Se decía que habían nacido para vivir en una sociedad basada en la confianza. De los ingleses y de sus sucesores los estadounidenses, en general de las sociedades anglosajonas, admirábamos no solo su prosperidad y su democracia sino, sobre todo, su urbanidad, su civismo, su apego a las normas de convivencia, desde el envoltorio de un caramelo que nadie se atrevía a tirar en la calle, hasta los diarios que a nadie se le ocurriría robarse de un rack. Eran todo lo opuesto a las cosas que acá veíamos bastante a menudo, y que, en la comparación, surgía implacable la autocrítica a nuestra mal llamada “viveza criolla”.
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