Son las seis de la tarde de un viernes y Ana respira con alivio. Ya pudo cerrar su computadora, aunque en breve le va a llegar un mensaje y volverá a abrirla. En ese mismo instante, Raquel está a los gritos desde otra punta de Montevideo. Ya no encuentra forma de lidiar con sus nervios. Tomás llora porque no le funciona la conexión con su ceibalita y tiene que hacer los deberes. “Estoy podrido”, dice en otro rincón del mapa Agustín, que este año empezó el liceo y no sabe cómo lidiar con tantas materias. Además, extraña el fútbol. Jorge todavía no sabe cómo se lo va a contar a María, pero después de haberse pasado los dos últimos meses trabajando casi todo el día desde su casa, su jefe le acaba de avisar que está despedido. Al mismo tiempo, todos ellos reciben la misma imagen. En la tele, en las publicidades de Instagram o en ese maldito mail promocional. Ahí está. La familia feliz jugando, la familia feliz cocinando, la familia feliz mirando una película en el confort del living. El hogar perfecto que se muestra radiante en este tiempo en casa.
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