Cuando en octubre se confirmó que el Frente Amplio, después de 15 años, no retendría mayorías parlamentarias, algunos nos imaginamos que el Parlamento iba a ganar mucho peso y por tanto pasaría a ser central para la negociación de las políticas de gobierno. El escenario era ideal para ello: al no lograr ningún partido mayorías propias, para aprobar las leyes el nuevo gobierno debía conseguir los votos en el Parlamento. Las dudas estaban en cómo se iban a negociar esos votos: ley a ley –un escenario harto complejo–, o en acuerdos más amplios.
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