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La hija de desaparecidos uruguayos que creció cerca de temido represor argentino

Soledad Dossetti se enteró del destino de sus padres porque el general argentino Ramón Camps le dijo a su tía que habían muerto en un traslado en avión hacia Uruguay
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21 de septiembre de 2019 a las 05:03

Aunque parezca imposible, Soledad Dossetti, hija de desaparecidos, tuvo en su infancia una relación muy cercana con el general Ramón Camps, jefe de la policía de Buenos Aires y de la Policía Federal durante la dictadura, responsable de varios de centros clandestinos de detención y condenado por múltiples delitos de lesa humanidad, degradado y encarcelado.

Y a través de Camps pudo saber, mucho antes que otros familiares, que sus padres habían muerto luego de un traslado en avión, posiblemente a Uruguay.

La vinculación con Camps se dio a través de una tía, prima hermana de su madre, que no tuvo hijos. 

“Mi abuela y su hermana, se casaron con mi abuelo y su hermano. Y tuvieron dos hijas con un mes y medio de diferencia: mi madre y mi tía, que siempre fueron como hermanas. Mi tía no tuvo hijos y yo, una vez recuperada la democracia, durante mi infancia iba mucho a su casa en Buenos Aires. Yo la amaba y la adoraba”, recuerda Dossetti. “Si bien mi abuela cumplió en todo sentido el papel de madre para mí, me encantaba ir a lo de mi tía porque era una mujer joven y me contaba muchas cosas de mi madre”. 

Su tía, una mujer ambiciosa y muy volcada a lo material, se casó con Jorge Torres, un hombre muy rico, 19 años mayor que ella, que tenía varias financieras y era gerente de Chrysler en Argentina. Tiempo atrás, Torres había sido secuestrado por los Montoneros, que llegaron a enviarle un ataúd a su familia.

Fue Camps quien lo rescató de su cautiverio y allí se forjó una amistad entre ellos. Torres pasó a encargarse de las finanzas del general: cuando se casó con la tía de Dossetti, ya era su agente de inversiones e íntimo amigo.

“Yo pasaba todas las vacaciones allá, los tres meses de verano, las vacaciones de Turismo, las de julio, primavera, el vínculo era muy fuerte con mi tía. Cuando ella se casó con Torres, yo era una niña chica. Torres se transformó en mi tío y a través de él tuve un vínculo con Camps, al que le decían Chicho. Fui miles de veces a su casa. Jugaba siempre con su hija Delfina, que era un año mayor que yo. Íbamos a cenar al club Naútico de San Isidro con su esposa, Rosa. Fui al casamiento de Patricio, uno de sus tres hijos. En la puerta estaban todas las madres con las fotos de los desaparecidos. Yo fui a la Iglesia y a la fiesta. Y pensé: qué horrible, que culpa tiene el hijo. Yo tenía amigos con padres y abuelos militares, siempre tuve. Pero claro, era una niña que no sabía que Camps era Camps, nunca lo había oído nombrar. Todo explotó una vez que Camps estaba enfermo, con cáncer, y fuimos a verlo a un sanatorio en La Recoleta. Y él me regaló un libro que había escrito y me lo autografió y dedicó. Yo me lo traje a Montevideo. ¡Cuando mi abuela lo vio, casi se come cruda a mi tía!”.

La abuela sabía que Soledad iba mucho a la casa de un amigo porteño de su sobrina, al que llamaban Chicho. Pero no sabía que era Camps. Durante mucho tiempo Soledad no pudo volver a Buenos Aires. 

“Mi tía me contó un día que había hablado con Camps de mi madre. Fue mucho antes de que se hablara de los vuelos. Él, por ser ella, le contó que mis padres habían vivido hasta el año siguiente, que estaban muertos, que no tuvieran expectativas de encontrarlos vivos y que los habían llevado en aviones hacia Uruguay. Yo me críe pensando que los habían tirado de los aviones. Pero no estoy segura si eso fue lo que dijo, o si se me mezcló con teorías posteriores”.

La tía de Soledad se suicidó pegándose un tiro. “A mi tío lo vi por última vez en el entierro de ella. Yo tenía 23 años y hoy tengo 42. No sé si hoy vive”.

Camps murió en 1994.

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