En los primeros años de la dictadura Gonzalo Abella vivió “una doble vida”: de día era maestro y de noche se dedicaba a conseguir casas y autos “que no estuvieran quemados para la gente perseguida” y “buzones, lugares donde se pudiera dejar un mensaje”.
Según contó en De Cerca, sus padres sospechaban y de hecho su hija pequeña pasaba con ellos mucho tiempo en Minas, donde vivían porque su padre trabajaba en Ancap. “Seguía ejerciendo de maestro, me trasladé, me volví a trasladar la escuela, era terrible para mí esa doble vida y comprar el diario El País para saber quiénes se habían fugado, o sea los había matado", recordó.
Después de que allanaron una casa en la que ya no vivía, le aconsejaron exiliarse con su familia. Abella contó el momento en el que se lo comunicó a sus padres: “Estaban muy conmovidos y muy asustados sobre todo '¿qué va a ser la nena, qué va a ser de la niña?', se preguntaban".
Finalmente, el 29 de julio de 1976 el Alto Comisionado de Naciones Unidas de los refugiados en Argentina les dijo: "Ustedes se imaginan que si yo los mandó llamar y tengo su nombre, el Ejército argentino también los tiene. Ustedes tienen una semana bajo garantía de Naciones Unidas para irse". Las opciones eran Suecia o Cuba y eligió Cuba.
“En ese ínterin muere mi madre y yo me entero porque el diario El País publica el aviso fúnebre, lo leen en México y van a la embajada cubana a avisar", narró.
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