Nicolás Tabárez

Nicolás Tabárez

Periodista de cultura y espectáculos

Espectáculos y Cultura > PREMIOS GRAMMY

La culpa no es de Bruno

Los Grammy mostraron nuevamente que premian a la opción masiva y que no se guían por situaciones sociales y culturales
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30 de enero de 2018 a las 05:00

I have always loved the Grammys but to have artists read the Fire and Fury book killed it. Don’t ruin great music with trash. Some of us love music without the politics thrown in it.

En la serie Parks and Recreation, el cínico, serio e hipermasculino personaje Ron Swanson comenta en un momento: "Sigo pensando que los premios son estúpidos. Pero serían menos estúpidos si se los dieran a la gente correcta". Y eso se puede aplicar a los Grammy, que no eligen malos ganadores, pero sus elecciones muestran una desconexión del momento social, político y cultural dominante.

Además de premiar a obras de calidad, galardones como los Oscar o los Emmy no han tenido miedo en señalar como los destacados de cada año a películas o series que también premian el mensaje transmitido. De hecho sucedió el año pasado con Luz de luna y The Handmaid's Tale. Pero los Grammy están empecinados en ser premios de industria y nada más. Reconocer al nombre popular y familiar y listo.

No es necesario premiar por cuotas. Tampoco deberían repartirse gramófonos a artistas simplemente por su color de piel, sexo o procedencia. Pero cuando sus obras son tan buenas (o incluso mejores) como las que efectivamente ganan, el reconocimiento pierde parte de su poder para el que se lo lleva.

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Este año, Bruno Mars se llevó seis premios Grammy, incluidos los tres más importantes: Disco del año, Grabación del año y Canción del año. Su disco premiado, 24K Magic, es un trabajo sólido, cargado de hits y una inyección de electricidad que invita a bailar y tararear. Sin dudas que es un muy buen disco, pero enfrente había competidores dignísimos.

Pese a ser una ceremonia que se encargó de defender a los inmigrantes e hijos de inmigrantes que corren riesgo de ser deportados de Estados Unidos, de reforzar la idea de la igualdad de género y de erradicar de una vez al monstruo del abuso sexual, los premios no acompañaron ese mensaje y dejaron a la Academia de grabación en offside.

"No arruinemos la música con basura. Algunos de nosotros amamos la música sin que tenga que mezclarse con la política", publicó en Twitter Nikki Haley, la embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas cuando se emitió el video de artistas (y Hillary Clinton) leyendo fragmentos del libro Fire and fury sobre Donald Trump.
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Despacito no es una canción sobre la inmigración, ni los artistas que la interpretan son inmigrantes. Sí es una confección pop cuidadosamente trabajada y producida, eficaz, hecha para gustar y que como canción fue mucho más relevante, omnipresente y poderosa que cualquiera de los hits de Mars. Era, además, una oportunidad para premiar a una canción en su amplia mayoría cantada en español.

Reconocer un fenómeno, una cultura que se ganó un espacio en las radios de todo el hemisferio y un gesto de apoyo a lo extranjero. Y encima una canción pop bien hecha. Pero se fue con las manos vacías.

Era quizá, al menos en mucho tiempo, la única opción para una canción hispana de llegar a lo más alto en los premios anglosajones. Su consagración en el ámbito latino ya estaba sellada. Y será el tema del año 2017. Pero el Grammy le dijo que no.

El ciclo sin fin

Se podía premiar a Kendrick Lamar, que hizo uno de los discos de rap más poderosos y potentes de la era reciente del género. Arrasó en las categorías dentro de su estilo, pero no llegó a los premios grandes (como ya le sucedió anteriormente). O a Jay-Z, que recibió ocho nominaciones y se fue sin nada a pesar de contar con un disco confesional muy fuerte. El rap domina el pop (al menos en Estados Unidos) pero los Grammy también lo ignoraron.

Ganó Bruno Mars, la opción inofensiva. Que es talentoso, capaz de darle vida a un hit y de hacer bailar a un muerto. Pero que recurre a sonidos retro, ya conocidos y visitados mil veces. Funcionan, son divertidos, pero no cambian nada.

El cariño con el pasado parece ser una tónica en los Grammy, que a pesar de lo que eso pueda indicar, tiene una integración diversa en procedencias y edades (en contraste, por ejemplo, con la Academia de cine que otorga los Oscar, que de todos modos empezó a cambiar el año pasado). Por algo dos de las figuras más repetidas en la ceremonia fueron Sting y Bono junto a su banda, U2.

El proceso de votación de los Grammy comienza con normalidad. Los miembros de la Academia eligen a los nominados de cada categoría, y eso va a un comité cuyos miembros son desconocidos y que tiene la potestad de "ajustar" las categorías principales a gusto. Eso en primera instancia. Por otra parte, los ganadores son elegidos por un grupo grande (12 mil personas) que suele privilegiar a artistas masivos y conocidos y que no exigen un conocimiento profundo de un género puntual para ser juzgados como buenos o malos.

Dilemas de género


En toda la ceremonia televisada, solo una mujer subió al escenario a recibir un Grammy: Alessia Cara como Mejor artista nueva. Y la cifra total de ganadoras femeninas es reducida en la comparación. Un estudio de la Universidad de Annenberg estableció que en los últimos cinco años, solo el 9% de las nominadas al Grammy eran mujeres. A Lorde no se le dio la oportunidad de cantar en los premios en su posición de nominada a Disco del año (sí lo hicieron sus cuatro competidores masculinos). Más allá de las protestas contra el acoso sexual, los Grammy fueron también criticados por cuestiones como esa. El presidente de la Academia de grabación, Neil Portnow, respondió a los mensajes reclamando "a las mujeres que quieran ser cantantes, ingenieras, productoras, y que se quieren integrar a la industria en un nivel ejecutivo" que se animen a dar un paso adelante "porque serán recibidas. Es responsabilidad nuestra –como industria hacer que la alfombra de bienvenida sea visible y dar oportunidades a todos los que quieran".

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