísimo".
En Inglaterra arrestaba entre dos y tres personas por día. Llegó a las islas hace tres meses y medio y todavía nunca utilizó sus esposas. La mayoría de sus intervenciones fueron por autos que van con exceso de velocidad –muchas de las rutas no están pavimentadas, entonces se pide manejar a baja velocidad para evitar accidentes– o por peleas de gente alcoholizada en las puertas de los bares. Para evitar estas últimas, generalmente realizan patrullas preventivas.
Eso, dice Nettleton, genera el rechazo de la ciudadanía, que se enoja ante sus intervenciones. "Deberían quejarse con los MLA (Miembros de la Asamblea Legislativa) que son los que hacen las leyes", les contesta.
Desde que está en Malvinas, no porta armas. Si se viera envuelto en un enfrentamiento armado, debería volver de la escena del hecho a la seccional para sacar una de la armería. Según especificó el sargento, tienen entre 10 y 12 armas en total.
La seccional debería estar compuesta por un jefe, un inspector, tres sargentos y 12 oficiales de policías. Actualmente hay vacantes a llenar y por eso el inspector a cargo cumple también el rol de jefe y hay solo ocho oficiales de policías, de acuerdo a lo informado por el sargento.
La cárcel de los siete presos y la lucha contra el abuso sexual
Actualmente, en un territorio donde habitan aproximadamente 3.500 personas, hay siete recluidas. Si bien alguno de ellos lo está por manejar alcoholizado, la amplia mayoría –dice Nettleton– es por abuso sexual. Quien cumple la condena más larga, fue condenado a 12 años de prisión.
En esa cárcel –que está dentro de la seccional– cuentan con la posibilidad de acceder a un gimnasio y cuentan con consolas de videojuegos para poder pasar el tiempo. Pero su principal actividad es el trabajo comunitario y por eso pintaron toda la fachada de la seccional cuando se necesitó.
Para eso y para que tengan un momento de esparcimiento, periódicamente los sacan de sus celdas y los llevan a distintos puntos del país.
También hay varias personas que son detenidas por estar demasiado alcoholizadas y causar desmanes menores a raíz de ese estado. Ellos son recluidos temporariamente en una celda aparte, de menor tamaño. Esta es transitoria hasta que se defina su situación.
El legislador Roger Spink dijo que años atrás notaron en algunas familias indicios de abuso sexual intrafamiliar y se actuó de inmediato con campañas de concientización que –entiende– surtieron efecto. A su vez, se llevó a esas personas ante la Justicia y se obtuvo la condena correspondiente.
En algunos casos –señaló– se trataba de familias en las que el abuso había existido en varias generaciones y eso se veía como algo normal.
Hoy en día, en las escuelas se concientiza sobre el tema y hay carteles pidiendo a los estudiantes que alcen la voz si se encuentran en una situación de abuso.
