La exigencia del presidente electo, Luis Lacalle Pou, a su equipo de que la gestión del próximo gobierno sea de acciones y gestos de austeridad es un mensaje necesario y oportuno en un país en el que se ha distorsionado su verdadero significado.
En una reunión con la vicepresidenta electa, Beatriz Argimón, y con el próximo presidente de la Cámara de Diputados, Martín Lema, el miércoles 8, Lacalle Pou dijo que el gobierno de coalición entrante deberá tener una “postura” de austeridad.
En una conferencia de prensa luego de la reunión, Argimón afirmó que Lacalle Pou pidió “lineamientos de austeridad en el funcionamiento del Poder Legislativo”, y que ello se refleje en el presupuesto del Parlamento. Planteó la necesidad de una “postura austera”, dijo Lema a El Observador.
En tanto, por el lado del próximo Poder Ejecutivo, el nominado canciller, Ernesto Talvi, aseguró que su gestión incluirá “criterios de austeridad” por el “desequilibrio de las cuentas públicas” que el gobierno está obligado a “corregir”.
Por lo que explicó el designado subsecretario de Desarrollo Social, Armando Castaingdebat, no habrá una política de recortes de tabla rasa, sino que el criterio es generar ahorros mediante un uso racional de los recursos públicos y no se afectará la cobertura de las políticas sociales. El mandato de Lacalle Pou es que “no puede haber recortes en las prestaciones”.
La austeridad es un término de connotaciones positivas. Dos de las cuatro acepciones de la RAE nos hablan de una persona ajustada a las normas de la moral y de alguien sobrio, que lleva una vida sin lujos.
Pero su significado fue bastardeado por su mal uso en el lenguaje político o económico o en la construcción de imágenes de líderes que confunden la sencillez republicana con gestos de pobrismo, una conducta que recoge la simpatía popular, pero no necesariamente refleja la cualidad rigurosa en el Estado.
Desde la década de 1990, la izquierda y el PIT-CNT han sido exitosos en machacar con la idea perniciosa de que las políticas de austeridad siempre son para perjudicar a los más pobres y que son maquinadas para eliminar beneficios económicos o sociales. Así es que la austeridad se ha transformado en una palabra de un significado muy negativo que hasta puede remitir a una expresión peyorativa en el sentido de falta de probidad.
Ese discurso maniqueo, que caló en la sociedad, ha tenido enormes costos en términos económicos y sociales, que son muy difíciles de cuantificar.
Pero el valor de la austeridad tiene enormes beneficios tanto en el plano individual como colectivo.
En todos los órdenes de la vida es buena cosa no vivir por encima de las posibilidades de cada uno, como dijo en alguna oportunidad la canciller alemana, Angela Merkel, en referencia los países de la Unión Europea que incumplen la regla fiscal del bloque.
En estos tiempos en los que se habla de la construcción de relatos, que no necesariamente están apegados a la verdad, Lacalle Pou está obligado a dar una gran batalla pública por el verdadero significado de la austeridad para un jefe de Estado responsable: el buen uso y mejor destino de los recursos públicos. Un triunfo en ese cometido, seguramente sería un gran legado de su gobierno para beneficio de todos.
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