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La guardavidas a la que una picadura de aguaviva le marcó su vocación

La historia de Victoria Estevez, una de las 23 profesionales de Maldonado
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11 de enero de 2019 a las 05:02

Verano de 2005. Playa La Moza de Santa Teresa. El horario de guardavidas ya finalizó. Victoria Estevez da sus primeros pasos como surfista. Tiene 16, 17 años. Está sentada sobre la tabla en el agua. Espera una ola. Calma. El mar está quieto. Disfruta del paisaje. De repente, un dolor extraño en las piernas la sacude. Una sensación entre ardor y dolor. La principiante no logra comprender qué le pasa. Abajo en el agua los largos tentáculos de una fisalia –la medusa conocida, también, como fragata portuguesa– se le enriedan en sus piernas.

Sale desesperada a la orilla y se refriega mucha arena en la zona picada. Los guardavidas, que a pesar de terminar su turno aún están ahí, la curan, le dicen que la arena no es buena para picaduras. La calman.

Pasaron 13 años desde el accidente. Victoria –ahora de 30– aún conserva la cicatriz en el pie de la picadura y la certeza de que allí nació su vocación. También en las playas de Santa Teresa se hizo adicta al mar. 

Oriunda del pueblo Ferrocarril, del barrio Colón, Victoria aprendió a nadar a los 3 en el club Olimpia y, cuenta, a defenderse del agua. Ahora tiene 30 años, 11 trabajando como guardavidas en Maldonado. Es hiperactiva, un poco ansiosa, pero el agua la calma. Surfista y amante del mar, limpia la playa siempre que puede. Los lunares que le pintan sus brazos son producto de la exposición al sol y lleva un bronceado parejo que lo mantiene todo el año.

Victoria aún conserva la cicatriz en el pie de la picadura y la certeza de que allí nació su vocación.

El surf, su equilibrio para cuidar de la gente

A los 18 años Victoria dio el curso de la Cruz Roja que, en ese momento, le habilitó a dar la prueba de guardavidas únicamente en Maldonado. El día de su cumpleaños recibió la llamada. Había pasado. Ya podía trabajar. Pero el oficio no se aprende solo en el teórico y Victoria lo sabe. “Precisas alguien que te foguee, que te enseñe cómo es cada playa, los movimientos, si hay restos de barcos hundidos”, comenta.

La verdadera experiencia la ganó –después de varios años de "comer Mansa"– cuando la pasaron a la Brava, a la playa Papa Charlie, donde tuvo compañeros que fueron sus “verdaderos maestros”, los que le enseñaron mucho de la profesión y de la vida. Ser guardavidas no es solo una cuestión física. Dice Victoria que la tarea conlleva un equilibrio con lo psicológico. “Si uno no está bien no puede hacerle bien a nadie, no puede irradiar esa buena energía", afirma.

Esa calma la obtiene del baño que se da todas las mañanas cuando va a surfar: “Por más que esté chiquito como hoy y marrón y el agua helada, ese baño antes de hacer mi trabajo, me carga de energía”. Para Victoria es un escape, un ritual. Se despierta, desayuna, apronta el bolso y sale en busca de la ola. Milo, su perro, la acompaña en cada movimiento. Lo encontró hace siete años perdido en la playa y, como el dueño no apareció, se lo quedó. 

Victoria está ahora en la entrada de El Emir. Antes de entrar a surfar, comparte unos mates con sus amigos Cecilia y Santiago. El calor es abrumador. Mientras Milo revolotea por sus pies, se coloca un protector solar especial para el agua. “Un mate más y nos metemos al agua”, promete. Victoria es una mujer de rituales; en la parada 14 de la Brava, donde trabajó durante siete años, también tenía sus rutinas. Trabajaba de mañana, entonces su momento de descanso eran las primeras horas del sol. Llegaba a la playa, abría el puesto y se tomaba unos mates mirando el mar, conversando con su compañera. La tranquilidad de la mañana, cuando no baja tanta gente, le permitía ese respiro. La atención siempre está, pero con los binoculares y la radio cerca se maneja la situación.

Nieta de inmigrantes españoles, Victoria también hizo temporada en Lanzarote, Islas Canarias. Trabajó en playas increíbles como Famara, con un risco gigante y una bahía de cuatro kilómetros. Ahí tuvo su primer rescate: era un aspirante a guardavidas. En 15 veranos de trabajo en la playa nunca se ahogó nadie durante sus jornadas de trabajo.

Hace poco más de un mes la playa de San Rafael, en la parada 11, se convirtió en su nueva casa.

La corriente de la muerte

Victoria observa paciente desde la caseta. Mira a la gente que llega a la playa, la edad de las personas, si vienen con niños, si son turistas, hace, más o menos, un estudio del perfil de los veraneantes. Desde arriba cubre la zona con su mirada. Panea de derecha a izquierda, de izquierda a derecha. Si hay corriente de retorno presta más atención, chequea si hay gente cerca, observa el mar, la arena, la orilla. Prácticamente todo.

Son horas de guardia esperando. Esperando que pase algo porque hay cosas que no se pueden prevenir. “La muerte es la muerte y no se sabe cuándo llega. Trabajamos con eso”, lamenta.

Hay días críticos. Cuando se da la contracorriente, entra el mar, el viento, se forma una corriente de retorno peligrosa y se viven experiencias estresantes. Tres años atrás realizaron tres rescates múltiples en la misma temporada.

El primero fue al inicio de enero. La playa explotaba de gente, entró un mar y generó una corriente de retorno peligrosa. Unas jóvenes nadadoras fueron arrastradas por la corriente. A 600 metros estaba el puesto de guardavidas. Allí estaba Victoria y su compañero, José Caviglia, tranquilos, monitoreando desde la caseta. Con el paneo de rutina visualizaron en el siguiente puesto a un hombre en un médano agitando las manos en señal de ayuda. Con la urgencia de salir rápido, no dio lugar a reacción ni tiempo para avisar por la radio. Tomaron los torpedos, las patas de rana y salieron corriendo. En el trayecto veían las cabezas en el mar con la sensación de no saber con qué se iban a encontrar. El final fue feliz, pero el rescate fue una advertencia de que la zona iba a estar complicada; a los días la situación se repitió. 

En una de esas oportunidades, Victoria recuerda a un chiquilín muy nervioso. La corriente estaba tirando bastante; con su compañero probaron por varios lugares y no encontraban una salida. Quejarse está prohibido y siempre está la certeza de que van a salir. Quizás se demore un poco más de lo pensado, pero se sale, dice Victoria con firmeza.

El mal momento lo viven las personas que están en el agua, comenta. Y agrega que lo más gratificante de estas experiencias es lo que viene después. En uno de esos rescates, la familia se acercó al puesto para agradecer. “Hay rescates que no te los olvidas”, concluye.

“El mar para mí es un sentimiento”, afirma Victoria. Y agrega que, también, lo usa como terapia Esa gran masa de agua le sirve como templo.

Hay una frase que utiliza desde que es pequeña: "Todo se cura con agua salada. Con sudor, con lágrimas y con el mar". 

 
Desterrando mitos
Mejor remedio para picaduras de aguavivas
Ni orina ni arena. Los mejores remedios para calmar picaduras de medusas son el vinagre o el bicarbonato de sodio.
Tirones de agua
Son corrientes de retorno. Se producen cuando el agua retrocede desde la costa hacia el fondo del mar
Altura ideal de la casilla del guardavidas
La altura deseable frontal es de 1.95 m.

 

Este artículo es parte de la serie Bandera roja. Historias de guardavidas de la costa uruguaya. 

 

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