Nada odian y temen más las burocracias gobernantes del mundo que una recesión económica. Tienen razón, porque semejante fenómeno se opone por el vértice al principio mesiánico de los políticos para asegurarse su llegada y permanencia en el poder, único objetivo y razón de ser de la nueva clase gobernante. Sería incompatible con la demagogia de prometer la felicidad y bienestar infinitos a sus votantes y también con la esperanza y demanda de esos votantes, que esperan ansiosos a quienquiera les prometa esa felicidad que creen merecer. De ahí que vivan en una permanente frustración, que se merecen.
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